Se esperaba más y mejor

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La sexta entrega de los Cuadernos MN está dedicada a Sudáfrica, el país más meridional del continente africano. Nombrar Sudáfrica, la nación arcoíris de Nelson Mandela, Desmond Tutu o Miriam Makeba, evoca con facilidad el fantasma del apartheid, ese régimen racista y asesino que para vergüenza del mundo entero resistió demasiado tiempo, pero que finalmente fue derrotado. De sus cenizas nacía en 1994 una nueva Sudáfrica, con su bandera multicolor y una constitución que reconocía los mismos derechos y deberes a todos los sudafricanos, negros y blancos. Era un recomienzo cargado de ilusión y esperanza.

Hoy, 28 años después de las primeras elecciones democráticas que llevaron al poder al movimiento de liberación del Congreso Nacional Africano (CNA) –con Nelson Mandela como primer presidente negro del país–, el sueño sudafricano de reconciliación y progreso para todos no se ha hecho realidad. Se esperaba más y mejor.

Las firmas invitadas y las personas entrevistas en este número ilustran bien el desencanto sudafricano. Especialmente duro con su país es el analista Oscar Van Heerden (pp. 6-9), que describe la crisis múltiple que atenaza a un sociedad enferma de egoísmo y donde el racismo sigue todavía muy vivo. A pesar de ser la segunda potencia económica de África, la pobreza, el paro y las -desigualdades sociales alcanzan niveles escandalosos en Sudáfrica, hasta el punto de que el 67 % de la riqueza del país está concentrada en manos del 1 % de la población. Esta injusticia es el principal caldo de cultivo de la violencia. Además, el país no ha sido capaz de acelerar la puesta en marcha de la necesaria reforma agraria prometida por Mandela al alba de la democracia y que sigue «enquistada», según el término usado por Philani Mkhize (pp. 26-29).

Buena parte de la responsabilidad de la decepción sudafricana es achacable a la ineficacia del CNA, que ha gobernado con mayoría absoluta desde 1994 y que está infiltrado por la corrupción a todos los niveles. El caso de los hermanos Gupta durante el mandato de Jacob Zuma, cuyos detalles ha sacado a la luz la Comisión Zondo, muestra las consecuencias de la corrupción, que ha provocado la pérdida de miles de millones de rands de los que no se beneficia la población (pp. 18-21). No obstante, el hecho de que la Justicia esté haciendo bien su trabajo, abre una puerta a la esperanza para que disminuyan las prácticas corruptas.

¿Y la Iglesia? ¿Qué papel ha jugado y sigue jugando? La respuesta no puede ser única. Aunque el cristianismo es mayoritario en Sudáfrica, está fuertemente atomizado en numerosas confesiones y denominaciones con discursos y acciones diferentes frente al apartheid o ante la situación socioeconómica del país (pp. 54-56). La Iglesia católica tampoco puede sentirse orgullosa del todo, como señala el arzobispo de Johannesburgo, Mons. Buti Joseph Tlhagale (pp. 57-61). Pocas veces un prelado se expresa ante las preguntas de los periodistas con tanta claridad y honestidad.

Con todo, por muy oscura que sea la situación que nos hemos encontrado al acercarnos a este rico país, en MUNDO NEGRO estamos convencidos de que la sociedad sudafricana merece un voto de confianza. Su dinamismo y capacidad creativa, como bien se ilustra en algunos de los reportajes de este número, nos invita a ser optimistas. Seguimos creyendo que se puede hacer más y mejor.


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