Publicado por María Rodríguez en |
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[En la imagen superior, inauguración de una planta de energía solar en Zaktubi (Burkina Faso) el 29 de noviembre del año pasado. Fotografía de Getty]
Desde que las potencias europeas se repartieran África entre los siglos XV y XIX, el continente no ha dejado de ser un pastel que dividir. Su enorme riqueza en materias primas –que siguen permitiendo el funcionamiento del sistema económico actual y el crecimiento económico fuera de sus fronteras– lo convierten en una zona estratégica que no conviene desatender. Nos lo han recordado el VII Foro de Cooperación China-África (FOCAC), celebrado el 3 y 4 de septiembre en Pekín, y la propuesta de un acuerdo de libre comercio entre Europa y África realizada el 12 de septiembre por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. El presidente chino, Xi Jinping, ofreció a los países africanos 60.000 millones de dólares, mientras que la nueva alianza que propone la Unión Europea (UE) podría suponer la creación de 10 millones de puestos de trabajo en África en los próximos cinco años, entre otros.
Aunque la aparición de China en escena pueda parecer una intromisión en las relaciones entre África y Europa, los vínculos del gigante asiático con el continente son más antiguos que los de los europeos según Yuan Wu. El autor de China y África, 1956-2006, obra que fue distribuida en la cumbre celebrada en Pekín hace 12 años, busca demostrar esas relaciones. Indica que la primera mención del África negra en los libros chinos se remonta al siglo VII; alude a las monedas y porcelana chinas descubiertas en Kenia y Zanzíbar; a la historia de un explorador chino en la costa somalí en el siglo IX; o al envío de embajadores chinos a Madagascar en el siglo XIII. «En el siglo XV la conquista y la división colonial del continente ponen fin a los intercambios amistosos entre China y África», argumenta Yuan Wu.
El Foro de Cooperación China-África se ha convertido en una importante cita. Tiene lugar cada tres años y se celebró por primera vez en 2000. Ni aquella reunión ni la que tuvo lugar en 2003 despertaron especial interés entre las antiguas metrópolis del continente, pero en 2006 la indiferencia internacional dio paso a la alerta, temiendo que sus alianzas poscoloniales pudieran verse afectadas por esta «nueva» amistad.
Si bien el acercamiento de China con el África independiente comienza ya en 1955 con la Conferencia de Bandung, la primera visita de relevancia oficial tuvo lugar en 1963, donde ya se marcó el principio que debía regir su política africana y que lo distinguiría de las políticas occidentales: la no injerencia. En los años 80, China se convirtió al capitalismo y para alimentarlo iba a necesitar materias primas. El crecimiento económico de China hizo que en los 90 perdiera su autosuficiencia respecto al petróleo e hizo de Sudán y Angola sus mejores aliados.
Así, en los 2000, tiene lugar su política de apertura e inversión extranjera. Su ayuda a los países africanos se basa en préstamos libres de intereses, créditos y construcción de infraestructuras a bajo coste. Desde entonces su influencia en el continente africano no ha hecho más que crecer. China se ha convertido en el mayor socio comercial de esta región, representando el 16 por ciento del comercio de mercancías de África. Un título que los países europeos se niegan a perder, pero que solo pueden superar unidos. Así lo expresó el pasado 14 de septiembre Federica Mogherini, alta representante de la UE para la Política Exterior. «Somos de lejos el primer socio de África en comercio y desarrollo», apuntó, pidiendo ser conscientes de la fuerza europea en el continente africano.
La UE representa el 36 por ciento del comercio internacional de África, así como el 40 por ciento de la inversión extranjera directa en el continente, respecto al 5 por ciento de China. Mogherini pidió dar «un próximo paso» profundizando más la relación comercial y las inversiones, y que la asociación con África sea «como iguales» y no «una relación tradicional basada en ayuda al desarrollo».
La nueva Alianza África-Europa pretende crear 10 millones de puestos de trabajo en África en cinco años, dar acceso a carreteras a 24 millones de personas, que hasta 2027 se beneficien 105.000 estudiantes y personal académico de Eramus+, que 750.000 personas reciban formación profesional «para el desarrollo de sus capacidades» y que 30 millones de personas y empresas se beneficien del acceso a la electricidad gracias a inversiones de la UE en energías renovables. Se trata de un plan sustentado en tres de los pilares que se consideran fundamentales para la mejora de la calidad de vida en el continente: empleo, carreteras y educación, pero que se olvida de uno que se requiere para que esas relaciones sean «como iguales»: la industria.
Los diferentes acuerdos comerciales que Europa ha establecido con África hasta la fecha son asimétricos y se rigen por valores como la buena gobernanza, derechos humanos, protección del medio ambiente o sostenibilidad de la deuda. China, por su parte, defiende la soberanía de los países africanos y la no injerencia en asuntos de Estado. No obstante, si los países africanos son cada vez más proclives a no aceptar las condiciones de sus socios occidentales, también es cierto que la percepción sobre la presencia china en África ha ido cambiando, principalmente por la opinión pública. Los productos chinos tienen fama de ser de mala calidad y los trabajadores del país asiático apenas se comunican con los nacionales. Otra crítica es el no respeto a los derechos laborales o los daños medioambientales.
Aunque China defiende el acuerdo «ganador–ganador», muchos señalan que también se trata de un intercambio desigual y que contribuye al endeudamiento de los africanos. África se encuentra entre dos potencias y su respuesta a lo que le han ofrecido hasta ahora podría resumirse en esta frase de un diplomático de Congo recogida en el prólogo del libro La Chinafrique de Serge Michel y Michel Beuret: «Los chinos nos ofrecen cosas concretas, y Occidente valores intangibles. Pero, ¿para qué sirven la transparencia y la gobernanza si la gente no tiene electricidad ni trabajo? La democracia no se come».
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