Una voz propia para el Sahel

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[Hasta la aparición del G5 del Sahel, esta zona ha merecido poca atención de la comunidad internacional. En la imagen, un tuareg espera la lluvia cerca de Tombuctú. Fotografía: Getty]

 

El Sahel es un espacio climático de límites difusos que va desde el Atlántico hasta el mar Rojo, una banda situada al sur del Sahara de 5.400 kilómetros de largo que marca la transición entre la aridez sahariana y la sabana. La sequía, la pobreza y el abandono secular por parte de los Estados ha marcado el devenir de esta región, convirtiéndola en pasto de todo tipo de tráficos ilícitos, violencia y emergencia de grupos terroristas que ofrecen una alternativa económica a su castigada población. Hasta ahora no había tenido una voz única para defender sus intereses, pero eso está cambiando.

El G5 del Sahel vio la luz en 2014 como organización suprarregional con el foco puesto en la seguridad. Impulsado por los presidentes de Mauritania y Níger, incluye también a Malí, Burkina Faso y Chad. La pujanza del yihadismo radical y su peligrosa deriva en conflictos intercomunitarios en esta región marcó el tono inicial de este organismo, con proyectos como la creación de una fuerza militar conjunta que fuera capaz de dar respuesta a este gigantesco desafío.

Con el aval en primera instancia de Francia, que logró una resolución histórica de apoyo en el Consejo de Seguridad de la ONU, y luego la complicidad de Alemania, con quien impulsó la Alianza por el Sahel –que integra a una docena de países o instituciones del Norte para poner en marcha y financiar proyectos de desarrollo en la zona–, el G5 del Sahel se ha ido constituyendo como un actor político y económico clave en el juego de delicadas estrategias de esta región.

El pasado 6 de diciembre, Nuakchot (Mauritania) acogía la puesta de largo de la nueva visión del G5. Seguridad sí, pero también lucha contra la pobreza, el cambio climático, el aislamiento de las poblaciones y la falta de expectativas de sus jóvenes. El arquitecto del cambio de rumbo de este organismo ha sido su secretario permanente, el discreto y experto diplomático nigerino Mamam Sambo Sidikou, quien ha ocupado puestos de gran responsabilidad en Unicef y Save the Children, ha liderado misiones de paz de la ONU en RDC y Somalia y ha sido ministro de Exteriores y embajador en EE. UU.

El Plan de Inversiones Prioritario, que ha logrado ya una financiación de 2.400 millones de euros, incluye 40 proyectos que van desde la construcción de infraestructuras hasta la electrificación rural, pasando por la extracción de agua con energías renovables o el estudio de viabilidad de un tren entre Nuakchot y Yamena. Con una Europa agarrotada ante el fenómeno migratorio, cuyas rutas atraviesan precisamente las zonas grises del Sahel, el momento parece propicio.

En 1984, el fotógrafo Sebastiao Salgado hizo un retrato desolador del Sahel. Revisitar sus fotos y recorrer hoy la zona es darse cuenta de que las cosas no han cambiado demasiado o, incluso, han ido a peor; 35 años de migajas de ayuda humanitaria, la militarización de la zona y la puerta abierta para la explotación de sus recursos no son la solución que el Sahel necesita. Que el G5 como club no oficial de países empobrecidos sea capaz de poner una pica en el Flandes mental de la comunidad internacional es una buena noticia porque hasta ahora el mundo ha estado ciego, sordo y mudo.

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