Publicado por Alfonso Armada en |
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Península.
Barcelona 2025.
276 págs.
José María Herrera, notable novelista y pensador, desmiente en su ensayo La musa política que la novela haya muerto. Con frecuencia una de las mejores maneras de contar un mundo desgonzado es novelándolo, y África es un vivero de fondos y formas narrativas. En él irrumpe Ebbaba Hameida (Hagunia, 1992) con Flores de papel. Cuenta con palabras cristalinas desde la memoria, la sensibilidad y el conocimiento saharaui el gran pecado geopolítico que todo español con conciencia siente como una traición. El libro, que fluye como un río de arena, se sirve de tres mujeres: Leila, Naima y Aisha –abuela, madre e hija– como emocional y riguroso hilo conductor lleno de minuciosos detalles de su existencia, lengua, costumbres, gracias y desgracias. La historia del antiguo Sahara español, que fue provincia, la Marcha Negra –como tachan los saharauis a la Marcha Verde–, el éxodo a la inhóspita hamada argelina y la búsqueda de una identidad mientras esperan que la justicia internacional comparezca, se despliega ante nosotros en breves capítulos: la colonia, el exilio y el choque cultural de Aisha, hermana gemela de Ebbaba, primero en Italia, luego en Extremadura.
Escrito en segunda persona, como si la autora se contara a sí misma y a nosotros su peripecia y la de su pueblo desterrado, Flores de papel despliega musicalmente tres movimientos de tres mujeres, tres conciencias, tres maneras de estar en el mundo: la de la nómada que calla sus pensamientos mientras amasa ladrillos con su marido; la enfermera que entiende el dolor de los demás mientras lucha contra el invasor, y la niña que viene de esos dos wadis –cauces secos que la lluvia reaviva– que atesora y arrastra en una aventura europea que emprende a los seis años. Su insospechado fruto es este libro, hijo de la asombrosa escritora en que se ha convertido Hameida. Su libro consigue plasmar y hacer sentir lo que muchos ensayos y reportajes no lograron. Porque el vínculo que una buena novela como esta establece es una comunión espiritual entre dos desconocidos: lector y autor. Emoción lírica, sí, pero con impecable trasfondo político e histórico.
Ahora que el actual Gobierno progresista español se ha alineado con Trump, Francia e Israel avalando el imperialismo marroquí y volviendo a traicionar la causa saharaui, este libro se convierte en un formidable artefacto artístico y político. Las novelas no cambian el curso de la historia, pero pueden atizar la conciencia como un fuego interior. Cuando Aisha/Ebbaba descubre en una biblioteca de Extremadura la historia prohibida de su país de arena y se desata su oscura rabia yo, como lector, me rompo y lloro miserablemente. Flores de papel está escrito en estado de gracia, como si la autora hubiera refinado su talento periodístico para ponerlo al servicio de una narración que avanza como los faros de un Land Rover en la noche del desierto: para que veamos el cielo estrellado y las fogatas encendidas de su pueblo. Esta es la novela que los saharauis necesitaban: para que se les viera y reconociera como merecen, y para que a los españoles se nos caiga la cara de vergüenza. Leerlo, compartirlo, sacar consecuencias morales y políticas no basta, pero es una genuina forma de redención.
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