Denigrar a una raza es la antesala del asesinato

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James Baldwin
La próxima vez el fuego

Traducción de Paula Zumalacárregui

Capitán Swing 

Madrid, 2024. 80 págs.

Algunos libros nos permiten abrazar el mundo. La próxima vez el fuego es una obra hermosa e hiriente, obra de uno de los novelistas del siglo XX: James Baldwin. Capitán Swing nos sirve este libro formado por dos cartas («Tembló mi celda» y «A los pies de la cruz») en las que deja clara, negro sobre blanco, la persistencia del racismo en la sociedad estadounidense y hace de eco en la nuestra, donde en tantos campos escuchamos insultos inaceptables. Se lo dice Baldwin a su sobrino en la primera de esas misivas: «Lo único que puede destruirte es que creas a pie juntillas los insultos racistas de los blancos». Sigue vigente la acusación contra su país por los crímenes que ni el tiempo ni la historia perdonarán jamás: «Han destruido y siguen destruyendo cientos de miles de vidas y ni lo saben ni quieren saberlo». 

Este libro propone una tarea hercúlea y acaso quimérica: ayudar a los blancos a liberarse de una historia que no entienden. Tras desafiar a su padre, Baldwin quiso estudiar, aunque no albergaba falsas esperanzas. Las humillaciones son tantas –desde la infancia en el Nueva York de los años 20 del siglo pasado hasta los campos de batalla europeos: «el trato dispensado a los negros durante la Segunda Guerra Mundial marca un punto de inflexión en nuestra relación con Estados Unidos»– que admira el control que el autor ejerce sobre pensamiento y prosa: «Los blancos de este país ya tienen bastante con aprender a aceptarse y quererse a sí mismos y entre ellos y, cuando lo consigan, que no será mañana ni quizá nunca, el problema de las personas negras dejará de existir». Me temo que ese reloj no solo ha vuelto a retrasarse con el regreso de Trump a la Casa Blanca, sino algo peor. La teología política protestante lleva siglos proclamando que Dios está de su parte. 

Si Baldwin se salvó fue primero gracias a la Iglesia y después a la literatura, pero nunca renegó ni de su condición ni de sus convicciones. Pasó «tres años en el púlpito», y allí experimentó lo que yo, apenas como esporádico feligrés curioso, entreví en Harlem: «La Iglesia era muy emocionante. Me llevó mucho tiempo desvincularme de aquella emoción y, en el nivel más ciego y visceral, no me he desvinculado nunca ni lo haré jamás. No hay música como esa ni teatro como el de los santos regocijándose».

Hay muchas frases que siguen resonando: «No puede exagerarse la brutalidad con la que se trata en este país a las personas negras, aunque los blancos no estén dispuestos a escucharlo». Es muy revelador de la humanidad de Baldwin su relación con el líder de Nación del Islam, Elijah Muhammad: «Le dije a Elijah que me resultaba indiferente que los blancos y los negros se casaran entre ellos y que tenía muchos amigos blancos. No tendría más remedio, llegado el caso, que morir con ellos, pues –esto lo pensé, pero a Elijah no se lo dije– amo a pocas personas y ellas me aman a mí, y algunas son blancas, pero ¿acaso no es más importante el amor que la raza?». Y una que es quizá el mejor mensaje de La próxima vez el fuego: «La glorificación de una raza y la consiguiente denigración de otra –u otras– ha sido y siempre será la antesala del asesinato». 

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