Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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La rua de Libertad d´Africa –o rua de Lisboa, como la conoce todo el mundo– es la calle más emblemática y transitada de Mindelo, con sus pasos de peatones de colores, sus edificios coloniales, el Mercado Municipal, las tiendas de recuerdos llenas de imágenes de Cesária Évora, el Palácio do Povo y, frente al mar, el Centro Cultural. De ella, a media altura, nace la rua São João, más estrecha y de único sentido, por la que uno debería pasar si, en un descuido, ha extraviado su documento de identidad, las llaves de casa o las gafas para la presbicia. Quizá estén allí, en el escaparate de Foto Djibla. Objetos de uso diario y fáciles de perder como cartillas sanitarias o tarjetas de crédito esperan a sus dueños junto a fotografías tamaño carné.
Aunque puede que lo que uno vaya a buscar a este local sea algo más sentimental, más querido: una foto de sus abuelos cuando aún eran jóvenes o de su tía bailando en el carnaval del 81. Puede que estén allí, en el inmenso archivo que Daniel Pinto Mascarenhas –Djibla le apodó de niño su hermano mayor y así le llama la gente–, ha ido ampliando desde los años 50, documentando con sus cámaras la vida de la isla de São Vicente. En el sótano del local conserva más de 60 000 negativos organizados en cajas, con copias de álbumes y referencias de personas, lugares y días anotadas en multitud de cuadernos.
Djibla nació hace 84 años en la isla de Maio. Su familia se trasladó a Mindelo, en São Vicente, cuando él tenía cuatro años, y a lo largo de su vida se ha dedicado a muchas cosas: fotógrafo, empresario, inventor, dibujante, cronista social, comentarista político, bromista o cuidador de personas con enfermedad mental. Además, es un amante del mar. Homenajeado en varias ocasiones, su historia es, sin duda, apasionante.
Me invita a desayunar con su hija Karina en Mindelo Residencial, un pequeño hotel de la familia a pocos pasos de Foto Djibla. Después de la cachupa y la fruta fresca, cruzamos la calle y entramos en Óptica Djibla, donde trabaja Karina. A estas horas es un ambiente tranquilo para la entrevista.
—¿Cómo empezó a interesarse por la fotografía?
—Estaba estudiando en el Liceo, con 14 años, cuando oí hablar del negativo, del positivado, y aquello empezó a gustarme. No había apenas cámaras fotográficas en la isla. Recuerdo a un representante de Kodak y a dos fotógrafos que hacían fotos para documentos. Conocí a un chico holandés de mi edad que había venido con su padre, al que habían contratado como técnico en una fábrica de cigarros. Al chico también le gustaba la fotografía. A la vuelta de un viaje, el padre trajo de Holanda una cámara, una ampliadora, revelador y fijador, y fuimos descubriendo para qué servía cada cosa. Llegamos a montar una cámara oscura con una tienda de lona. Hicimos un agujero por donde entraba el sol y tomamos nuestras primeras fotografías, aprendiendo a controlar la cantidad de luz.
Los dos amigos se fueron profesionalizando. Compraban película y papel fotográfico y retrataban a sus compañeros del Liceo, al principio gratis, luego ya no. Aunque Djibla disfrutaba, su idea al acabar el Bachillerato y cumplir el servicio militar era estudiar Medicina. Sin embargo, estalló la guerra colonial en 1961 y Portugal movilizó a miles de soldados para combatir en Angola, la mitad reclutados en las colonias, así que lo que iban a ser dos años de servicio militar se convirtieron en cuatro. Medicina le llevaría otros seis años y no quería esperar tanto para trabajar. Se había llevado a Angola el equipo fotográfico y, como allí mejoró mucho, regresó a Cabo Verde con otra idea. En 1967 abrió el estudio de la rua São João y se especializó en fotos de carné, retratos de familia y reportajes sobre lo que ocurría en la isla, que era lo que más le gustaba. Cuando sucedía algo importante, le avisaban, se montaba en la moto y acudía al lugar con su cámara. Volvía, revelaba las fotos y las colocaba en el escaparate de su estudio para que toda la gente pudiera verlas.
—Nadie hacía reportajes de este tipo. Ponía las fotos en el escaparate y escribía, por ejemplo: «El coche dio una vuelta de campana y murió una persona». Venían muchas personas a informarse. En esa época no había televisión y la información tardaba mucho en llegar. Veían las fotos y las comentaban: «¡No, no fue una vuelta de campana. Fueron tres!». Todavía hoy la gente tiene el hábito de pasar y mirar el escaparate para ver si hay noticias –interviene Karina.
El escaparate era un blog callejero, una especie de Facebook primitivo donde los mindelenses se enteraban de sucesos y eventos sociales. Tras el cristal, Djibla también colgaba recortes con consejos médicos, fotomontajes o viñetas satíricas que él mismo dibujaba. Se convirtió en el fotógrafo de referencia y retrataba a grandes personalidades del país como Cesária Évora o Bana –conocido como el Rey de la Morna–, a artistas que llegaban desde Europa, al presidente y a los ministros portugueses y, en 1990, al papa Juan Pablo II, el primer pontífice que pisaba suelo caboverdiano. Trabajaba incluso estando de vacaciones en la isla de Boa Vista. Se llevaba una lona blanca a la playa y, entre baño y baño, retrataba a la gente. También recibía encargos más complicados, como hacer la inspección visual de los barcos atracados en el puerto.
—El capitán me pedía fotografías de las hélices y yo tenía que bucear para hacerlas. Iba con un compañero: él redactaba un informe sobre el estado del casco y yo tomaba las imágenes. Una vez, tras pasar una hora bajo el agua, salí a la superficie. Pero él no. Cuatro días después apareció su cabeza, sola, con marcas de dientes de tiburón. De eso hace ya 35 años.
Tras unos segundos en silencio, con la mirada algo perdida recordando aquel episodio, comienza a explicar cómo protegía su cámara del agua.
—Usé la cámara de una rueda de coche y con ella fabriqué una carcasa para mi cámara fotográfica. Por delante coloqué un vidrio y por detrás, para que no entrara el agua, dos trozos de madera que apretaba con una cuerda. La goma blanda me permitía manejar los controles. Tardé en comprarme una Nikonos [una cámara acuática]. ¿Sabes? A mí me llamaban Professor Pardal.
[El Professor Pardal es como se conoce en Portugal a Gyro Gearloose, el inventor de Patópolis, amigo del Pato Donald. En España lo llamaron Ungenio Tarconi].
—¿Ha inventado usted muchas cosas?
—Me gustaba. En casa inventé un sistema de bombeo para que el agua llegara al piso de arriba.
Siempre movido por esa inquietud por innovar e incorporar la tecnología que ya se usaba fuera del archipiélago para ponerla al servicio de la comunidad, muchos le recuerdan como el hombre que llevó la televisión a Mindelo. A comienzos de los años 70, en los años previos a la independencia de Cabo Verde, cuando aún no había televisión en la ciudad, Djibla reunió a un grupo de amigos, organizaron una colecta y compraron unas antenas que instalaron en Monte Verde, la montaña más alta de São Vicente, a ocho kilómetros de la ciudad. Desde allí lograron captar las señales que llegaban desde las islas Canarias y Dakar (Senegal), y veían los noticiarios y los partidos de fútbol. Karina cuenta que, por la noche, desde la ciudad se veía a los coches que subían hacia el monte. Más tarde instalaron un repetidor para que la señal llegara hasta el centro. Para quienes no tenían televisor en casa, Djibla colocó dos aparatos encima del escaparate de su estudio.
—La calle se llenaba. Recuerdo una vez viendo el mundial de fútbol, no sé si el de Argentina o el de México. Era de madrugada, por la diferencia horaria.
—¿Era la única forma de poder ver los partidos?
—Sí. La alternativa era esperar a que llegara a la isla un casete de Betamax con las grabaciones un mes después.
—¿Y usted los veía con la gente?
—Yo no veía mucho el fútbol. No me gustaba demasiado. Lo ponía y luego me pasaba por allí.
—¿Hacía todo esto de forma desinteresada? ¿Gratis?
—Sí, gratis.
Su compromiso con el bien común lo llevó a implicarse en la vida política. Antes de la independencia exponía en su escaparate comentarios sutiles, cargados de ironía y crítica hacia el régimen dictatorial de Salazar. Apoyó a los luchadores por la libertad de Cabo Verde y, ya con el multipartidismo, fue diputado nacional por la isla con Movimiento por la Democracia, siendo muy crítico con el Partido Africano para la Independencia de Cabo Verde. Cofundó Radio Morabeza, una emisora volcada en la cultura caboverdiana, pero también abierta al exterior, con un espíritu innovador y cercana a las comunidades.
—Su hija me contaba que tiene una sensibilidad especial con las personas con enfermedad mental que viven en la calle.
—Siempre hemos tenido una especie de conexión. Se me acercaban, me hablaban, supongo que porque siempre les he hablado con naturalidad, como a cualquier otra persona. Les ayudaba, les afeitaba, les cortaba el pelo, les duchaba, lavaba su ropa, les daba comida. Conmigo sentían una cercanía especial.
—¿Le pedían que les fotografiara?
—Sí. Luego les daba las fotos y ellos las vendían en la ciudad. Todo el mundo los conocía.
En los negativos y álbumes fotográficos que Djibla guarda cuidadosamente están los retratos de estas personas con enfermedad mental a las que ayudaba, junto con retratos de otros vecinos, celebraciones familiares, escenas callejeras… La memoria visual y colectiva de São Vicente a lo largo de los últimos 60 años. Un archivo de valor incalculable que merece ser conservado. Djibla y su familia esperan que alguna institución pública lo digitalice y que, algún día, esas más de 60 000 fotografías estén a disposición de todos los caboverdianos.
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