«Vengo a hacer personas»

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Regina Casado, misionera en Senegal






La misionera leonesa, de 85 años de edad, lleva más de 50 en África. En 1968 llegó a Camerún y 24 años más tarde aterrizó en Senegal, donde continúa. Nos encontramos con ella a su paso por Madrid.



Cuando uno lee su perfil se pregunta el motivo que le llevó a embarcarse en la labor misionera.

Me hice religiosa de una orden [Hijas del Niño Jesús] en la que el fundador [beato Nicolás Barré] nos mandaba en misión para instruir y educar a los niños y jóvenes más vulnerables. Viví mi juventud en un pueblo donde éramos de los más pobres. Yo quería trabajar para y con los pobres, para que pudieran tener dignidad y que nadie se burlara de ellos. Cuando empecé a vivir la vida religiosa fui descubriendo los valores de nuestro fundador y, tras ellos, los valores misioneros. Insistí a mis superioras para que me enviasen a misión, pero no fue hasta poco después de realizar mis votos perpetuos cuando me llamaron para ir a Camerún, que fue la primera fundación de la congregación en África.



¿Cómo influyó esa etapa (1968-1988) en su vocación y en el enfoque de su trabajo misionero?

Me fui a Francia para aprender un poquito de francés y después nos embarcamos durante 22 días para llegar a Camerún. Creía que me moría en el mar, me mareé desde el primer hasta el último día. Allí nos instalamos en una casita pequeña en medio de la selva, donde no había más que serpientes y otros animales a los que yo tenía un miedo terrible. Visitando los poblados vimos la pobreza de la gente, no tenían ninguna formación, los niños estaban enfermos y no tenían medios para curarse, las jóvenes carecían de cualquier instrucción. Atendíamos, en total, 45 pueblos. Era imposible, pero nos ayudaban las chicas de nuestro centro de formación y también tuvimos vocaciones.



En 1992 llegó a Senegal y más tarde se estableció en el barrio dakarés de Sam Sam. ¿Cómo fue el cambio?

Estuve en una misión desde la que me llamaron para ayudar. Allí me di cuenta de la situación de las barriadas de Dakar. Me marché, pero los escolapios me pidieron que les ayudara, porque empezaban una escuelita y las chicas no tenían ninguna formación. Ellas pedían instruirse, pero no podían ir a la escuela porque ya tenían 14 o 15 años. Aunque solicitaron que fuera, era mi congregación la que decidía. A fuerza de pedir y pedir me lo concedieron.

Fotografías cedidas por Manos Unidas



¿Cuáles fueron los principales desafíos cuando comenzó a trabajar en Sam Sam?

La gente no podía vivir allá porque estaban inundados, sobre todo después de las lluvias. Lo primero que hice fue buscar bombas de agua, que me las enviaban desde Barcelona a través del [rally] París-Dakar. Quitar aguas y quitar basuras, porque la gente las ponía pegadas a la casa para defenderse del agua que les entraba. Donde tenían la cama colocaban en el suelo ladrillos de cemento donde poner los pies y pasar para poder acostarse. Fíjate tú, una cosa horrorosa.



¿Cómo ve en Senegal el encuentro entre cristianos y musulmanes?

La gente no me ha preguntado nunca lo que yo era. Solo cuando empecé a trabajar con las niñas, dos o tres personas vinieron a decirme «¿Tú a qué vienes aquí? ¿A hacer cristianos o qué?». Y yo les dije: «No vengo a hacer ni cristianos ni musulmanes, vengo a hacer personas. Vengo a formar a vuestras chicas para que sean mujeres competentes, madres de familia estupendas y que puedan trabajar, ayudar a sus hijos y también a vosotros». Cada uno debe obrar con todo su corazón, debemos ser solidarios y hermanos unos con otros para ayudarnos y crecer. Yo soy de ellos. Cuando tenemos ceremonias vienen con nosotros. En Navidad acompañan a las familias cristianas y durante el Ramadán acompañamos a las familias musulmanas. Hay una comunicación muy buena. Ellos son como nuestros hijos. A mí todos me llaman mamá, abuela, amiga o tía Regina. Me conocen hasta el fin del país, porque me doy a toda la sociedad y no hago diferencias entre unos y otros.



Una de las iniciativas más relevantes de cuantas ha puesto en marcha son las cooperativas. ¿Cómo ha sido la respuesta de la comunidad?

Todo el mundo las quiere, pero hay que tener cuidado. Hace tiempo puse en marcha unas cooperativas con microcréditos. Empezaron bien, pero cuando había que devolver el dinero… Las jefas hacían trabajar a las mujeres que no tenían nada y el dinero, en vez de ser para ayudar a progresar allí, era para hacer fiestas o comidas. Después formamos cooperativas de trabajo con las chicas.



¿Y esas han funcionado?

Sí, y ahora estamos pidiendo créditos para ayudar a los chicos que empiezan a trabajar para que tengan un poco de capital inicial. Les concedemos un crédito para empezar y cuando empiezan a ganar dinero tienen que devolverlo poco a poco para que otros puedan seguir ese camino.

Fotografías cedidas por Manos Unidas



El año pasado fue condecorada con la Cruz de Isabel la Católica por su labor. ¿Qué significa un reconocimiento así?

Fue una sorpresa, porque la embajada no me ayuda nada. Me consideraban bien al principio, porque vieron que el trabajo que hacía tenía continuación, pero después nada. Cuando me quisieron condecorar le pregunté a la embajadora a quién tenía que invitar y me dijo que a quien quisiera. Me acompañaron 40 personas, toda la gente que trabajaba conmigo, a la que había formado. Allí nos fuimos todos y les fui presentando uno a uno. La embajadora estaba emocionada y me dijo que nunca había visto algo parecido. No podía dejarles de lado, esa es mi gente, la que trabaja conmigo, la que lo merece, la que ha salido de allí, de la miseria, porque no he buscado intelectuales. He cogido a mi gente y la he ido formando en responsabilidad. Son buenísimos, porque comprenden los problemas de su comunidad.



Estuvo en España con motivo de la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas, que este año tuvo como lema «Compartir es nuestra mayor riqueza». ¿Qué impacto tiene compartir y la solidaridad en la mejora de las condiciones de vida de la comunidad?

Compartir supone que la gente vea que vienes a comunicarles tu vida y a descubrir la suya, las riquezas que tienen. La primera cosa es que la gente te conozca, que tú los conozcas a ellos y que se descubran los valores de cada cultura y de cada persona. Porque si no, ¿qué vas a descubrir? ¿Cómo bailan? No, sino qué corazón tiene esa gente y qué corazón tienes tú para ellos y ellos para ti. Hay cantidad de ejemplos de jóvenes de nuestros colegios a los que he llevado allá y vuelven transformados. Conocer su realidad hace que cambie su vida, la manera de hablar a sus padres…



Después de tantos años de trabajo, ¿cuáles son sus próximos objetivos o proyectos?

Quiero que mi gente continúe el camino, porque yo no voy a estar siempre. Es importante que se ocupen unos de otros y que progresen juntos. Mientras, tengo un proyecto que terminar. El Ayuntamiento de Elche me ha empezado a ayudar a cerrar un terreno de cinco hectáreas que nos han dado. Quisimos cultivar durante las lluvias, pero las vacas se comieron casi todo y hay que vallarlo. Estamos haciendo también sondeos y perforaciones para una salida de agua no solo para el terreno, sino para la gente del pueblo. Además, es importante proteger a la población para que no pierda sus tierras. Como no tienen documentos de titularidad, aunque sean de su padre o de sus abuelos, los ricos van a buscarlas y les dan dos o tres millones [de francos CFA]. Como es dinero, lo cogen y después se quedan sin terrenos. Y una vez que sucede eso, ¿dónde se van? Hay que ir a hacer los documentos a la Administración para asegurar sus propiedades. Si no, esa gente se va a la ciudad buscando las pateras o lo que sea, porque no tienen nada.

Fotografías cedidas por Manos Unidas.




¿Qué mensaje trasladaría a las nuevas generaciones que quieren involucrarse en labores misioneras?

Cuando vean una misión que les interese, que vayan a meter los pies dentro, porque les cambia la vida, la manera de ver, de pensar y de actuar. Que vayan y que, si pueden, no digan, «voy a dar dinero y ya», sino que vayan a ver, aunque sean cuatro días, y que vayan a trabajar, a ver lo que es. Eso les cambia. Te lo digo por la experiencia que tengo con la gente.



Es muy interesante escuchar sus reflexiones.

Es que es mi vida, ¿sabes? Siempre he escogido las partes más vulnerables, donde pueda verdaderamente expresar el corazón que tengo para los más pobres, porque son personas como nosotros. Yo misma no tengo estudios, la vida es la que me ha dado mucha fuerza, pero observo todo, Dios me ha dado una competencia para ver y después de un juicio, que intento que sea justo, cojo gente que me ayuda a trabajar.



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