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Por Boniface Gbama y Gonzalo Vitón
La inauguración de la Gran Presa del Renacimiento (GERD, por sus siglas en inglés) ha marcado un hito histórico para Etiopía. El presidente y el primer ministro etíopes, Taye Atske Selassie y Abiy Ahmed, respectivamente, presidieron la ceremonia en Guba el 9 de septiembre, dos días antes de la celebración del Año Nuevo etíope. Se trata de la infraestructura hidroeléctrica más grande de África, construida sobre el curso del Nilo Azul, a unos 20 kilómetros de la frontera con Sudán y a 750 de Adís Abeba. El muro de la presa alcanza 145 metros de altura y se extiende por casi dos kilómetros de longitud. El presupuesto requerido ha sido de 4 300 millones de euros, una inversión faraónica destinada a crear una fuente estable de energía para 118,5 millones de etíopes, de los cuales el 45 % aún no tiene acceso a electricidad.
Diseñada para almacenar hasta 74 000 millones de metros cúbicos de agua, la GERD generará una potencia de 5 150 megavatios, cinco veces más que la central nuclear de Cofrentes, la más grande de España. Así, su puesta en marcha se interpreta como un paso determinante en la estrategia de desarrollo impulsada por el Ejecutivo de Abiy Ahmed. Los objetivos de este megaproyecto son claros: mejorar de manera sustancial el acceso de la población etíope a la electricidad ganando autonomía energética y, al mismo tiempo, exportar el excedente a los países vecinos. Entre ellos se encuentran Sudán, Kenia y Yibuti, aunque también hay planes para vender en el futuro a Tanzania y Sudán del Sur.
Las obras de la presa, adjudicadas a una empresa italiana, Salini, comenzaron a finales de 2010. A pesar de que el plazo de finalización inicial era de cinco años, las obras no han terminado hasta 14 años después. La deuda acumulada y otros factores ralentizaron la obra, que cobró un nuevo impulso a partir de 2018, cuando Abiy Ahmed llegó al poder. La corporación transalpina, renombrada como WeBuild en 2020, construyó un complejo en las inmediaciones de la presa que incluye colegios, hospitales, un pequeño aeródromo, instalaciones deportivas y otras infraestructuras para dar servicio a los miles de obreros que han participado en las obras, con picos de hasta 10 000 personas trabajando de forma simultánea.
La financiación de los trabajos ha recaído en su mayor parte en el Estado etíope a través de la emisión de deuda pública, de la deducción obligatoria de un mes de salario al año por parte de los funcionarios y de un impuesto especial al uso del teléfono móvil, como apunta el misionero comboniano P. Juan González Núñez a MN a través de WhatsApp. Este esfuerzo colectivo generó un sentimiento de unidad nacional y patriotismo en un país atravesado por profundas divisiones étnicas y políticas. Moges Yeshiwas, ingeniero en el proyecto de la GERD, se mostró en declaraciones a la BBC «muy orgulloso de formar parte de ello, ya que vine buscando un empleo, pero en algún momento dejé de sentirlo como un simple trabajo».
González Núñez ha contado que la inauguración de la presa ha motivado grandes manifestaciones de apoyo y celebración en Adís Abeba y otras ciudades, incluyendo un desfile de coches eléctricos por las principales arterias de la capital. Por esa razón, el Gobierno etíope ve ese proyecto energético como la expresión tangible de un orgullo nacional y la ambición de colocar al país como líder regional en la generación de energía.
En 2010, después de la firma del Acuerdo Marco de Cooperación de la Cuenca (CFA), Etiopía dio el paso definitivo hacia la construcción de la GERD. El CFA buscaba integrar a todos los países de la cuenca en la gestión y utilización del Nilo, aunque solo seis Estados lo firmaron –Burundi, Etiopía, Kenia, Ruanda, Tanzania y Uganda–, de los que únicamente tres lo ratificaron –Etiopía, Ruanda y Tanzania–. Apenas un año después, Adís Abeba inició la construcción.
Desde un principio, El Cairo y Jartum mostraron su rechazo frontal al proyecto. Sin embargo, el Gobierno etíope mantuvo el rumbo, convencido de su trascendencia. En 2015, Etiopía, Egipto y Sudán firmaron la Declaración de Principios (DoP). Este documento se limitaba a recomendar que los tres países acordasen las reglas para el llenado inicial del embalse, pero no establecía mecanismos claros para gestionar el operativo de la presa en períodos de inundaciones o sequías, algo que preocupa a Egipto y Sudán.
Para El Cairo, las negociaciones con Etiopía han llegado a un bloqueo y, por ello, ha buscado la mediación de actores exteriores como EE. UU., el Banco Mundial o la Liga Árabe. Incluso el mismo día de la inauguración, Egipto remitió una carta al Consejo de Seguridad de Naciones Unidad denunciando lo que calificó como «una medida unilateral que viola el derecho internacional». Sudán tampoco ha ocultado sus temores. A finales de junio, y junto a Egipto, reiteró su rechazo a cualquier decisión unilateral que afecte a la cuenca del Nilo Azul.
Sin embargo, Abiy Ahmed envió un mensaje conciliador a los países ribereños: «Quiero asegurarles que no pretendemos hacerles daño, sino buscar una prosperidad común», señaló en un mensaje del que se ha hecho eco RTVE. El ministro etíope de Agua y Energía, Habtamu Ifeta, afirmó en la BBC que «el proyecto no reducirá el volumen de agua que fluye hacia los países ribereños» y que «las negociaciones sobre el uso de las aguas del Nilo podrían continuar». Frente a la posición egipcia y sudanesa, fue significativa la presencia de cuatro presidentes del Cuerno de África –Kenia, Yibuti, Somalia y Sudán del Sur– durante la inauguración, así como la del presidente de la Comisión de la Unión Africana (UA), Mahmoud Ali Youssouf, y otros altos cargos.
La puesta en funcionamiento de la presa, que busca ser un símbolo del «renacimiento» etíope, también amenaza con cambiar las dinámicas regionales de poder, pues permitirá a Etiopía transformarse en un exportador de energía, colocándose en una posición de mayor influencia dentro de la región. La presa no constituye solo un proyecto de desarrollo, sino que se ha convertido en un emblema de soberanía nacional.
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