Publicado por Gonzalo Vitón en |
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En 2020 muchos espacios se cerraron a causa de la pandemia, pero hubo otros que abrieron ese mismo año. El P. Fabrizio Colombo, misionero comboniano italiano nacido en 1967, quería desarrollar un festival ligado al mundo de la afrodescendencia. Lo había intentado en Roma, pero fue en Brescia donde se hizo realidad. Con una amplia experiencia en el mundo cultural y artístico, algo que se ve claramente en la dirección de un festival que ya ha cumplido un lustro y que busca reflejar que «África se ha desbordado, ha pasado los confines con la diáspora», Colombo afirma que «no se puede hablar únicamente del continente a 5 000 kilómetros de distancia, sino de un África que ahora está diseminada por todo el mundo». Ello también influye en su idea de Misión pues, como añade, «para mí, como comboniano, esta también es la Misión. La idea de que la Misión es el misionero que parte a 5 000 o 6 000 kilómetros al África negra no existe. En realidad sí existe todavía, porque allí hay otros problemas, otras cosas, pero existe también aquí. Para un comboniano en Europa esta es la Misión, precisamente porque se ha creado una situación, incluso social y política, que es un desafío para la Iglesia y para los misioneros aquí», añade.
A partir del Decenio de la Afrodescendencia (2015-2024) «nace la idea de hacer un festival que junte música, arte, cine y todas las formas de arte afroeuropeo. Detrás, obviamente, hay valores que son típicos de la lucha de la afrodescendencia, como la lucha contra el racismo y la discriminación. Y aquí, en Italia, sobre todo aquello que es la lucha por el derecho de la ciudadanía» explica el P. Colombo. Un festival que, al poco de nacer, dio lugar a un proyecto más amplio. En la casa de los misioneros combonianos de Brescia se habilitó un lugar para que «el mundo afrodescendiente pueda encontrar espacios para crear, ya sea en el mundo musical, ya sea desde el punto de vista del vídeo, la fotografía, desde el arte, el pódcast, etcétera, de modo que el festival no sea solo un momento del año, pues durante el resto del tiempo hay eventos en este centro», nos cuenta el P. Fabrizio.
En un contexto europeo de ascenso de la extrema derecha y sus discursos antiinmigración que no reconocen la existencia de una Europa multicultural y con numerosas identidades, Hadija Francesca Sanneh (Brescia, 1997), una de las coordinadoras de Afrobrix, afirma «que lo lindo es celebrar una identidad, pero una identidad entendida como un concepto de apertura». El proyecto Afrobrix busca celebrar esa identidad a través de la creatividad y la creación artística en todas sus dimensiones. Para ello, la libertad es fundamental pues, según recogen en su manifiesto, «no puede existir el ejercicio de la creatividad sin libertad», que entienden tanto desde un punto de vista artístico –«yo vivo esta libertad porque en este sentido no limitamos la forma artística», asegura el P. Colombo–, como desde un punto de vista sociopolítico. En este sentido, Sanneh explica que «además de la demarcación fenotípica, hay toda una cuestión de concepción de clase que limita mucho la libertad de la mayoría de los afrodescendientes. Porque la mayoría, dentro o fuera de África, siguen viviendo en situación de precariedad económica, que se deriva totalmente de la historia y de los órdenes políticos y económicos globales. (…) Si una persona tiene dificultades para llegar a fin de mes, no puede pensar en hacer música. O como ocurre tantas veces a gran escala, muchos jóvenes migrantes tienen como sueño algo artístico, que puede ser la música, el cine o la danza, y esas historias se pierden porque tienen que sobrevivir».
Aunque los voluntarios y organizadores facilitan la dinámica del festival, existen varios desafíos. El primero y más evidente es la cuestión financiera, que mantiene la autosostenibilidad como uno de los retos principales. También destaca el desafío político, pues aunque en la ciudad de Brescia gobierna una corporación afín a las sensibilidades del Afrobrix, no ocurre lo mismo a nivel regional, donde rige una coalición de derechas. Según el P. Colombo, «nos parece bien, pues significa que estamos señalando con el dedo lo correcto». A esto se le suma un desafío narrativo porque, como añade el misionero comboniano, «en el mundo asociativo, católico o no católico, cuando la gente habla de África, se refiere a un continente que tiene problemas, a la guerra, al hambre, a la corrupción, al comercio de armas (…). Con Afrobrix tenemos el reto de decir: “No, hay otra narrativa posible”».
Además de estos desafíos también se han encontrado con el reto de mantener la novedad y ser un reflejo del entorno. «Más que nada, tener un poco de sentido de lo que está pasando ahora en la sociedad y en el mundo afro, así como en la evolución mundial del pensamiento y de las narrativas. El Festival tiene que ser un poco espejo de eso», expresa el P. Colombo cuando hablamos de las mayores dificultades para un evento como el Afrobrix.
La primera parte del festival tuvo lugar entre el 6 y el 8 de septiembre, aunque los conciertos del último día se cancelaron por las lluvias. Sin embargo, se pudo disfrutar de una buena muestra de la emergente escena musical afroitaliana. Big Boa, Trio Brazuka, Samia, Thoe, Em, Yusbwoi y Epoque fueron los grupos y artistas que se subieron al escenario en la V edición del Festival. Una mezcla de estilos en la que tuvieron protagonismo el jazz, el rap o el afropop, para terminar con ritmos del afrobeats. Además de la parte musical, se pudo disfrutar de una amplia oferta gastronómica y de artesanía, con representación de varios países africanos.
Entre el 15 y el 17 de este mes tendrá lugar la segunda parte del Festival que, para el P. Colombo, es «donde están las ideas, el contenido fuerte». Por un lado, cuentan con un concurso de cortometrajes afroeuropeos al que suelen invitar a directores procedentes de varios países europeos. Por otro lado, cuentan con una selección de películas afroeuropeas como Le Marchand de Sable, del director afroparisino Steve Achiepo, o Dahomey, de Mati Diop, que fue galardonada el pasado mes de febrero con el Oso de Oro de la Berlinale, aunque también introducen alguna película del continente africano, como Goodbye Julia, del director sudanés Mohamed Kordofani. A la oferta cinematográfica –que este año tendrá lugar en los cines Nuovo Eden, la sala independiente más importante de la ciudad–, se le suman una serie de propuestas artísticas, charlas, coloquios y conferencias que intentan escapar del formato tradicional. Francesca Sanneh explica que tratan de «llevar la parte analítica a través de una conversación que pueda hacer que la gente entienda la teoría del tema que se trata, pero siempre acompañado de la experiencia» que, por ejemplo, toma forma de espectáculos de danza, como en la edición de 2023. Con esta combinación han conseguido atraer a todo tipo de público a las reflexiones que propone el Festival.
Para Sanneh, una de las cosas que más le gustan del Afrobrix es la fusión de distintas raíces, orígenes y realidades, «cuando las cosas se mezclan. Por ejemplo, que esté tocando una banda afrobrasileña y haya señoras senegalesas bailando como si escuchasen música de su país». Son momentos, según la coordinadora, en los que se cierra el círculo, pues «se entretejen temas que tienden a no ser la misma cosa, pero que vienen de algo común y expresan algo común, en un sentido más o menos universal». Afrobrix cerrará este noviembre un círculo más, a la espera de abrir uno nuevo, entrelazado con los anteriores, en la edición del próximo año. Porque seguirá siendo necesario celebrar el afropeísmo.
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