Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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¿Migrantes de segunda generación? No, ellos no son migrantes. Los que migraron desde diferentes partes de África fueron sus madres y sus padres. Ellos nacieron y han crecido aquí, aunque mantienen un vínculo fuerte con aquellos territorios y culturas que se encuentran al otro lado del mar.
«Tengo un vínculo emocional muy grande debido a que cuando era pequeña mi padre me cocinaba platos típicos sierraleoneses como arroz jollof, plátanos fritos o una salsa picante de receta familiar, y me enseñaba la cultura a través de la música, de fotografías o de películas como Diamantes de sangre», dice Ángela. Arabia también mantiene viva en casa la tradición de cocinar platos saharauis como el cordero al horno, como hablar en hassanía o escuchar el Corán. Para algunos, como Paula, la conexión es más difusa. Hija de angoleño y española, no ha crecido con las tradiciones de Angola. «Me defino como madrileña y claramente española». Beatriz, cuya familia es de Guinea Ecuatorial, tardó en aceptar su identidad: «Me costó mucho aceptarla y abrazarla, pero ahora estoy muy orgullosa de saber quién soy». Fátima se considera una mezcla de la cultura marroquí y la española. «Estoy enamorada de mi cultura madre y España también me gusta mucho. En mi casa se celebra el Ramadán y también la Navidad. El día que me case, me encantaría que mi boda fuese una mezcla de una boda marroquí y española».
Para algunos de estos jóvenes, crecer entre dos culturas y definir su identidad es un desafío. Nadal, con raíces en la República Democrática del Congo, se ha sentido muchas veces atrapado «en tierra de nadie»: «Siempre hay personas que ponen en duda lo español que soy, y otras me dicen que soy un mundele, una ‘persona blanca’, en lingala. Al final, lo único que quiero ser es la persona que mi corazón me invita a ser». Diadie, de madre senegalesa y padre mauritano, no se siente completamente español: «Me siento una mezcla de culturas. De mis padres mantengo valores como la educación y el respeto, pero mi identidad no está ligada a una sola nación». Jairson, de madre y padre caboverdianos, puede hablar en criollo y disfruta con la gastronomía del archipiélago, pero se considera culturalmente más español: «Diría que soy un 30 % caboverdiano y un 70 % español».
Algunos han tenido la oportunidad de viajar al país de sus padres. Arabia recuerda con inmenso cariño la vez que con 11 años viajó a los campamentos de refugiados de Tindouf con sus primos y recorrieron el desierto en coche. En cambio, Ángela y Beatriz no han ido a Sierra Leona ni a Guinea Ecuatorial, aunque lo desean. «Cuando era pequeña, el país estaba en conflicto y ahora hay muchos requisitos para viajar», lamenta Ángela. Cuando Diadie estuvo en Senegal, le encantó encontrar lo feliz que era la gente sin tanta tecnología. Nadal visitó el Congo siendo muy pequeño: «Me queda algún flashazo, un olor familiar de alguna comida, las historias de mamá y las fotos. Pero quiero volver cuando la situación mejore». Para Fátima y Jairson, los viajes a Marruecos y a Cabo Verde son frecuentes: «De niña iba todos los veranos. La última vez fue este verano con amigas. Cuando pienso en Marruecos, pienso en mi abuela».
Preguntamos por lo que les preocupa y sus planes de futuro. A Paula le inquieta la polarización política, la resistencia a la escucha y el auge de las nuevas derechas. Ángela menciona la pobreza, la desigualdad, el maltrato animal y la discriminación. Jairson señala el racismo. Arabia está interesada en la salud mental y le intranquilizan la guerra en Palestina, Donald Trump y el cambio climático. Beatriz quiere que se mantenga la relación de las nuevas generaciones con las culturas y costumbres de sus padres. A Fátima le turban las dificultades a las que se enfrentan las personas que migran. La posibilidad de emigrar ellos, como hicieron sus padres, también está en sus mentes. Ángela considera mudarse a Países Bajos, Reino Unido o Canadá. Beatriz valora Portugal. Fátima ha pensado en Suiza y Jairson en Londres o Japón. Estos jóvenes son parte de una generación que está construyendo su identidad en un cruce de caminos. Como dice Nadal, «al final, somos lo mejor de dos mundos».
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