La amenaza que ronda al capitán Traoré

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A finales del pasado mes de julio, unos 100 terroristas atacaron el campamento militar de Dargo, al noreste de Uagadugú, la capital de Burkina Faso, y asesinaron a unos 50 soldados. Dos meses antes, miembros del mismo grupo yihadista se abalanzaron sobre otra base castrense en Djibo, en el norte, y mataron a 200 militares. Estos dos incidentes, que las autoridades burkinesas intentan ocultar, son solo una muestra de la violencia a la que trata de hacer frente, sin mucho éxito, el capitán Ibrahim Traoré, líder de la junta militar burkinesa. La persona que está detrás de estos ataques es Jafar Dicko, la máxima autoridad de Ansarul Islam, rama local de Al Qaeda, quien se ha convertido en la auténtica pesadilla de Traoré. Esta es la historia de un antagonismo que desangra a Burkina Faso.

Jafar Dicko, también conocido como Yero, ascendió al mando de Ansarul Islam en 2017, tras la muerte de sus dos hermanos mayores, Ibrahim Malam y Mansour, números uno y dos de la organización terrorista. De él se sabe que no realizó estudios coránicos, que trabajó de mecánico, que es un fan de las redes sociales y de su uso para la causa yihadista y que tiene un carácter explosivo. Casado con dos mujeres y padre de cinco hijos, es el principal forjador de la alianza entre su grupo terrorista y la katiba Macina del predicador Amadou Koufa, en el vecino Malí. Su obsesión es combatir a los infieles y se mueve como pez en el agua en el norte del país, de donde es natural. 

Tras el ataque a Djibo del pasado mayo, Jafar Dicko grabó un vídeo en el que lanzaba una amenaza directa contra las autoridades burkinesas, a las que llamó «dirigentes criminales y tiránicos». No le hizo falta nombrarlos, pero todos saben que se estaba refiriendo al capitán Ibrahim Traoré y a sus hombres, los militares que se hicieron con el poder en Burkina Faso en 2022 y que, desde entonces, han lanzado una cruzada contra los terroristas que campan a sus anchas por el 40 % del territorio burkinés. Sin embargo, las cosas no van bien para Traoré, que pese a todos sus esfuerzos está lejos de poner contra las cuerdas a un yihadismo que ha mostrado una y otra vez su resiliencia. 

En el altar de este combate patrio, el líder de la junta militar burkinesa ha sacrificado las libertades en su país. Activistas de derechos humanos, periodistas y miembros de la maltrecha clase política sufren desapariciones, cárcel, exilio o alistamiento forzoso en el Ejército si osan levantar la voz o mostrar un atisbo de crítica contra el régimen. En paralelo, y gracias a una estudiada campaña de marketing, Traoré se ha ido fabricando en las redes sociales una imagen de líder panafricanista y anticolonial que seduce a millones de personas en todo el mundo mientras sortea intentos internos de desestabilización, tanto reales como inventados, que dan fe de su auténtica obsesión: permanecer en el poder a toda costa.

Jafar Dicko sabe de la importancia de la imagen y, a golpe de poner muertos sobre la mesa, es el principal artífice del desgaste del capitán, que crece en los rincones y las zonas de sombra de un régimen que vive en la precaria contradicción de presentarse como libertador a la vez que presenta claros perfiles liberticidas.

El capitán Traoré se puede vanagloriar del apoyo de decenas de miles de compatriotas que han creído en su cruzada contra el mal, pero que nadie desprecie las causas profundas que han movido a miles de personas a abrazar la causa de Dicko. La pobreza, la injusticia o incluso la discriminación étnica son razones a veces más poderosas que el patriotismo.



Fotografía: Sergey Bobylev / Getty


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