La vida en el centro

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EDITORIAL DEL NÚMERO DE JULIO-AGOSTO




En el reportaje que llevamos a portada se lee el siguiente dato tomado del ISGlobal de Barcelona: «Durante los últimos 20 años, los programas financiados por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) han ayudado a evitar directa o indirectamente la muerte de más de 91 millones de personas, de las que casi un tercio serían niños». Sabemos que la mayoría de esas personas eran africanas e intuimos que la Administración Trump está al corriente del dato de ISGlobal o de cualquier otro que apunte en esa dirección. ¿Cómo han sido capaces, sin que les tiemblen la voz y el pulso, de decidir una drástica reducción del presupuesto destinado a la USAID? ¿Será que esas vidas no les importan? ¿Qué tipo de grandeza pretende devolver Trump y su Administración a los Estados Unidos y a su pueblo con decisiones de esta índole?

No solo Estados Unidos, el egoísmo que atenaza las relaciones internaciones tiene los tentáculos muy largos. El mismo reportaje cita otros países occidentales –Reino Unido, Francia, Países Bajos o Bélgica– que, haciendo sin duda menos ruido que Trump, también han introducido recortes importantes en el dinero que destinan a la ayuda humanitaria y el desarrollo. Además, la mayoría de los países desarrollados, entre ellos España, nunca han cumplido el objetivo que ellos mismos se marcaron de destinar el 0,7 % de su PIB para ayudar a los países en vías de desarrollo.

Cuando disminuye la voluntad de las naciones más ricas de ayudar a los más pobres se revela la razón auténtica que motiva su generosidad. Están cayendo las máscaras. Con independencia de la buena voluntad de tantas personas que se ponen con sinceridad al servicio de los otros en programas de ayuda internacional, crece nuestra sospecha de que las ayudas al desarrollo son, en buena parte, instrumentos disfrazados de magnificencia para esconder y blanquear las malas artes de un orden financiero y económico global que genera desigualdad y que no tiene ningún interés en que África se desarrolle.

Si el objetivo fuera el bien de África, la primera acción que el sistema financiero mundial debería considerar seriamente es la condonación total de la deuda externa africana, convertida en «un mecanismo de control remoto de muchos países africanos». Además, el dinero prestado ya ha sido reembolsado con creces porque, como afirma Elena Pérez Lagüela, una contabilidad honesta de lo que África ha dado y ha recibido la situaría como «acreedora neta» y nunca como deudora.

A este respecto, y en el marco de este año jubilar 2025, los Misioneros Combonianos apoyamos todos los puntos de la petición que la Iglesia de Sevilla y la plataforma eclesial Enlázate por la Justicia han presentado en la ciudad hispalense durante la celebración, del 30 de junio al 3 de julio, de la 4ª Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo. Pedimos la cancelación o reestructuración de la deuda a los países más empobrecidos, el canje de deuda por derechos y el cumplimiento de dedicar el 0,7 % del PIB al desarrollo, sistemas justos de financiación climática, mayor regulación y transparencia en el endeudamiento internacional y, sobre todo y de manera tajante, caminar hacia una economía mundial que ponga en el centro la vida de las personas y no los intereses mezquinos de unos pocos.



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