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En portada, Peruth Chemutai, con los brazos abiertos, celebra la medalla de oro que conquistó en la prueba de 3.000 metros obstáculos durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. La atleta ugandesa intentará revalidar su título en París, donde, del 26 de julio al 11 de agosto, se celebrará una nueva edición de este acontecimiento deportivo planetario. Al igual que Chemutai, muchos atletas africanos se preparan para la competición. El continente intentará superar los 37 metales conseguidos en Tokio, mientras que los atletas de 27 Estados africanos buscarán entrar en la historia obteniendo por primera vez medalla para sus países.
Los Juegos Olímpicos, como casi todas las realidades humanas, están marcados por la ambigüedad. Los mueven fuertes intereses económicos y, sin menospreciar el esfuerzo y el talento de los atletas, suelen ser los países más poderosos –los que pueden invertir en grandes programas deportivos y no dudan en nacionalizar a atletas de otras latitudes para que defiendan sus colores– los que terminan por llevarse la efímera gloria de las medallas. Con todo, los Juegos representan un magnífico escaparate de nuestra común humanidad, donde hombres y mujeres de todas las naciones, razas, culturas y religiones compiten pacífica y amigablemente. El deporte, es cierto, une a las personas, pero no siempre.
Desde hace años se habla en España de racismo en el fútbol. El periodista Moha Gerehou nos recuerda que esta lacra social está bastante generalizada en todos los niveles de este deporte, aunque «ni siquiera el 20 % de quienes sufren racismo presentan quejas, reclamaciones o denuncias». A pesar de que atentan contra la dignidad humana, las actitudes racistas están más extendidas de lo que nos gusta admitir y van más allá del deporte, siendo sobre todo las personas negras quienes las sufren. En MUNDO NEGRO queremos dar voz a las personas que lo padecen en su propia carne con la esperanza de que sus testimonios nos ayuden a abrir los ojos ante esta realidad.
Otra forma de atentado contra la dignidad humana es la que viven muchas personas migrantes en los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE). Nos hacemos eco del bien documentado Informe CIE 2023, que el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) presentó en el Congreso de los Diputados el pasado 10 de junio, y como misioneros apoyamos sus conclusiones. Pedimos el progresivo cierre y desaparición de estos centros por las situaciones injustas que se viven en ellos y que generan tanto sufrimiento.
Pero tal vez sea la desigualdad creciente en el mundo la principal causa de sufrimiento para los seres humanos. Con todos los matices que pueda suscitar la figura del presidente de Kenia, Willian Ruto, la carta que ha dirigido a los países del G7 nos parece acertada. Sin «una reforma urgente de las reglas internacionales» de la economía, los pobres serán cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos. Solo un dato: en las dos primeras décadas de este siglo, la mitad de la humanidad más pobre se ha beneficiado solo del 1 % del incremento global de la riqueza, mientras que el 50 % de ese incremento ha ido a las manos del 1 % más rico. Acertado también el papa Francisco en la cumbre del G7: «La humanidad afronta una crisis de deuda que genera miseria y privaciones incompatibles con la dignidad humana».
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