Publicado por Alfonso Armada en |
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Lo más descorazonador de esta novela espléndida que le arrastrará hasta su desenlace y querrá compartir con quienes ama es que pertenece a una escritora nacida en 1934 en la antillana isla de Guadalupe, territorio francés de ultramar, que tuvo la mala fortuna de morirse el pasado mes de abril. No sé si Maryse Condé dejó algún libro inédito, lo que sí sé es que después de esta sensual, divertida, perturbadora y misteriosa Historia de la mujer caníbal me entró la mala conciencia de no haberla leído antes. Un conjuro textual hecho con una lengua francesa elevada a la enésima potencia. Esto sí es descolonizar.
Por la biografía que se incluye en la bellísima edición de Impedimenta, con una impecable traducción de Martha Asunción Alonso (cuajada de brillantes notas a pie de página, que demuestra su conocimiento de la francofonía y de la mitología caribeña y negra), y una amenazadora flor en la portada de Elizabeth Haidle (que podría haber pintado Rosélie, la protagonista de esta historia que transcurre entre Guadalupe, París, Nueva York y, sobre todo, Sudáfrica), uno podría fácilmente deducir que hay más de una concomitancia entre la vida que imagina y la que vivió Condé. Casada durante 22 años con un actor africano, se divorció para casarse con su traductor al inglés (a Richard [Philcox] está dedicado el libro): es precisamente la dificultad multiplicada de los matrimonios mixtos, sobre todo entre negras y blancos, donde el racismo se hace más sutil, evidente, brutal, cínico u obsceno, como Rosélie experimenta de todas las formas posibles, hasta el punto de descubrir, como señala uno de los personajes, que el racismo de los negros hacia los negros es casi peor que el de los blancos. O: «No existe en este planeta ni una sola mujer negra que, tarde o temprano, no sea doblemente humillada por su sexo y su color».
Después de Nacido negro, este libro parece una consecuencia lógica y política del formidable ensayo de Howard W. French. Sin miedo a ofender a los vigilantes de lo políticamente correcto, dice: «Negra significa negra: melena abundante, treinta y dos dientes como perlas, buena estatura y curvas generosas». Y es, sobre todo, una consecuencia de haberse bebido la biblia fundacional del pensamiento y del mundo negro, el Cuaderno de un retorno al país natal, del poeta revolucionario caribeño Aimé Césaire.
Un crimen en Ciudad del Cabo desencadena dos investigaciones: una policial, otra íntima, y de esa averiguación, dolorosa, surgirá, tras un largo viaje por la memoria, varios continentes, algunas camas, fantásticos personajes y conversaciones (es muy revelador el uso que hace Condé de los guiones largos: no los emplea para Roséline, de tal modo que nos hace dudar de si lo piensa o lo dice), la protagonista decide lo que da título a esta reseña, pero sobre todo hace buena la máxima de Plinio el Viejo: «En África siempre hay algo nuevo». Y la Sudáfrica que aquí florece es un laboratorio político a tener en cuenta en este extraño siglo XXI: que haya llevado a la justicia internacional los crímenes que se comenten en Gaza es un formidable movimiento político cuyas placas tectónicas todavía no se han calmado: «No es la muerte lo que hay que vivir. Lo que hay que vivir es la vida. Hay que aferrarse a ella. A toda costa».
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