Una reflexión para el 50 cumpleaños

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El 28 de mayo de 1975, en Lagos (Nigeria), nació la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) con un objetivo claro: impulsar la integración económica como vía para el desarrollo regional. 50 años después, su trayectoria refleja logros innegables, contradicciones profundas y desafíos crecientes que ponen en cuestión su futuro.  

La creación de la CEDEAO fue el resultado de una pugna ideológica entre dos visiones para África. Por un lado, el Grupo de Monrovia defendía una cooperación económica gradual entre estados soberanos, manteniendo las fronteras coloniales. Por otro, el Grupo de Casablanca promovía una unión política inmediata bajo el ideal de los «Estados Unidos de África». Este enfrentamiento tuvo consecuencias. En la década previa a las independencias (1950-1962), líderes panafricanistas como el marfileño Victor Biaka Boda o el nigerino Djibo Bakary fueron eliminados física o políticamente, allanando el camino hacia un modelo de integración más moderado que no desafiara a las antiguas metrópolis.  

Entre sus mayores logros destaca la libre circulación de personas desde 1979, que permite a millones de ciudadanos moverse sin visado por la región. En 2015 estableció una unión aduanera y en 2019 impulsó el proyecto de una moneda regional, el eco. En el ámbito político, la CEDEAO ha desempeñado un papel clave en la estabilización regional. Actúa como observadora electoral y mediadora en crisis políticas con un discurso de defensa del orden constitucional. Su fuerza militar, el ECOMOG, intervino en los conflictos en Liberia y Sierra Leona en los 90, y en 2017 logró solucionar la crisis poselectoral gambiana sin violencia. Además, la CEDEAO resulta atractiva, puesto que, desde febrero de 2017, Marruecos intenta ser admitido en ella.

Sin embargo, la organización afronta desafíos estructurales. Nigeria, que representaba el 53,79 % del PIB regional y el 51,67 % de su población en 2023, ejerce una influencia desproporcionada, generando desequilibrios en la toma de decisiones. Asimismo, cerca del 72 % de su presupuesto depende de donantes externos (Unión Europea y Francia), lo que limita su autonomía y alimenta percepciones de que actúa como instrumento de intereses ajenos. Su actuación en crisis recientes ha sido inconsistente: mientras mostró firmeza en Gambia (2017) y Níger (2023), fue ambigua en Guinea (2021) y Burkina Faso (2022) e ignoró fraudes electorales en Togo y Costa de Marfil. Esta falta de coherencia erosiona su credibilidad, como lo demuestra la salida reciente de Malí, Burkina Faso y Níger en 2024, países que formaron la Alianza de Estados del Sahel (AES), acusando a la CEDEAO de servir a agendas neocoloniales. Mauritania ya había dejado la organización en 2000.

Como señala el analista Ebenezer Obadare, la CEDEAO es, después de la UE, uno de los ejemplos más exitosos de integración regional. Sin embargo, su modelo actual, caracterizado por jerarquías rígidas, dependencia externa y dobles estándares, parece anticuado en una región que demanda cambios profundos. Para sobrevivir, debe reinventarse como una institución al servicio de sus pueblos, no de las élites. Esto implica profundizar en la democracia interna, crear un parlamento regional u otros organismos con una representación electa real, reducir su dependencia de financiación externa, priorizar el diálogo sobre las sanciones punitivas y acelerar la transición del franco CFA al eco o apoyar monedas nacionales. Los próximos años serán decisivos para determinar si la CEDEAO puede adaptarse a las demandas de una África occidental más soberana y equitativa.

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