¿Nueva crisis de deuda?

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África se enfrenta a un enemigo silencioso

Por Jaume Portell Caño

El continente africano, con el balance comercial en un eterno color rojo, afronta la posibilidad de una nueva crisis de la deuda pública que le haría todavía más dependiente del exterior. La solución a largo plazo pasa por el cambio en la estructura económica y productiva de sus países.

Es difícil encontrar algo en contra de las bicicletas. En un tiempo de pocas certezas, la bondad de las bicicletas es una de ellas. Quien las usa nos enumera –siempre– sus cualidades: te llevan lejos, te permiten hacer deporte y no contaminan. En economía, sin embargo, son una de las expresiones más claras de alerta. Kilómetro a kilómetro, las conocidas como bicicletas financieras desangran países y obligan a millones de personas a replantearse su futuro.

 

Primera fase de la que será la zona más grande de libre comercio de África, inaugurada el pasado 4 de julio en el puerto de Yibuti. Fotografía: Getty

 

La bicicleta, en términos financieros, consiste en el uso de una divisa fuerte –habitualmente el dólar– para especular con la pérdida de valor de la moneda local y conseguir beneficios. Se trata de un juego sencillo. Todos los países tienen una moneda vinculada al dólar, la divisa con la que se manejan la mayoría de pagos internacionales. El tipo de cambio determina cuántas monedas son necesarias para conseguir un dólar. Cuando un país tiene muchos dólares, la moneda local es valiosa. Cuando hay escasez de dólares, la gente desconfía de la moneda local y se refugia en los dólares, con lo que cada vez se piden más monedas locales para conseguir un dólar. La población consume menos porque sus salarios en moneda local pierden valor; los comerciantes, con menos dólares, importan menos productos; los precios suben. Todos pierden. Es entonces cuando jugar con el dinero se convierte en uno de los pocos negocios rentables y surge el mercado negro.

En lugar de utilizar los dólares para importar maquinaria o mejorar la tecnología del sector industrial del país, las divisas fuertes sirven para acumular cada vez más dólares. A medida que se debilita la moneda local, surge un mercado negro donde se paga mucho más por cada dólar que en el tipo de cambio oficial. Esto, unido a la evasión fiscal –los dólares abandonan el país para alojarse en bancos en el extranjero– hace que la moneda local vaya perdiendo valor, la población pierda poder adquisitivo y la rueda siga girando.

La práctica de la bicicleta es habitual en cualquier país que exporte materias primas o productos de poco valor. En una economía con inflación, escasez de productos, salarios hundidos y desempleo, el propietario de dólares se convierte en el rey. Un ejemplo práctico es Nigeria y su economía basada en exportar petróleo. En 2010, para comprar un dólar eran necesarias 150 nairas. El verano pasado se precisaban 350 nairas por dólar. El negocio ciclista consiste en comprar un dólar al tipo oficial de 350 nairas y vender ese dólar en el mercado negro por 700. Con esas 700 nairas, vuelves a comprar al tipo oficial y ya tienes dos dólares. Con millones de transacciones así, podemos imaginar el desenlace: una élite consigue acumular millones de dólares mientras las nairas valen cada vez menos.

Tras unos años de precios altos en el mercado de las materias primas, la moneda ha caído en varios países: el kuanza angolano, el metical en Mozambique, la kuacha zambiana o el cedi en Ghana. La mayoría de los africanos han sufrido depreciaciones en sus monedas. Cuando estas caen y el dólar sube, llega la hora de las preguntas.

 

 

Un operario coloca la fruta en un supermercado de Nairobi (Kenia). Fotografía: Getty

 

Un crecimiento irreal

En pocos años, la prensa anglosajona cambió su análisis. En 2000, The Economist solo necesitó tres palabras y un adjetivo para explicar más de 50 países: «The hopeless continent», el continente sin esperanza. Diez años después, The Economist popularizó otra expresión: «Africa rising». La África que crece, un continente que se levanta para cumplir con todo su potencial. «Esa narrativa no se corresponde con lo que sucede sobre el terreno», responde Grieve Chelwa, economista zambiano que, tras el postdoctorado en Harvard, trabaja en la Universidad de Ciudad del Cabo. Y zanja: «En China, el 80 por ciento de la población era pobre en 1980. En 2010 la cifra era del 10 por ciento. Esto es extraordinario y es a lo que yo llamo ‘crecer’».

Léonce Ndikumana, economista burundés de la Universidad de Massachussets, considera que los últimos años han sido buenos pero que son necesarios ciertos matices de cara al futuro: «El crecimiento ha sido más alto que en otras décadas y se puede crecer todavía más. Sin embargo, sigue habiendo muchos retos: el paro –especialmente entre jóvenes con estudios–, los déficits de infraestructura, la falta de inversión en agricultura o la desigual distribución de los beneficios de explotar las riquezas naturales».

Los plazos de los bonos, sin embargo, no pueden esperar. Zambia colocó tres eurobonos entre 2012 y 2015 que sumaban 3.000 millones de dólares. Ghana vendió un bono a 10 años valorado en 750 millones de dólares que debía pagarse en 2017. Para devolverlo, en 2015 colocó un bono de 1.000 millones de dólares a 15 años, con un tipo de interés del 10,75 por ciento. Senegal siguió un camino similar pidiendo un bono de 500 millones en 2011 para pagar un compromiso que adquirió en 2009. El economista Hyman Minsky resumía en tres casos los tipos de situaciones en las que se puede encontrar una empresa. La primera es pagar las deudas con los ingresos; la segunda es pagar los intereses de las deudas; la tercera es un esquema Ponzi: solo se devuelve el dinero si entra más dinero. También explicó que la habilidad para marcar los precios es crucial para conseguir créditos y poder devolverlos. En la mayoría de mercados de materias primas, los productores esperan que les digan cuánto les van a pagar este año. Por eso los países africanos presentan crisis cíclicas de deuda.

Con las monedas locales cayendo, los dólares subiendo y las materias primas en precios bajos, ¿qué pasará? Chelwa no es muy optimista: «Los próximos dos años serán muy malos. La mayoría de los países no tienen capacidad para pagar. Zambia tiene tres eurobonos que vencen a partir de 2020 y los cálculos actuales muestran que seguramente no podremos pagar. Ya hemos pasado por aquí antes, pero la vez anterior fue más fácil conseguir el alivio de la deuda porque era con países o instituciones multilaterales. Ahora se trata de dinero de agentes privados que no ganan nada si nos perdonan la deuda». El economista zambiano pone sobre la mesa el caso argentino, donde algunos fondos denunciaron al Estado y consiguieron que les pagaran muchos años después: «Que Dios esté con nosotros, porque si pudieron exigirle el dinero de esa manera a Argentina, qué no podrán hacer con otros países más pequeños».

 

 

La operaria de un centro de atención telefónica en Casablanca (Marruecos) durante su jornada laboral el pasado 5 de abril. Fotografía: Getty

 

El desequilibrio de África

Léonce Ndikumana escribió en 2011, junto a James Boyce, Africa’s Odious Debts (Las odiosas deudas de África). En el libro explicaban que África era un acreedor del resto del mundo. Entre evasión fiscal, repatriación de capitales y pago de intereses, el dinero que África paga a Europa y los Estados Unidos es superior al que llega en forma de ayudas o créditos. Próximamente publicará otro análisis sobre el mismo tema: «Desgraciadamente, el sistema que describí sigue funcionando. La evasión de capitales en África ha seguido creciendo. Parte de esta evasión consiste en el derroche y la malversación de dinero que llega en forma de préstamos», unos préstamos que, según explica el propio Ndikumana, en muchas ocasiones ni siquiera ­llegan al continente. Antes de pisarlo físicamente ya han vuelto a los bancos occidentales. Esta idea queda fijada con una cifra que aparece en su libro: “Por cada dólar que entra en África, 80 céntimos habrán huido en el mismo año por la fuga de capitales”. El economista burundés considera que este es un sistema con partidarios poderosos: «Occidente se beneficia porque el dinero acaba en sus bancos o invertido en sus activos. Los bancos ganan mucho dinero a través de intereses o pagos directos por sus servicios». También señala a los presidentes corruptos que endeudan a sus países: «Muchas veces se infravalora el precio de los minerales o se hacen préstamos con expectativas sobre el precio del petróleo y el cobre que no analizan bien los mercados de futuros. Los sobornos y la posibilidad de enriquecimiento facilitan que el dinero que tendría que ir al país acabe en manos privadas».

Diez años de tipos bajos
Estados Unidos y la Unión Europea han mantenido tipos de interés muy bajos durante la última década. Los tipos son la recompensa que se ofrece a los capitales por alojarse en un determinado país. Cuando en los países más ricos están al cero por ciento, los capitales buscan opciones más arriesgadas pero más lucrativas, lugares donde encuentren a un cinco, un seis o un siete por ciento. El tipo de interés marca el precio al que se presta el dinero. Si está a cero, fluyen muchos créditos y una economía deprimida empieza a reanimarse. Sin embargo, hay que subir los tipos a tiempo para evitar que se creen burbujas especulativas. Es en ese punto cuando los países ricos empiezan a subir los tipos de interés y los capitales que están fuera vuelven. Estados Unidos ya los ha subido a más del dos por ciento. El profesor Ndikumana señala que eso acarrea dos problemas para los países africanos: «Un dólar más fuerte se traduce en un peso mayor de la deuda que se paga en esa moneda. Esa situación también provoca que las facturas de las importaciones sean más altas, con lo cual las balanzas de pagos de los países que importan empeoran todavía más».

 

El trabajador de una gasolinera de la autopista que une Lagos con Ibadan (Nigeria) espera la llegada de clientes. Fotografía: Getty

 

La mayoría de los países africanos tienen balanzas de pagos negativas. A corto plazo, ese agujero de dinero solo se puede cubrir con deuda. A largo plazo, cambiando la estructura económica de los países para que sus exportaciones tengan más valor.

Para conseguir industrializarse, los países africanos se enfrentan a varios obstáculos. Chelwa propone añadir valor a la producción agrícola, pero esa idea acarrea dificultades: cada año la UE y Estados Unidos subsidian a sus agricultores con cantidades de dinero superiores al presupuesto anual de algunos países africanos. Sin barreras comerciales, esa situación destruye el sector primario africano. Grieve Chelwa desconfía de los métodos habituales de ayuda: «Las ayudas van siempre a cuestiones microscópicas, que son necesarias pero que no solucionan las necesidades de los países: la reducción de la pobreza, la creación de empleos o la mejora de los salarios. Además, mucha de esta ayuda va a expertos occidentales. ¡Ellos son los únicos que saben! Lo hacen de muy buena fe, pero a la vez es un sistema profundamente destructivo para nosotros».

Ndikumana considera que algunos países ya están trabajando para cambiar sus exportaciones: «Etiopía ha cambiado mucho respecto a lo que producía hace 25 años. Venden cuero, flores, textiles, productos relacionados con la agricultura. O Ruanda. Cada vez que voy a Burundi me encuentro muchos productos manufacturados en Ruanda. Tanzania sería otro ejemplo y por supuesto tenemos a Sudáfrica, que está mucho más diversificada como economía».

Tanto Grieve Chelwa como Léonce Ndikumana coinciden en señalar que, aunque el contexto global complica la mejora en los países africanos, la única salida es combatirlo con políticas distintas.

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