Publicado por José Naranjo en |
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Cuando un volcán entra en erupción, como sucedió el pasado mes en la isla canaria de La Palma, numerosas señales anticipan el evento: pequeños terremotos que van subiendo de intensidad y se acercan a la superficie, magma en ebullición y el terreno, que se infla y deforma. Con el reciente golpe de Estado de Guinea pasó lo mismo: la presión interna era tan fuerte y las señales tan intensas que bastó una pequeña fisura para que el país entrara en erupción. Esta es la historia de un putsch tan deseado como previsible, el relato de una asonada militar cuyo final, feliz o no, se escribirá en los próximos meses.
Mariama acude al mercado de Kippé, en Conakry, con el pequeño Ibrahima a la espalda. «Vengo cada día, ¿por qué no iba a hacerlo hoy?», se pregunta. Sidi arregla zapatos en su pequeña tienda, y Abubacar Diallo vende telas entre sorbos de té. Apenas hace 72 horas del golpe, pero nadie parece sobrecogido, inquieto o preocupado en la capital de Guinea. Sus vidas no han cambiado. «Es el tercero que me toca vivir», dice el joven Tiebou Yansané, «habrá ruido durante unos días y veremos qué pasa después. La gente tiene que seguir adelante», asegura.
El teniente coronel Mamady Doumbouya es el rostro de moda en la capital guineana y su imagen florece aquí y allá en carteles con la tinta aún fresca. Se le ve con sus eternas gafas de sol con una pose muy militar. La fotografía está sacada del desfile por los 60 años de la independencia de Guinea, que tuvo lugar en 2018 en el Estadio 28 de Septiembre. Por aquel entonces, el joven oficial se acababa de hacer cargo de las Fuerzas Especiales, una unidad de élite concebida para luchar contra la amenaza yihadista, la niña del ojo del presidente Alpha Condé y de su ministro de Defensa. Sin embargo, para entonces las cosas ya se estaban torciendo.
Condé llegó al poder en 2010. Tras el régimen dictatorial de Lansana Conté y los Gobiernos militares de Moussa Dadis Camara y Sekouba Konaté, el viejo profesor y eterno opositor representaba la gran esperanza democrática para un país castigado por malos gobiernos e inmensamente rico en recursos naturales, cuyos beneficios se pierden a diario en la intrincada malla que han tejido las empresas extranjeras que los explotan y la corrupción.
Pero el cambio que soñaban los guineanos nunca llegó. Y aquel que aterrizó en la Presidencia con la vitola de la regeneración de la salud democrática del país se acabó convirtiendo en una nueva pesadilla. Pese a su incapacidad manifiesta para sacar a Guinea del marasmo, Condé promovió una reforma de la Constitución que le iba a permitir burlar el principio establecido de un máximo de dos mandatos, una triquiñuela legal que violaba el espíritu de la Carta Magna y le habilitaba para seguir en el poder al menos diez años más. Esa fue la primera palada de la fosa que se estaba cavando.
El annus horribilis fue 2020, en el que coincidieron la reforma constitucional y elecciones legislativas –en marzo–, y los comicios presidenciales en octubre. Las calles se llenaron de protestas y el régimen reaccionó con violencia: hubo al menos un centenar de muertos a manos de las fuerzas del orden, fosas comunes en Nzérékoré, persecución a opositores y activistas, recortes a la libertad de prensa y numerosos ciudadanos, se calcula que al menos 400, que dieron con sus huesos en las cárceles, mientras muchos marchaban al exilio. «La policía disparó con fuego real», asegura Alseny Sall, portavoz de la Organización Guineana de Derechos Humanos, «y solo un agente fue juzgado por ello. La impunidad es la tumba de la democracia». El precio que pagaba Guinea por el empeño de Condé por seguir en el poder empezaba a ser demasiado alto.
Esta situación de bloqueo político y represión era el magma, pero faltaba la chispa que le abriera camino hacia la superficie. Y es aquí donde emerge la figura del teniente coronel Doumbouya. El presidente Condé, que ya había superado los 80 años, daba muestras de esa especie de paranoia que persigue a los autócratas. Empezó a ver enemigos por todas partes, incluso entre aquellos que estaban más cerca de él. El nombre de Doumbouya, que había dejado caer comentarios cada vez más críticos hacia el Gobierno en su círculo personal, empezó a circular en una lista de personas hostiles al régimen, susceptibles de ser detenidos en cualquier momento. Antes de ir a prisión, el antiguo miembro de la Legión Extranjera francesa curtido en mil batallas, que contaba con la fidelidad ciega de sus hombres, prefirió dar un paso que muchos esperaban. Para Guinea era una oportunidad de salir del bloqueo; para él una huida hacia adelante.
La rápida detención de Condé la mañana del 5 de septiembre en el propio Palacio de Sekhoutoureya, sin grandes enfrentamientos y con la pequeña resistencia de una parte de la Guardia Presidencial, revela que al menos una parte del Ejército estaba con Doumbouya. La comunidad internacional condenó, impuso sanciones, pidió la liberación de Condé y planteó una transición rápida, nada nuevo bajo el sol. Pero los golpistas no parecen dispuestos a ceder demasiado. Rechazan que el expresidente vaya al exilio y, probablemente, pedirán más tiempo de los seis meses fijados por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao). «Guinea no necesita más hombres fuertes, necesita instituciones fuertes y eso llevará su tiempo», reclama Abdoulaye Oumou, bloguero y activista.
Los militares han abierto la vía del diálogo con partidos políticos y líderes religiosos y sociales. Su intención, al menos así lo han asegurado, es crear un Gobierno de unidad nacional que conduzca al país a unas elecciones libres y democráticas. Numerosas incógnitas sobrevuelan aún todo el proceso y existe miedo a que Guinea vuelva a las andadas dictatoriales, pero lo cierto es que los ciudadanos lo han acogido con esperanza. «El régimen de excepción lo inauguró Alpha Condé y no había ningún medio legal de echarlo del poder, controlaba toda la maquinaria del Estado, incluso las elecciones», comenta el líder opositor Cellou Dalein Diallo. Ahora falta por saber para dónde correrá la lava de este nuevo volcán.
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