Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Elisa Pinheiro cosió cientos, puede que miles de botones en su infancia. «En casa cada hijo teníamos una función. La mía, desde los seis años, era fijar los botones de nuestra ropa. Nadie lo hacía mejor que yo. Usábamos la ropa hasta que quedaba viejita, no teníamos otra opción. Siempre que mi padre llegaba con una camisa a la que le faltaba uno, ya sabía lo que tenía que hacer. Ni mis padres ni mis hermanos podían salir de casa sin un botón, era mi responsabilidad. Éramos pobres. Usábamos la ropa hasta el último minuto de sus vidas». Esta arquitecta y urbanista, hija de Porto Novo, en la isla de Santo Antão, es, desde 2024, la única alcaldesa de todo Cabo Verde, y la cuarta en la historia del país.
Santo Antão es la segunda isla más grande de Cabo Verde y la tercera en población –aunque, debido a la diáspora, allí vivan menos del 10 % de los caboverdianos–. Es la más septentrional del archipiélago y el punto más occidental de África. Tiene un carácter predominante rural, con sus principales centros urbanos concentrados en la costa oriental. La variedad de microclimas hace que tenga zonas áridas y valles de exuberante vegetación, con una cadena montañosa que divide la isla entre norte y sur. Es célebre por sus espectaculares paisajes y su oferta de turismo de naturaleza, con rutas de senderismo como la del cráter de Cova, el valle de Paul o Fontainhas, reconocido como uno de los pueblos más bonitos del mundo. La isla está dividida en tres municipios: Porto Novo, Ribeira Grande y Paul. El primero es el principal punto de entrada a la isla y solo se puede acceder a él recorriendo en ferry los 14 kilómetros que lo separan de Mindelo, en São Vicente. Es uno de los municipios menos desarrollados del país y la pobreza afecta a muchos de sus habitantes.
Elisa Pinheiro conoce bien la pobreza. «Sé lo que son las dificultades», nos dice en su despacho en el Ayuntamiento. En su familia eran nueve hermanos. Su padre, conductor. Su madre trabajaba en casa y preparaba dulces que vendía en la calle, acompañada de Elisa. «No me avergüenza decir que estudié gracias a la venta de pasteles y fresquinhas –un helado casero hecho a base de agua y jugo de frutas que se envuelve en plástico–». Era una familia unida y todos los hijos pudieron estudiar. Los mayores asumían la responsabilidad de ayudar a los pequeños en las tareas escolares. «Teníamos aquellas gomas de borrar Faber-Castell con una parte roja para borrar lo escrito a lápiz y una azul para la tinta del bolígrafo. Nuestro padre las dividía y mis hermanos, que estaban en clases más avanzadas, se quedaban con la parte azul y un poco de la roja y los más pequeños el resto. Nuestro sueño era pasar de curso para llegar a utilizar la parte azul». Los mayores iban a la escuela por la mañana, los pequeños por la tarde y, entre medias, se pasaban el estuche.
El padre de Elisa, de 85 años, es una persona conversadora muy conocida en Porto Novo y en todo Santo Antão por su carácter altruista. No quería tener hijas, porque no soportaba el machismo que obligaba a las mujeres a quedarse en casa cuidando de los hijos sin posibilidad de formarse, dependiendo de los hombres. Pero cuando las tuvo, se empeñó en que todas tuvieran una solida formación. «Cuando los hijos íbamos a São Vicente a estudiar, porque aquí no había instituto, teníamos que escribir cada semana una carta para informar a la familia de cómo nos iban las cosas. Los sábados, en casa, la familia se reunía y mi padre leía la carta del hermano que estaba fuera. Después marcaba todos los errores ortográficos en rojo y enviaba la carta de vuelta junto con otra que escribíamos la familia. A la semana siguiente debía llegar la carta de nuevo con los errores ya rectificados».
La unión familiar era tal que cuando el hermano mayor de Elisa fue a estudiar a la antigua URSS, sin posibilidad de comunicarse por carta, cada día a las cinco de la tarde subían todos a la terraza de la casa y conectaban la radio que el padre colocaba sobre el depósito del agua. Durante una hora escuchaban la radio en ruso esperando captar alguna noticia de su hermano que, lógicamente, nunca llegaba. «Tengo hermanos médicos, ingenieros, profesores… Mis padres lograron que todos tuviéramos buenos estudios», dice Elisa con orgullo.
Vivió hasta los 11 años en Porto Novo, fue a estudiar a un instituto en la isla de São Vicente y en Praia, en la isla de Santiago, terminó Secundaria. Después, con una beca y un visado, se marchó a Portugal porque en Cabo Verde no había universidad. Estudió Urbanismo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Lisboa. Allí descubrió el racismo. «Cuando llegué a la universidad yo era “la negra”, pero nunca bajé la cabeza, no me gusta victimizarme. Me sentía capaz y nunca tuve miedo de nada». Participó en la asociación de estudiantes, fue delegada de clase, creó un círculo de amistades y comenzó a trabajar. Sin embargo, cuando recibió una invitación para ser directora del gabinete técnico municipal de Porto Novo quiso devolver a su tierra lo que le había dado. Y volvió. Fue asesora de la entonces alcaldesa, Rosa Rocha, del Partido Africano de la Independencia de Cabo Verde (PAICV) y, cuando la formación perdió las siguientes elecciones, se dedicó a trabajar por cuenta propia en varias iniciativas empresariales: una papelería, una agencia de viajes y proyectos de urbanismo y arquitectura, para los que contrató a jóvenes colegas en paro. Al mismo tiempo, era sensible a las dificultades de sus vecinos y ayudaba con alimentos, matrículas escolares o costes médicos. «Bromeaban conmigo diciendo que daba más audiencias que el alcalde, que siempre estaba recibiendo a gente». Volvió a la política, asumiendo la secretaría del PAICV en el municipio y, aunque la pandemia y el nacimiento de su primer hijo postergaron la decisión, en 2024, desoyendo a los que le decían que las mujeres aún no tenían el espacio para asumir cargos de liderazgo, presentó su candidatura a la alcaldía y ganó.
«De nuestro partido solo dos mujeres concurrimos a las elecciones municipales, las dos en Santo Antão. El MpD (Movimiento para la Democracia) no presentó a ninguna mujer», dice Pinheiro. Es la cuarta mujer en ser elegida alcaldesa en la historia del país, después de Isaura Tavares Gomes, alcaldesa de São Vicente entre 2004 y 2011, Vera Almeida, que gobernó el municipio de Paul entre 2008 y 2012, y Rosa Rocha, que fue alcaldesa de Porto Novo entre 2012 y 2016. Jacira Monteiro –del MpD– asumió funciones como alcaldesa de Santa Catarina, en la isla de Santiago, tras el fallecimiento del alcalde Beto Alves en 2020. Aun así, Pinheiro afirma que ella se sintió en igualdad de condiciones ante sus adversarios. Dice que la suya fue una campaña limpia, tranquila, constructiva, centrada en las propuestas.
«Ganamos las elecciones con ideas, con respuestas a lo que la gente necesita, con propuestas dirigidas a resolver sus problemas». Sus abrazos se convirtieron en su marca de campaña, un símbolo de afecto y proximidad. «Toda la gente hablaba de mis abrazos. Incluso ahora mucha gente me sigue pidiendo que le dé uno».
Entre las principales preocupaciones de la alcaldesa está la migración. «Santo Antão ha venido perdiendo a su población de forma acelerada. Se dan tres fenómenos diferentes. El éxodo rural, por el que las comunidades del interior están perdiendo a la capa más joven con fuerza para trabajar y se están quedando desiertas. Las personas que salen de la isla y se marchan a Santiago, São Vicente, o a las dos islas más turísticas, que son Sal y Boa Vista, donde encuentran un empleo pero no mejores condiciones de vida. Allí la vida es más cara y no logran enviar dinero a sus familias, que quedaron atrás. Pero tampoco regresan, por la vergüenza de no poder dar una respuesta al esfuerzo que han hecho. Y están los que salen de Cabo Verde a otros países, porque aquí no encuentran un proyecto de vida». Pinheiro explica que, a pesar de las potencialidades que tienen, Porto Novo aún no ha logrado dar el salto que la convierta en una ciudad de oportunidades que anime a los locales a quedarse y que atraiga a gente de otras islas. «Uno de mis objetivos es crear un ambiente favorable para que los caboverdianos en la diáspora vengan a invertir, porque es la inversión la que promueve el desarrollo y la creación de empleos, lo que necesitamos con urgencia».
También señala otro problema en la isla, la discriminación que sufren las personas que han migrado desde otros países africanos próximos, como Guinea o Senegal, a quienes algunos llaman, de forma despectiva, mandjacos. «No me gusta ese trato. Escogieron Porto Novo para vivir y trabajar, dan puestos de trabajo y pagan sus impuestos. Me dicen que se sienten discriminados, que no se sienten portonovenses. Somos un poco racistas. Pensamos que somos más blancos que ellos y ellos sienten esa discriminación. Eso no puede seguir ocurriendo. Son africanos, como lo somos nosotros. Les dije que si ganaba las elecciones iba a hacer todo lo que pudiera para que se sintieran integrados, porque es lo justo».
Espera permanecer dos mandatos en la alcaldía para poder llevar a cabo su proyecto de desarrollo, pero no más. «No quiero quedarme aquí. Quiero dar espacio a otro equipo. Cuando estamos frescos tenemos otras ideas, pensamos mejor. Con la rotación todos ganamos». Insiste en que los políticos tienen que tener claro que son servidores públicos. En casa le decían a menudo que la política trae muchos problemas, que podría tener una vida más tranquila, disfrutando de su hijo de tres años. «Y yo pensaba… También lo hago por el futuro de mi hijo. Mi madre siempre me ha dicho que soy igual que mi padre. Él se entristecía cuando no podía ayudar al que lo necesitaba. A mí me pasa eso. Por eso intento esforzarme al máximo. Y creo que vamos a hacer un buen trabajo».
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