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EDITORIAL DEL NÚMERO DE MARZO-ABRIL
La aventura colonial en África, con sus luces y sus muchas sombras, tuvo como motivación fundamental la satisfacción de los intereses de las metrópolis. Tras las independencias llegó el neocolonialismo, un período todavía vivo en el que Francia demostró ser un alumno aventajado para salvaguardar sus intereses. Como explica Dagauh Komenan, el país galo estableció «una red de relaciones políticas, económicas y militares que permitieron a París mantener el control sobre los recursos naturales y las decisiones políticas» de las antiguas colonias, un sistema conocido como Françafrique.
El expresidente francés Nicolas Sarkozy quiso pasar página, desmontar ese modelo y abrir un nuevo período de relaciones con las antiguas colonias con su discurso en Dakar el 27 de julio de 2007, pero sus palabras ofendieron a los africanos. A pesar del tono y de reconocer los abusos y crímenes del colonialismo, Sarkozy abundó en prejuicios sobre el hombre africano: «No ha entrado lo suficiente en la historia». La reacción de los intelectuales del continente fue inmediata y se materializó en la obra colectiva L’Afrique répond à Sarkozy. En los años siguientes, la antipatía y el rechazo a la política francesa en África no ha dejado de crecer y se ha concretado en el distanciamiento de países como Níger, Burkina Faso y Malí, pero también de Costa de Marfil, Chad y Senegal. Y el proceso continúa.
Ante la nueva situación, el actual presidente francés, Emmanuel Macron, trata de retomar la iniciativa. En su discurso del pasado 9 de enero en la conferencia de embajadores y embajadoras franceses dijo: «No, Francia no retrocede en África, simplemente es clarividente, se reorganiza», pero sus palabras suenan poco convincentes. Además, como Sarkozy, tampoco pareció sensible al dolor de los africanos después de más de un siglo de colonización y neocolonialismo y acusó de falta de gratitud a los dirigentes africanos que habían recibido ayuda militar francesa en la lucha contra el terrorismo. «Creo que han olvidado darnos las gracias», dijo el presidente.
Así las cosas, París se queda solo porque sus antiguos socios africanos prefieren ahora apostar por otros amigos, como China, Rusia, Turquía, India o los Emiratos Árabes Unidos, aunque también vengan al continente para satisfacer sus intereses. Baste el ejemplo del último país citado, que continúa proporcionando armas a las Fuerzas de Apoyo Rápido, lo que favorece que la guerra en Sudán continúe.
Como muestra Grito africano, por el derecho a existir, el libro del sacerdote camerunés Cyprien Melibi, el ciclo esclavitud-colonialismo-neocolonialismo abrió en África profundas heridas que están lejos de cicatrizar. Siglos de historia común entre África y Europa no han conseguido el desarrollo del continente africano, ahora endeudado y confrontado a niveles de pobreza muy elevados, situación de la que ambas partes, cada una con sus matices, son corresponsables. Una sincera búsqueda del bien común basada en el respeto de la soberanía de todos los actores implicados, en detrimento de la mera satisfacción de los intereses particulares de cada uno, ayudaría a mejorar la situación. Sin embargo, nos tememos que el sistema de pensamiento dominante de este mundo todavía está muy lejos de este camino de salvación. Y África, Francia y el resto del mundo sufrimos las consecuencias.