Publicado por Enrique Bayo en |
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A petición de los obispos congoleños, la Congregación para el Culto Divino aprobó en 1988 el Rito Romano para las Diócesis de Zaire, que abría las puertas a la celebración ad experimentum del rito zaireño que, en 1997, con el cambio de nombre del país, pasó a llamarse rito congoleño. Se trata, hasta la fecha, del «único rito inculturado de la Iglesia latina aprobado después del Concilio Vaticano II», a pesar de la insistencia que los padres conciliares hicieron por un mayor esfuerzo de inculturación de la liturgia entre los pueblos indígenas.
En el prefacio de la nueva publicación, el Papa pone de manifiesto cómo en las celebraciones según el rito congoleño «vibra una cultura y una espiritualidad animadas por cantos religiosos a ritmo africano, el sonido de los tambores y otros instrumentos musicales que constituyen un verdadero progreso en el enraizamiento del mensaje cristiano en el alma congoleña», y añade que, en esta dinámica, «la Conferencia Episcopal del Congo ha forjado una personalidad propia queriendo rezar a Dios, no por poder o con palabras prestadas de otros, sino asumiendo toda la especificidad espiritual y sociocultural del pueblo congoleño, con sus transformaciones».
La celebración eucarística en rito congoleño, como tantas celebraciones en África, es festiva, y está marcada por los cantos, las danzas y los gritos espontáneos y alegres de la gente. El tiempo cobra otra dimensión, no hay prisa, y la cadencia pausada con que se suceden los momentos litúrgicos explica que la celebración supere con facilidad las dos horas de duración. No todos los cantos tienen el mismo ritmo ni se acompañan de la danza, porque la música y el baile están al servicio de la liturgia, y no al revés. Por ejemplo, el del acto penitencial es mucho más lento y no es bailado sino meditado, muy diferente a los cantos que acompañan el Gloria o el ofertorio. Este es siempre procesional, mientras que durante el canto del Gloria todos los actores litúrgicos –acólitos, lectores o celebrantes– bailan alrededor del altar.
Otro aspecto importante es el diálogo que se establece entre el sacerdote y la asamblea, que es constantemente invitada a la participación activa, incluso durante la homilía, que siempre es larga, y en la cual el presbítero interroga y deja frases o palabras inconclusas para que sean apostilladas a coro por los fieles.
Pero lo específico del rito congoleño es la adaptación de su estructura a la cultura de los participantes, reflejado de diferentes maneras. Por ejemplo, tras las palabras de acogida del celebrante no se reza el acto penitencial o Kyrie eleison, sino que se hace una invocación de los santos y antepasados, a los que se pide protección. Durante la liturgia de la Palabra, los lectores deben recibir la bendición del celebrante y, antes de la lectura del Evangelio, se presenta a la asamblea el libro de la Palabra de Dios que será proclamada. Esto se hace con él en alto y en procesión hasta el ambón. La escucha de la Palabra de Dios y el diálogo que la precede ayudan a tomar conciencia de las propias imperfecciones. En esta lógica se introduce el Kyrie eleison, que concluye con la aspersión del agua bendita sobre la asamblea. A continuación, todos están preparados para el rito de la paz, que se adelanta hasta este momento de la celebración.
En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco afirma que «el cristianismo no tiene un modelo cultural único» y, por lo tanto, «manteniéndose plenamente en sí mismo, en total fidelidad al anuncio del Evangelio y a la tradición eclesial, traerá también el rostro de las numerosas culturas y pueblos en los que es acogido y enraizado». Que la inculturación litúrgica del rito congoleño sea puesta como ejemplo y modelo para otras Iglesias por el papa Francisco, es un honor para la Iglesia católica en este país africano.
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