Publicado por Gonzalo Gómez en |
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Desde hace más de una década, la Fundación Mujeres por África ha puesto especial interés en el cine –el que hacen las directoras africanas– como un lugar estratégico desde el que comprender y pensar las transformaciones sociales. A través de sus sesiones, programadas bajo el título «Ellas son cine» y comisariadas por Guadalupe Arensburg, la Fundación trae cada año una selección de películas de diversos países africanos. En la última edición del programa se proyectó Banel y Adama, de la senegalesa Ramata Toulaye Sy (Ver MN nº 693, p. 51), en cuyo coloquio posterior estuvo presente Fatou Kiné Sène, crítica de cine de ese país de África occidental.
El interés de Kiné Sène por el cine comenzó en la infancia. «Todos los miércoles proyectaban películas en mi colegio y después de cada sesión había un debate», recuerda. Una película la marcó: Rue Cases Nègres, de Euzhan Palcy, sobre una novela de Joseph Zobel. «Es una película iniciática que habla sobre los negros, pero principalmente sobre la infancia. Me iluminó en muchos aspectos», dice. Años después, su jefe le pidió un día cubrir un estreno en el cine París, en Dakar. «La película era Harry Potter. A partir de ese momento, empecé a ir todos los miércoles, el día de los estrenos». Fue su punto de transición hacia la crítica cinematográfica, que culminó cuando participó en una convocatoria organizada por la Federación Africana de Críticos de Cine. «Me postulé y fui a mi primer FESPACO, el Festival Panafricano de Cine y Televisión de Uagadugú (Burkina Faso), donde cada dos años los cineastas africanos y de la diáspora confluyen», dice la senegalesa rememorando la formación que recibió de Clément Tapsoba, primer presidente de la citada Federación. Desde entonces, Kiné Sène ha publicado sus críticas en la web Africine, ha sido presidenta de la Asociación Senegalesa de la Crítica Cinematográfica y llegó a convertirse en presidenta de la Federación Africana de Críticos de Cine. Sus trabajos le han permitido viajar por todo el mundo, asistiendo a festivales como Cannes, el Festival Internacional de Cine de Mujeres en Salé (Marruecos) o el Festival Films Femmes Afrique, de Dakar (Senegal). Actualmente es la jefa de cultura y sociedad de la Agencia de la Prensa Senegalesa. «Estoy especializada en cinematografías africanas, pero, como críticos, no nos limitamos a ver solo películas del continente; queremos estar abiertos para ver lo que pasa en otros lugares».
Precisamente, una de las posturas más firmes de la senegalesa es su rechazo a que el cine y la literatura de África estén a menudo confinados en secciones especializadas. Según ella, esta clasificación «debilita al cine africano», que debería insertarse en las secciones generales para que las obras sean vistas como parte del contexto global. «Tener secciones especializadas es como si no estuviéramos ejerciendo una profesión que es universal», dice. «Hoy en día vemos el avance del cine asiático en la escena internacional y siempre nos preguntamos por qué las películas africanas no pueden tener la misma notoriedad. ¿Por qué son películas aparte? Creo que cuando ves Touki Bouki, de Djibril Diop Mambéty, aclamada en todo el mundo, te das cuenta de que los africanos hacen películas como los demás, con las mismas técnicas. Podemos tener nuestras historias singulares, pero no entiendo por qué no tienen la misma notoriedad que otras», dice.
Kiné Sène señala la variedad que hay en las distintas filmografías africanas. En concreto, la senegalesa destaca tanto por su diversidad como por su evolución temática. Desde su primera película, de 1955, Afrique sur seine, dirigida por Paulin Soumanou Vieyra y otros autores, hasta las obras de cineastas como Ousmane Sembène –La noire de…, Moolade, etc.–, el cine senegalés ha explorado una amplia gama de temas que van desde la colonización y la independencia hasta las problemáticas contemporáneas. «Hoy en día también hay mujeres jóvenes que aportan cosas nuevas. Por ejemplo, abordan problemáticas rurales, de los campesinos», menciona, destacando la obra de Ramata Toulaye Sy y su película Banel y Adama, cuya proyección dio origen a la conversación.
La diáspora también juega un papel importante en la cinematografía senegalesa. Cineastas como Mati Diop exploran el tema de las migraciones y las experiencias de los jóvenes africanos en el extranjero. La crítica destaca, entre otras, Un air de Kora, de Angèle Diabang, que aborda las relaciones interreligiosas a través de una historia de amor entre una chica musulmana y un monje cristiano. La cinta ganó el Poulain de Bronce del FESPACO en 2019 en la categoría de cortometraje.
La conversación va saltando de película en película y se detiene en Jusqu’a à la fin des temps (Hasta el final de los tiempos),de la argelina Yasmine Chouikh. «Es un film muy bonito sobre la vida y la muerte. Es la historia de dos sexagenarios que se enamoran en un cementerio. Es una película cómica y hermosa que cambia nuestra percepción de la muerte. Nunca la olvidaré», dice tras recomendar un buen puñado de títulos más, en especial de su país. «Sin embargo, el cine de Senegal ha tenido que enfrentar una situación difícil en los últimos tiempos. Desde 2021, pero sobre todo desde los primeros meses de 2024, la inestabilidad política y social ha tenido un impacto considerable en la producción cinematográfica. Nos afectó mucho, no había rodajes ni proyecciones», apunta Kiné Sène, recordando que la inseguridad y el miedo a salir a la calle paralizó estrenos y proyecciones y llegó a incidir incluso en la famosa Bienal de Dakar de arte contemporáneo, que tuvo que posponerse.
A menudo hablamos de cine africano, pero no existe un cine africano o europeo per se, sostiene la periodista, «es la historia lo que define la dimensión de la película. Vivimos en un mundo global donde todas las preguntas pueden interpelar a cualquiera, esté en África o en cualquier parte», defiende. Además, según enfatiza, «lo local nos puede llevar a lo global, y es importante que las historias particulares de un territorio sean contadas y comprendidas más allá de sus fronteras». La accesibilidad y popularidad del cine que se hace en África han aumentado gracias a las plataformas digitales. Ahora mismo, las películas de Nollywood, industria cinematográfica nigeriana, se ven en todo el continente. Como atestigua Kiné Sène, los canales de televisión en Senegal transmiten estas historias continuamente –incluso menciona a las redes sociales–, aunque «la magia del cine no puede compararse a lo que vemos allí, que son cosas efímeras que pasan rápido y se pierden. Cuando ves una película, aprendes algo o te despierta emociones sobre un tema determinado que quien dirige quería mostrarte a través de una película. Podemos estar de acuerdo o no. Pero yo creo que el cine sirve para despertar conciencias», sentencia la experta en cinematografías africanas, cuyas producciones demuestran, con sus historias y calidad, que no solo deben tener un lugar en las secciones generales, sino que también son esenciales para comprender la riqueza de la narrativa cinematográfica global.
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