La deformación de la comunidad

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EDITORIAL DEL NÚMERO DE DICIEMBRE





La tierra sudanesa que tanto amó san Daniel Comboni continúa envuelta «en tinieblas y sombras de muerte», según la expresión que nuestro fundador escribió en 1857 cuando la visitó por primera vez. En Sudán, la ciudad de Al Fashir cayó en noviembre en manos de las Fuerzas de Apoyo Rápido después de 18 meses de un asedio en el que el hambre ha sido utilizado como arma de guerra. Las Fuerzas Armadas han perdido su último reducto en Darfur y el país se encamina hacia una división territorial entre las dos partes enfrentadas que podría enquistar el conflicto.

Mientras tanto, como apunta el titular de nuestra portada, el pueblo de Sudán del Sur sigue esperanzo la paz. El país está fragmentado y aunque la independencia «trajo bandera y fronteras», en 14 años no ha sido posible organizar un proceso electoral que abriera camino a un proyecto político común. El audaz análisis de Manuel Ballester Navarro considera que la situación de bloqueo institucional que vive el país no se debe en exclusiva al enfrentamiento entre dinkas y nueres por la conquista del poder, sino también a «la estructura comunitaria» que «protege frente al abandono del Estado», a la vez que «reproduce dinámicas de control y exclusión que impiden construir un horizonte compartido de paz».

En este contexto, los obispos de ambos países, que constituyen una única conferencia episcopal, se reunieron en Malakal (Sudán del Sur) del 7 al 14 de noviembre en su 51ª Asamblea Plenaria, y se mostraron «profundamente perturbados por los continuos conflictos devastadores y los acuerdos de paz incumplidos en ambos países, especialmente con el agravamiento de la situación en 2025». En el mensaje final, del que se hace eco ACI África, los prelados se alarman de «que el diálogo ya no sea percibido como un medio de armonía, curación, reconciliación y unidad» prevaleciendo los intereses egoístas que desencadenan la violencia.

Si profundizamos en la intuición apuntada por Ballester, cabe preguntarse cómo es posible que el egoísmo y la división se agudicen por la estructura comunitaria en Sudán del Sur. La comunidad es un valor muy apreciado en África, mucho más que en las sociedades occidentales, más marcadas por el individualismo. Los africanos saben que la comunidad aporta sentido de pertenencia, identidad y cohesión social, facilita la solidaridad interna y ofrece apoyo emocional, seguridad psicológica, recursos y protección. Todos los seres humanos tienen necesidad de sentirse parte de una comunidad, pero tal vez mucho más los africanos.

No obstante, el fenómeno que se observa en Sudán del Sur responde a una exacerbación y deformación de los valores comunitarios. Se crea así una nueva forma de identificación grupal de tipo excluyente con todos aquellos que no forman parte del colectivo y que conlleva inevitablemente divisiones en la sociedad. Todo se pervierte cuando «la identidad deja de ser cultural para convertirse en un mecanismo político» que hace de la lealtad a las identidades comunes una forma de acceso y permanencia en el poder. Esta deformación de la comunidad es una buena clave de lectura para entender la situación de debilidad nacional que sufren Sudán del Sur y otros países africanos donde existen dificultades para iniciar un proceso democrático auténtico.

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