De dónde surge el gusto por degollar

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Lídia Jorge
LA COSTA DE LOS MURMULLOS

Traducción: Felipe Cammaert

La Umbría y la Solana.

Madrid 2021, 324 páginas.

Esta no es ni mucho menos una novedad, sino un clásico contemporáneo, publicado originalmente en Portugal en 1988 y ahora afortunadamente recuperado para que quienes no lo leímos en su día enmendemos nuestro error. Nacida en Boliqueime, en 1946, Lídia Jorge es una de las más brillantes escritoras portuguesas a caballo de dos siglos. No ha caducado, sino todo lo contrario, este ambicioso fresco que, en planos de turbadora realidad fotográfica, mala conciencia y cobardía periodística, mentiras del alto mando portugués acerca de su campaña para acabar con la insurgencia anticolonial en Mozambique, y las fantasías y desengaños de las esposas y novias que quedan atrás, muestra con sensualidad e historiografía destilada lo que una novela es y puede hacer. Y que, además, sirve de papel de tornasol para tantos libros que se venden como lo que no son, y que han estropeado el gusto por la literatura y su gran capacidad evocadora: una herramienta para el conocimiento y la belleza.

De semillas como esta surgen grandes logros contemporáneos como Cuaderno de memorias coloniales, de Isabela Figueiredo (encarecidamente recomendado aquí). Con grandes imágenes entre la ternura y el sarcasmo («¿África Austral? ¿Qué África Austral? Mozambique es para África Austral lo que la Península Ibérica es para Europa: ambas son el dobladillo de los pantalones»), y una curiosa variante para el racismo que se explaya en el sentimiento de propiedad tanto del país como de sus habitantes («ahora tengo que ir a ver a mi negra»), retrata muy bien no una conciencia adormecida, sino tan perversa como putrefacta, que redobla la culpa en la víctima ya que obliga a actuar cruelmente: «“La culpa es de ellos, del tipo de blacks que nos han tocado”, dijo el paracaidista herido. Si hubiéramos tenido unos blacks fuertes, duros, aguerridos, nosotros los colonos habríamos dejado de lado nuestra debilidad».

La costa de los murmullos ofrece un penetrante retrato de dos mujeres contrapuestas (y con ellas de la blancura y la voluntaria ceguera de buena parte de la sección femenina que acompañó en la aventura africana a militares y colonos en su labor de civilizada esquilma y elevada conciencia de clase), y de lo que el periodismo es y debe ser («La información, venga de donde venga, es siempre incómoda porque supone siempre el peligro de que una parte de nuestro invisible cuerpo quede expuesta. A nadie le gusta que la información aparezca»). Pero la novela se adentra en arenas movedizas, psicológicas y morales, cuando se pregunta por qué un muchacho que parecía predestinado a convertirse en un gran matemático deviene en asesino capaz de empalar las cabezas de sus enemigos, como un remedo de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas: «ella conocía la trayectoria de Luís Alex, y lo que procuraba era identificar finalmente el momento, el brillo, la palabra que desencadenaba en la persona el gusto por degollar». Un espejo portugués, un espejo europeo, un incómodo espejo universal sobre la condición humana.

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