Publicado por Alfonso Armada en |
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Resulta inconcebible que un libro tan relevante para la historia de la literatura como Antología de la nueva poesía negra y malgache en lengua francesa de Léopold Sédar Senghor no haya visto la luz en España hasta ahora. Por eso creo que la edición de Ultramarinos, con impecable traducción de Martha Asunción Alonso, se puede considerar un acontecimiento, gracias también al memorable ensayo Orfeo negro, de Jean-Paul Sartre, que precede a los poemas y merece ser leído, pensado y debatido con la máxima atención.
«¿Y qué esperabais al quitar la mordaza que mantenía cerradas estas negras bocas?». Así arranca el envite de Sartre, que cobra nuevos bríos ante el cementerio marino del Mediterráneo y la sangre que tiñe concertinas de muros como los de Ceuta y Melilla. La feroz crítica del autor de La náusea hacia el colonialismo y el racismo cae en paternalismo y auto-odio por las innumerables culpas blancas. Se pregunta el filósofo si estos poemas que nos avergüenzan eran para nosotros. ¿Y ahora, cuando leemos esta antología que apareció en 1948 y nunca ha dejado de reeditarse, pero no aquí? Habla Sartre de una «África fantasma como una llama que se consume, entre el ser y la nada», y de que «la Negritud es el coqueteo del ser con el deber-ser» y de que el negro «se forja un racismo antirracista. No desea en absoluto dominar el mundo: quiere la abolición de los privilegios étnicos vengan de donde vengan y afirma su solidaridad con los oprimidos de cualquier color». Negritud como sinónimo de poesía. En una apelación digna de ser elaborada, celebra Sartre el llamamiento que hace Aimé Césaire a sus hermanos negros para rechazar el papel del homo faber y enarbolar valores como la paciencia. Al actuar sobre sí mismo, «el negro siente que está ganando la Naturaleza al ganarse a sí mismo».
Esta antología está llena de lumbre y algunas desilusiones –excesos surrealistas, como los de Césaire, tan vivo en otros poemas, han envejecido mal–, pero es un libro que frecuentar como una linterna siempre a mano. Estos poetas consiguen a menudo poner en pie de guerra al idioma, le dan otra naturaleza al francés que mamaron, le hacen decir tanto o más que nunca. Hay muchos poemas que merecen ser leídos, releídos y memorizados. Hay epifanías como «Hipo» o «Black Label», de Léon-G. Damas, o la antinana de Gilbert Gratiant «Si tuviéramos que salir corriendo». Del gran impulsor de la conciencia negra, Césaire, se ofrece un fragmento escaso de su seminal Cuaderno de retorno al país natal, y páginas llenas de dolor y rabia en «Y los perros se callaban». Cada uno ha de encontrar sus voces y sus ecos, y acaso emocionarse con «No me gusta África», de Paul Niger, o las resonancias de la guerra civil española en Jacques Roumain, leyendas vibrantes en Birago Diop («Las Mamelles») o la luz negra y cálida que emana de los logros del propio Senghor en su «Huracán» o «Mujer negra» en sus Cantos de sombra. Hay dolor y mucho fuego en esta antología que sigue ardiendo en medio del tiempo porque sigue habiendo mucho que hacer.
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