Lo que el fútbol unió, que no lo separe la política

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Costa de Marfil vuelve a las urnas a finales de mes.


Con la oposición anulada y una lectura interesada de la Constitución, que solo permite una reelección, el presidente marfileño, Alassane Ouattara, optará el próximo 25 de octubre a un nuevo mandato en un país que tiene muchos frentes abiertos.




En 2005 Costa de Marfil se clasificó para su primer mundial de fútbol. Un joven Didier Drogba lideraba a los Elefantes –apelativo con el se conoce al combinado nacional marfileño– y en medio de las celebraciones por la histórica clasificación, rodeado de sus compañeros, habló arrodillado ante las cámaras de televisión: «Hoy les pedimos de rodillas que se perdonen los unos a los otros. Perdónense, perdónense. El único país de África que tiene todas estas riquezas no puede caer en el caos así. Por favor, dejen las armas y organicen unas elecciones libres, todo saldrá mejor. Queremos divertirnos, suelten sus fusiles». Aquella guerra civil, que había empezado en 2001, tras las elecciones presidenciales del 2000, llevaba miles de muertos a sus espaldas.

El jugador insistió en los años sucesivos, fue a territorio rebelde a ofrecer su premio al mejor jugador de África como signo de unidad y paz y organizó un partido amistoso para sentar en el palco a los líderes enfrentados. En 2007 se firmó el alto al fuego, pero tras los comicios de 2010, la resistencia de Laurent Gbagbo a dejar el poder en manos de Alassane Ouattara, que había ganado las elecciones en segunda vuelta, provocó nuevos incidentes que sacudieron el país africano con acusaciones de fraude. El resultado fue el mismo que años atrás: miles de muertos y desplazados en el país tras una violencia poselectoral incontrolable. En abril de 2011 Ouattara accedió al poder.

Las elecciones previstas para el 25 de octubre de 2025 supondrán el final del tercer mandato consecutivo de Ouattara y es muy probable que el inicio del cuarto. Si bien el anciano presidente había puesto en duda su continuidad para una nueva legislatura, a mediados de este año aseguró que se presentaría para revalidar su cargo. Se ampara en que el cambio constitucional que limita a dos los mandatos fue posterior a su reelección en 2015 y que, por lo tanto, el contador se puso a cero. Según las cuentas del presidente, si gana las elecciones se enfrentaría a su segundo mandato. De certificarse su cuarta victoria consecutiva, y si la salud se lo permite, el candidato por la Agrupación de Houphouëtistas por la Democracia y la Paz sumará casi dos décadas al frente del Gobierno de Costa Marfil con casi 90 años de edad.



Tres lustros de crecimiento

Si algo ha caracterizado a las Administraciones de Ouattara ha sido el dinamismo económico, que ha convertido al país en uno de los más pujantes en la región y a Abiyán en una de las metrópolis más vibrantes de África occidental. Aunque el crecimiento del PIB se mantiene por encima del 6 %, desde la pandemia se ha disparado la inflación, lo que ha obligado al Gobierno a tomar ciertas medidas para intentar reducirla hasta el 3 % este año.

Uno de los nombres propios del notable desempeño económico de Costa de Marfil es Nialé Kaba, quien lleva portando carteras ministeriales vinculadas con la economía desde el año 2011. La ministra, entrevistada por Jeune Afrique, asegura que durante los años de mandato de Ouattara –economista de formación–, el crecimiento económico ha revertido en la población, poniendo como ejemplo cómo en 2012 apenas el 33 % de las localidades contaban con energía eléctrica frente al 92 % de la actualidad. Amparándose en la solidez de la trayectoria económica de los últimos 15 años, la veterana política asegura que «el presidente Ouattara ha demostrado su capacidad para llevar a Costa de Marfil a lo más alto. Los resultados son palpables en términos de infraestructuras, en términos sociales… Creo que no es el momento de romper. Hay que consolidar los logros y asegurarnos de mantener esta trayectoria de crecimiento fuerte y sostenido, con una gestión rigurosa y la confianza de los socios para el desarrollo». Para Kaba, «Costa de Marfil es un país muy atractivo para los inversores debido a nuestra estabilidad política, paz y cohesión».

Frente al discurso de la necesidad de estabilidad política para continuar en la senda del crecimiento económico, ­Aurélie M’bida, redactora jefe de Economía en Jeune Afrique, sostiene que los mercados internacionales no siempre premian este tipo de estabilidad política. Citando una columna de Ruchir Sharma en el Financial Times, M’bida destaca que «los inversores perciben la longevidad de los dirigentes no como una prueba de estabilidad, sino como un signo de agotamiento institucional».

Didier Drogba (i.), con el trofeo que le reconocía como mejor jugador de África, junto al líder rebelde Guillaume Soro (c.) y el presidente de la Federación Marfileña de Fútbol, Jacques Anouma (d.), en Bouake, el 28 de marzo de 2007. Ese día se jugó un partido de fútbol para facilitar las conversaciones que llevasen a un acuerdo de paz. Fotografía: STR/Getty. En la imagen superior, Alassane Ouattara saluda a sus simpatizantes en un acto del partido celebrado en el Estadio Olímpico de Ebimpé el pasado 22 de junio. Fotografía: Sia Kambou/Getty


Sin oposición

Quienes no podrán presentar sus propuestas para hacer frente a los desafíos de Costa de Marfil son Laurent Gbagbo y Tidjane Thiam, principales opositores que, por diferentes razones, no han recibido la aprobación del Consejo Constitucional para presentarse como candidatos a la presidencia. En el caso del primero, dirigente del Partido de los Pueblos Africanos-Costa de Marfil, ha tenido mucho que ver su pasado político, mientras que en el segundo, líder del Partido Democrático de Costa de Marfil, se ha apelado a su doble nacionalidad, aunque renunció a su pasaporte francés a principios de año. Con los principales líderes opositores fuera de juego, no se ha constituido un frente común de oposición, lo que allana el camino en las pretensiones de Ouattara.

Thiam, exdirector del extinto Credit Suisse, ha declarado tras confirmarse su exclusión de las listas que «el régimen del presidente Ouattara está llevando al país a un callejón sin salida al atacar las libertades y utilizar el aparato del Estado para reprimir a la oposición». Asimismo ha asegurado que «no abandonaremos esta lucha hasta que se haga justicia».
Gbagbo y Thiam no son los únicos, pues de las 60 candidaturas presentadas solo han sido aceptadas cinco. La descalificación de los principales opositores y la interpretación forzada de la Constitución para presentarse a un nuevo mandato puede provocar la vuelta de fantasmas del pasado a un país que ha sufrido mucho tras procesos electorales cuestionables.

Los retos y desafíos que el nuevo presidente tendrá por delante no son fáciles. Para 2027 está prevista una profunda reforma del franco CFA –la moneda que Costa de Marfil comparte con un buen número de estados en África y que depende directamente del Tesoro francés–, los ataques de insurgentes yihadistas provenientes de Burkina Faso se están multiplicando en la zona norte del país, cada vez es más necesaria la diversificación de una economía muy dependiente del cacao, así como la redefinición de las relaciones con las potencias internacionales y los vecinos regionales, en especial con Francia y los países de la Alianza de Estados del Sahel.






Para saber más



Por Óscar Mateos



Costa de Marfil encara unas elecciones presidenciales con el aire denso de las tormentas conocidas. Los fantasmas de la violencia poselectoral siguen presentes, Francia anuncia su «salida» mientras conserva intactos sus tentáculos económicos, y los principales candidatos comparten biografía: longevidad política incompatible con una sociedad mayoritariamente joven (cerca de la mitad de la población marfileña tiene menos de 15 años). Para entender esta encrucijada conviene ir más allá de titulares, sondeos y clichés que simplifican lo complejo.

Tres ensayos ofrecen claves esenciales. El primero es del antropólogo francés Jean-Pierre Dozon: Les clefs de la crise ivoirienne (Karthala, 2011). Con bisturí académico desmonta la ivoirité, esa invención tóxica que definía quién era «verdaderamente marfileño» y quién no. Una frontera fabricada desde las élites, tolerada por París y asumida con cinismo mientras sus intereses quedaran a salvo. La exclusión no surgió de abajo; fue ingeniería de poder desde arriba.

La segunda referencia es Making War in Côte d’Ivoire (University of Chicago Press, 2011), de Mike McGovern, profesor en Míchigan. Para él, la guerra no fue un accidente irracional, sino un método deliberado de hacer política. Redes, discursos identitarios y complicidad internacional convirtieron la violencia en estrategia de legitimidad. Difícil no leer la lógica electoral actual sin escuchar el eco de sus páginas. Y para escapar del marco eurocéntrico, vale la pena Guerra y paz en África: visiones retrospectivas de un continente buscando la paz (La Catarata/Casa África, 2020), coordinado por Dagauh Komenan. Aquí, voces africanas conectan la violencia poselectoral con la fractura entre élites y ciudadanía y con tutelas externas que nunca se esfuman.

En otro registro, el del escritor marfileño Ahmadou ­Kourouma (1927-2003), encontramos un espejo literario difícil de esquivar. Los soles de las independencias (Alpha Decay, 2005) rompió el tabú: ya no bastaba culpar al colonizador, había que señalar a los nuevos estados poscoloniales. Su protagonista, Fama, príncipe malinké convertido en extranjero en su propia tierra, encarna la paradoja de unas independencias que fabricaron más exclusiones que emancipaciones. En Esperando el voto de las fieras (Península, 2002), Kourouma llevó la sátira al límite. El dictador Koyaga, caricatura grotesca de Houphouët-Boigny y compañía, simboliza esa generación de líderes que se sostienen con represión, clientelismo y superstición política. Lo que parecía farsa literaria es hoy reflejo: candidatos octogenarios, rituales electorales repetidos, promesas de soberanía frente a Francia que suenan gastadas.

Para seguir rastreando raíces, nada como volver a ­Afrique 50, el cortometraje que René Vautier filmó en 1950 en Costa de Marfil y la entonces Alto Volta (Burkina Faso). Lo que debía ser propaganda colonial se convirtió en el primer documental anticolonial francés: pobreza brutal, represión militar y violencia estructural. Prohibido durante 40 años y motivo de prisión para su autor, hoy puede verse en el Proyecto OVNI del CCCB (desorg.org/titols/afrique-50/), convertido en archivo de memorias incómodas. Su vigencia es clara: las independencias cambiaron banderas, pero no desmantelaron del todo las estructuras de dominación.

Y para brújulas inmediatas, conviene acudir a los informes de referencia. El International Crisis Group advertía el pasado agosto en «An Electoral Puzzle: Handling Côte d’Ivoire’s High-risk Poll» (Un rompecabezas electoral: cómo gestionar las elecciones de alto riesgo en Costa de Marfil) sobre el alto riesgo de violencia, mientras que el Centre for Democracy and Development alertaba un mes antes en «Old Elites, New Fears: Escalated Risks on the Road to Côte d’Ivoire’s 2025 Election» (Viejas élites, nuevos temores: riesgos crecientes en el camino hacia las elecciones de 2025 en Costa de Marfil) de la fragilidad del proceso y del peso de unas élites que se niegan a jubilarse.

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