Un mar que canta en las rocas todos los días

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Los ritmos tradicionales capitalizan la música de Cabo Verde


Un profesor, una madre y un hijo -Tó Tavares, Tereza Fernandes y Zito Kaumy- viven por y para la música. Herederos de una larga tradición artística que ha dado a conocer a este pequeño archipiélago en todo el mundo, muestran desde el aula, la tradición y la experimentación que el caboverdiano «es un músico natural» que proyecta al mundo una identidad sonora única, emotiva y llena de matices culturales.



Tó Tavares señala tres claves que, a su juicio, explican por qué la música es la expresión cultural más relevante de Cabo Verde: la insularidad, la relación con la naturaleza y la emigración. «Somos un pequeño país de islas y la música nos sirve para expandirnos y gritarle al resto del mundo que existimos. Vivir en islas nos hace soñadores: estamos aislados, rodeados de mar, y el mar canta cada día en nuestras rocas. El canto de los pájaros, el rugido del viento… Todo eso nos atraviesa y nos hace reaccionar, por resonancia. Por otra parte, estamos acostumbrados a ver partir a nuestros familiares en busca de una vida mejor y eso nos deja un sentimiento profundo. Y la manera de expresarlo es con música».



Educar desde el alma

Augusto Fortes Tavares –más conocido como Tó– vive en Praia y es uno de los compositores y profesores de música más respetados en Cabo Verde. En 1991 fundó Pentagrama, la única escuela de iniciación musical en la isla de Santiago durante 16 años. Por su aula han pasado centenares de niños, jóvenes y adultos, entre ellos artistas como Mayra Andrade o Sara Alinho. Encontrarlo es fácil: pasa la semana entera, –fines de semana incluidos–, entregado a la enseñanza, rodeado de guitarras, violines y pianos. «Siempre estoy dando clases. Hoy vino una alumna que quería aprender guitarra y le hice un hueco en la hora del almuerzo. No quiero que nadie se quede sin aprender música».

Nació en la isla de Maio hace casi 60 años y ya desde niño sintió el deber de contribuir al desarrollo de su país. «Al principio lo intenté con el fútbol, pero me di cuenta de que mi talento era ser profesor». Se recuerda con nueve años, en su casa de ­Calheta, rodeado de niños a los que enseñaba todo lo que descubría sobre ese lenguaje fascinante: la música. A los diez se construyó su primer instrumento: una pequeña guitarra de madera y lata con cuatro cuerdas afinadas en mi, sol, si y re. Y empezó a tocar. Quería estudiar música a fondo, pero en la isla nadie podía enseñarle. Leía de todo y un día encontró en una revista portuguesa un cupón que ofrecía clases de música por correspondencia. Lo envió a Lisboa sin demasiadas expectativas. Medio año después el cartero le avisó de que tenía un paquete en la ciudad. «No se imaginan qué felicidad al recibir aquel sobre marrón gordo. Caminé los 13 kilómetros de ida y vuelta sin darme cuenta». Las primeras lecciones eran gratuitas, pero para el resto del curso, Tó —que creció en un hogar monoparental materno y trabajaba desde los 12 años para ayudar a su madre— empezó a ir por las tardes a una carpintería. También aprendió francés. Como guía turístico para quienes llegaban en yate a Maio, conoció a un belga que tocaba la guitarra clásica y siguió aprendiendo con él. A los 18 ya enseñaba música a todos los niños de la aldea y dos años después se mudó a São Vicente, donde la vida cultural era mucho más intensa. Allí compuso un amplio repertorio de canciones, creó un grupo con el que grabó varios discos y hasta formó un coro infantil con sus alumnos.  

A comienzos de los 90 lo contrataron en Praia, en la isla de Santiago. Daba clases en varias escuelas de Primaria y llegó a formar un coro con más de 100 alumnos. Pero su verdadero sueño era crear un centro dedicado solo a la educación musical. Sus amigos creían que era una locura condenada al fracaso, pero el 23 de febrero de 1991 abrió Pentagrama con el objetivo de contribuir con la técnica formativa europea al desarrollo de la música tradicional de Cabo Verde.

Hoy en Santiago hay más de 80 iniciativas de educación musical. «El caboverdiano, para mí, es un músico natural», afirma Tavares, convencido de que un buen profesor debe establecer un vínculo fraternal con el alumnado. «Tiene que saber despertar el deseo de aprender y entender que cada alumno es un mundo. No se puede aplicar el mismo método para todos».

Tereza Fernandes retratada junto a su hijo, el músico Zito Kaumy. En la imagen superior, el pianista y profesor Augusto Fortes Tavares practica en el aula de la mítica escuela Pentagrama , un motor importante en el tejido cultural de la capital. Fundada por él en 1991 en Praia, es una escuela de iniciación musical que ofrece clases de piano, guitarra, canto, educación musical, armonía y teoría. Fotografías: Javier Sánchez Salcedo




Zito Kaumy: de la tradición al jazz

Zito Kaumy fue uno de aquellos alumnos. Hoy es guitarrista y bajista profesional, un gran defensor de la música tradicional y abierto a nuevas fusiones. Nos encontramos con él en el Quintal da Música, a pocos metros de Pentagrama, en el barrio del Plateau. Este restaurante y club musical es un referente de la morna, la coladeira, el funaná y el batuque. Por su escenario han pasado figuras
consagradas ­como Cesária Évora. «Aquí toqué por primera vez hace casi 20 años», recuerda Zito. «Estaba en el instituto y un cantante pop me invitó a acompañarlo. Desde entonces he vuelto muchas veces con mi madre y su grupo de batucadeiras, Tradison di Terra, y también con Orico Tavares».

La música siempre formó parte de la vida de Zito. Su padre, de la isla de Fogo, venía de una familia de músicos de morna y coladeira. Su madre, Tereza Fernandes, de Santiago, es una figura esencial del batuque. «Mi primer recuerdo musical es escucharla cantar. Fue mi primera inspiración. Tocar con ella es un sueño hecho realidad». Han creado muchas canciones juntos: ella compone letras, melodías y canta; él se ocupa de los arreglos y la dirección musical. «Crecí rodeado de músicos y la tradición es mi identidad. Las canciones de mi madre hablan de la vida rural de Santiago, un reflejo de su vida. Historias que las nuevas generaciones apenas conocen. Preservar esa memoria es fundamental». 

Las instituciones deberían impulsar programas para acercar la música tradicional a los jóvenes, más volcados en el hiphop o el zouk, piensa. «Es una forma de salvaguardar nuestra identidad». Aunque su música bebe también de las músicas tradicionales de Malí, Senegal, Burkina Faso, Guinea-Bissau o del jazz, que para él «es una música infinita, sin límites para experimentar». Admirador de Pat Metheny, Toumani Diabaté o Paco de Lucía, siente la necesidad de romper con cierto estancamiento de lo tradicional. «Paco de Lucía era un universo que sobrepasaba las fronteras de España. Mi música nace de esa misma necesidad de experimentar». Zito Forma parte del grupo Djunta Raíz, colabora en un proyecto lusófono con Teo Pascal, Carmen Souza y otros músicos de Angola, Mozambique, Portugal y Cabo Verde, y sigue creando música junto a su madre y su grupo de batucadeiras.  

Tereza Fernandes ensaya en el patio de su casa con su grupo de batucadeiras, Tradison di Terra. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Tereza Fernandes: el alma del batuque

El batuque es el género musical más africano de Cabo Verde, ligado a la isla de Santiago y basado en la percusión y la voz, el patrón canto-respuesta y la combinación de dos ritmos simultáneos. ­Principalmente practicado por mujeres, «es el primer ritmo que existió en Cabo Verde», afirma Tereza Fernandes, líder de Tradison di Terra. El grupo, integrado por 12 mujeres y tres hombres, ha llevado el batuque por escenarios de España, Portugal, Senegal, Argelia, Países Bajos, China o Estados Unidos, ensayando a diario y actuando casi todas las semanas. «El batuque es nuestra alma», dice una de las integrantes, que compagina el grupo con los estudios. «Mi padre lo bailaba, y antes de fallecer me dijo que continuara con esto, porque es nuestra cultura», dice otra. «Con el batuque demostramos a los colonos que queríamos nuestra independencia», dice una tercera. 

El batuque nació en la isla de Santiago como una forma de comunicación entre las personas esclavizadas traídas de diferentes regiones de África —Guinea, Mozambique, Santo Tomé, Angola o Malí— que no compartían la lengua. «Cuando tocaban, se generaban revueltas y lo prohibieron», explica Zito. «Con el tiempo, evolucionó hasta transformarse en música. La morna y la coladeira vienen del batuque». 

El profesor y compositor Tó Tavares instantes después de la entrevista en la escuela Pentagrama. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo




Un lazo entre los que se van y los que se quedan

La migración está en el corazón de la música caboverdiana. «Durante generaciones, cada vez que alguien ha viajado ha traído nuevas músicas. Y esto tiene un papel fundamental en el desarrollo de nuestra propia música, que luego llevamos al resto del mundo», dice Zito. Él también pensó en emigrar, por vivir la aventura y para estudiar Ingeniería de Sonido, pero al final eligió quedarse y estudiar Sociología en Cabo Verde. Hoy vive con su esposa y sus tres hijos en una casa cerca de su madre. 

Su antiguo profesor alerta sobre la salida masiva de jóvenes. «Cabo Verde siempre ha ganado mucho con la emigración, no solo por las remesas. En la diáspora surgieron los primeros grupos musicales y los movimientos de liberación, pero ahora estamos perdiendo el mejor tejido social: la juventud formada. No lo entiendo. Con 50 años de independencia es preocupante que tantos busquen afuera lo que aquí no encuentran». A sus alumnos, Tó Tavares les recomienda que no se vayan: «Necesitamos ser más caboverdianos, más africanos. Necesitamos buscar nuestra propia manera de vivir sin buscar los estándares de los demás. Buscar nuestro propio camino desde lo que somos. Como dijo Amílcar Cabral, “pensar con nuestras propias cabezas”». 

Apunta Zito Kaumy que la música siempre ha sido un lazo entre quienes se quedan y quienes parten. «Los que emigraban llevaban la música para no perder el vínculo. Y cuando los músicos empezaron a tocar fuera, muchos caboverdianos desconectados comenzaron a volver». De ahí que la nostalgia esté tan presente en el cancionero caboverdiano, como en Sodade, la famosa canción de Cesária Évora, el himno de un pueblo que se ha extendido por todo el planeta.   



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