
Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Una fotografía de gran tamaño nos muestra a un chico bañándose en el mar. Está flotando boca arriba, con los ojos cerrados y los brazos abiertos. La imagen, en blanco y negro, es contemporánea y bella. La tomó Nélia Dos Santos en Angola y la eligió como inicio o final del recorrido por su exposición «Marimbar», un puente entre el pasado y el presente. «Ha sido construida con este propósito, que no tenga un inicio y un final concreto. Terminar o empezar, depende de cómo lo mires», nos explica.

La muestra, que puede visitarse hasta el día 28 de septiembre en el Centro de Arte de la Universidad Complutense (en Madrid), está compuesta por fotografías realizadas por la fotógrafa en los últimos diez años, fotografías de archivo, vídeos y objetos que hablan de la historia de su familia en Angola. Cuando su abuelo Antonio tenía 16 años huyó de la dictadura en Portugal y se marchó al país africano, colonia en aquel momento, y allí trabajó como tipógrafo para un periódico, formó una familia y pasó la mayor parte de su vida hasta que la guerra de independencia le forzó a volver a Portugal. En Angola nació y creció la madre de Nélia dos Santos. La fotógrafa nació ya en Portugal. «Mi madre era africana. Mi piel siempre es blanca para las personas negras, pero mi cultura es muy negra para las personas blancas. Cargo con esta herencia siempre buscando un lugar de pertenencia», dice. La exposición salta entre el tiempo colonial y el momento actual, con el objetivo de proponer un diálogo necesario para la autora acerca del sentido de pertenencia, la identidad, el trauma colonial y el acto de desplazarse, experiencias que de, de un modo u otro, son universales. «Creo que todos somos migrantes», afirma, y vuelve a la fotografía del joven que flota sobre el agua: «Para mí, habla de la necesidad de que este tema esté siempre encima, para que se pueda hablar de él y que no nos olvidemos».

En la exposición una vitrina contiene objetos personales de su abuelo: un peine, unas gafas, una máquina de escribir, una cámara fotográfica… «Son objetos que heredé y que he traído aquí. Él creció en Angola, era su país y el de mi familia. Son objetos que formaban parte de su día a día». Junto a ellos, una pequeña marimba, el instrumento musical del que la artista ha tomado el nombre para el proyecto, «un instrumento que habla de África y que viaja con la diáspora». También está la carta que su abuelo Antonio nunca le escribió, compuesta de fragmentos que la fotógrafa encontró en sus diarios, y que resume su vivencia en el país africano: «Terminé en Angola, país que fue durante más de 500 años colonia portuguesa. Una tierra que era parte de nuestros sueños, a la que iban únicamente los hombres que tuvieron la suerte de hacer fortuna o los condenados y fugitivos como yo (…) nació tu madre el 23 de julio de 1960. Cuando caía la noche de ese día, subí el río, entre esas dos orillas, con un inmenso cielo negro sobre mí, y sentí que todo este mundo era mi hogar, la única casa que iba a tener en mi vida. Ya no había ninguna duda para mí».

En las fotografías más antiguas de la muestra aparecen los abuelos de la autora, jóvenes, se muestran escenas de la vida cotidiana con los vecinos, su madre de niña, paisajes, mercados, una imagen en la que aparecen las tropas portuguesas… «Lo que busco es que el proyecto sea un lugar de reparación, trato de usar lo íntimo para poder hablar de estas historias que han sido marginalizadas, que están fuera del discurso oficial, para que pasen a ser parte de todos nosotros. Es mi historia y la de mi familia, pero hay muchas historias similares a la nuestra. Si no contamos las historias que hablan del trauma colonial y han sido silenciadas, se perderán».

Junto a estas imágenes, unos monitores muestras fragmentos en vídeo de la Radiotelevisión Portuguesa en las que podemos ver escenas urbanas de la Angola colonial. Y el pasado se intercala con el presente, con fotografías realizadas en la actualidad por la artista, algunas de ellas documentales, otras performativas, utilizando modelos, que juegan con el contraste entre el blanco y el negro e invitan al espectador a reflexionar sobre la experiencia de pertenecer a dos mundos unidos y separados al mismo tiempo.

La autora nos cuenta que cuando estalló en Angola la guerra que desembocó en la independencia, su familia se vio forzada a salir del país, dejando atrás la que era su tierra, su cultura y su gente. El traslado a Portugal no fue fácil. «Portugal salía de la dictadura salazarista y era extremadamente retrógrada, muy clásica. Las colonias tenían un desarrollo muy grande en relación a la metrópoli. Mi familia se quedó impactada por el atraso en el desarrollo. Y claro, ellos vestían de colores, tenían un comportamiento mucho más actual. Fue un choque cultural muy grande y se tuvieron que adaptar».


Otras de las vitrinas contiene el vestido que llevaba su madre en el momento de llegar a Portugal, una prenda que captaba las miradas y provocaba comentarios reprobatorios entre aquellos tradicionales portugueses del 75. Su madre, que aparece de niña en otra de las fotografías de la exposición, mientras sostiene en sus brazos a otro niño más pequeño, un vecino amigo, sufrió mucho el proceso migratorio. «Cuando mi madre miraba estas fotografías y hablaba de estas historias lo hacía con una tristeza profunda, y entiendo por qué. Las personas que aparecen en estas imágenes se quedaron allí cuando mi familia tuvo que salir de Angola. Ella tenía un profundo amor por esas personas y nunca más tuvo contacto, porque en aquella época las comunicaciones eran distintas. En cambio, mi abuelo siempre hablaba de todas sus aventuras con una enorme alegría. Mi abuelo quería la independencia de Angola, pero también quería seguir viviendo allí, aunque no fue posible».
Nélia Dos Santos mantiene una relación estrecha con Angola y otros países del continente a los que viaja a menudo. Allí se siente en casa. Lo que encuentra es parte de su cultura. Ha crecido escuchando su música, degustando su gastronomía, familiarizada con los objetos y las costumbres que muestra en su proyecto artístico. «Es una herencia que llevo con mucho honor. Y veo que la gente que está visitando la exposición se acaba identificando de alguna manera. Yo uso mis objetos personales, pero podrían ser los tuyos. Utilizo mi árbol familiar, pero podría ser el tuyo, y cuento una historia de experiencias personales que podrían ser las tuyas o que están próximas a las de cualquier ser humano. Aunque en mi exposición no lo entiendas todo, puedes identificarte. Somos todos iguales, da igual de dónde vengas».
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