Una palabra en el baobab: Un tenderete de sustantivos

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Por Javier Fariñas Martín

Redactor jefe de Mundo Negro

 

Entre Nampula y Nacala los baobabs no tenían ni una sola palabra colgada de sus ramas. Cosa rara tratándose de un árbol de sus características y en un territorio, el mozambiqueño, tan olvidado como mágico. Qué menos que un puñado de palabras, en macua o en portugués, en lo alto de aquel a quien los dioses africanos tuvieron que replantar al revés, con las raíces al aire, para contener su soberbia, su orgullo de mirar por encima del ramaje al resto de los mortales. Pero nada, ni una palabra. En el trayecto entre ambas ciudades contemplamos a gentes en idas y venidas irregulares. Caminamos a la par de un tren sobredimensionado, de vagones y de carga. Nos encontramos con un río, el Monapo, que hacía fiesta en medio de un día laborable. Cruzamos un puente sobre el Índico con la marea baja por la mañana, y con dos metros de mar y un pecio de poca monta bajo nuestros pies por la tarde. Nada. Ningún baobab venía acompañado de palabra alguna. Ni siquiera en el ejemplar que distribuye los espacios del restaurante de Mama Sarah, ese que regenta en Ilha de Mozambique y en el que el árbol comparte protagonismo con una carta con aroma a agua de coco. Nada. Por eso, para revertir la mudez del árbol que no tiene nada que decir, a partir de ahora colgaré en el tenderete de su ramaje estas pocas líneas que, cada mes, alumbro en la página cuatro.

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