En busca de la tierra perdida

NAMIBIA - 2014/08/22: Bushmen getting ready to shoot with his bow against the sunset in the Kalahari desert. Namibia, Africa. (Photo by Jorge Fern?ndez/LightRocket via Getty Images)

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Texto Jordi Canal-Soler
Fotografías Getty Images

 

Diez años después de una sentencia histórica, que en teoría permitía a los bosquimanos volver a su hábitat, el Kalahari, y a su forma de vida ancestral, el Gobierno de Botsuana se empeña en dificultar la vida de una de las comunidades más antiguas del planeta. 

 

El viejo cazador entorna los ojos para ver mejor bajo la potente luz del sol africano. Quiere distinguir el leve rastro que el animal ha dejado en la arena del desierto. Pequeñas señales de pisadas sobre la tierra reseca, ramas partidas de los arbustos mustios, excrementos recientes… Cualquier pista que a ojos poco avezados podría pasar por alto, al cazador le sirve para seguir a su presa. Como antaño descubrieron sus antepasados, el desierto no es tan baldío como parece: hay vida para cazar y raíces para excavar. Incluso agua.

El cazador tiene sed. Detiene un momento sus pasos desnudos, clava su arco en la arena y de su zurrón de piel colgado a la espalda extrae un huevo de avestruz con un tapón de cera que cubre un pequeño agujero y bebe un corto sorbo del agua almacenada en el huevo. Saciada su sed, el cazador sonríe y en su rostro plano y ancho, de ojos pequeños y pómulos salientes, se dibuja una sonrisa enmarcada por arrugas profundas. Es un bosquimano, y este desierto, el Kalahari, es su casa.

Sigue el rastro que ha visto antes. El gran antílope eland, la presa favorita de los bosquimanos, está cada vez más cerca. En otros tiempos hubiera ya sacado una flecha envenenada del carcaj para disponerla en la cuerda del arco. Pero tiene que refrenar sus impulsos. Ahora, cazar en el ­Kalahari está prohibido. Y además, tiene una docena de testigos que le observan: son los turistas del complejo turístico de lujo que le siguen por el desierto, curiosos por conocer las habilidades de supervivencia de este pueblo primitivo que les confirma su visión preconcebida del África ancestral. Después, esos mismos turistas regresarán al hotel de lujo en medio de la sabana desértica con fotos para compartir con sus amigos y familiares y se quitarán el calor y el polvo de encima en la piscina al aire libre con un cóctel en la mano. Pronto se olvidarán del bosquimano. No serán los únicos. El Gobierno de Botsuana lleva años tratando de relegarlos al olvido.

 

Bosquimanos

La población bosquimana se divide entre Botsuana, Sudáfrica, Namibia, Angola, Zimbabue y Zambia / Fotografía: Getty Images

 

 

Diez años de una sentencia

 

Y eso a pesar de que en diciembre se cumplen diez años de una sentencia que pareció dar esperanzas al pueblo bosquimano. Los san, como también se les llama, decidieron en 2002 interponer una demanda contra el Gobierno de ­Gaborone por haber sido expulsados de sus tierras.

A principios de los años 80 se encontraron diamantes en la reserva de caza del Kalahari Central, un parque nacional de 50.000 kilómetros cuadrados creado en 1961 para proteger la fauna salvaje así como a los 5.000 bosquimanos que dependían de ella. A medida que los bosquimanos se fueron sedentarizando y creando pequeñas comunidades en el interior de la reserva, el Gobierno empezó a decir que no era necesario que habitaran en la reserva si no mantenían su estilo tradicional de vida cazadora y recolectora, que para facilitarles los servicios sanitarios y escolares era necesario relocalizarlos en el exterior del parque. De esta manera se aseguraría también una mayor protección de la fauna salvaje. Así, entre 1997 y 2005 el Gobierno de Gaborone reubicó forzosamente a la mayor parte de la población bosquimana en pequeños asentamientos en la frontera de la reserva. La mayor parte de la opinión pública, sin embargo, vio detrás de esta maniobra una manera de sacar a los bosquimanos de una de las áreas del mundo más ricas en diamantes, cosa que permitiría al Gobierno cederlas a empresas mineras. Sin la posibilidad de poder seguir en sus tierras y desubicados en casas prefabricadas, los san se vieron obligados a depender de las ayudas gubernamentales y muchos cayeron en el alcoholismo, la depresión o enfermedades como el sida.

Un grupo de 374 bosquimanos dirigidos por Roy Sesana presentó una demanda contra el Gobierno y convirtió el caso en el más largo y caro de la jurisprudencia del país. El 13 de diciembre de 2006 la Corte Suprema de Botsuana dio la razón a los bosquimanos: el Gobierno había actuado de forma “ilegal e inconstitucional” y los san podían volver a sus tierras de las que habían sido injustamente expulsados. Además, tenían derecho a cazar y recolectar en la reserva sin necesidad de pedir permisos.

El Gobierno, de mayoría tsuana, no apeló la decisión, pero desde entonces ha hecho todo lo posible para dificultar a los bosquimanos el regreso a la reserva. Mientras habían durado las expulsiones, el Ejecutivo botsuano hizo tapar los pozos de agua de los pequeños asentamientos en el interior de la reserva, y cuando los bosquimanos empezaron a regresar después de ganar el caso tuvieron que sobrevivir con el agua de la lluvia, de los melones que crecen en el desierto o con agua acarreada del exterior en costosos viajes a pie o en burro. Lo más grave fue que mientras el Gobierno prohibía el acceso al agua a los bosquimanos, había excavado nuevos pozos y charcas para uso exclusivo de los animales salvajes y dado el permiso a la empresa privada Wilderness ­Safaris para la construcción del complejo de lujo Kalahari Plains Camp, con piscina incluida. En 2010 los bosquimanos volvieron a llevar al Gobierno de Botsuana al Tribunal para permitirles acceder al agua dentro de la reserva. En enero de 2011 la Corte de Apelaciones condenó el “tratamiento degradante” que Gaborone dispensaba a los bosquimanos.

El maltrato a los bosquimanos ha sido denunciado tanto por ONGs como Survival como por la misma ONU, cuyo Relator Especial para los Pueblos Indígenas, James Anaya, indicó en 2010 que “la negación de los servicios a aquellos que viven en la reserva actualmente no parece encontrarse con el espíritu y la lógica de la decisión [de la Corte Suprema de 2006], ni con los estándares relevantes internacionales de los derechos humanos”. El mismo Anaya escribió sobre la necesidad de que el Gobierno de Botsuana reabriera los pozos para dar acceso al agua a los bosquimanos y juzgó como inconsistente la posición negativa del Gobierno para con los asentamientos bosquimanos en la reserva alegando objetivos conservacionistas cuando ese mismo Gobierno había dado permiso a la empresa Gem Diamonds para iniciar la extracción de diamantes en el interior de la reserva con una gran mina que traería entre 500 y 1.200 trabajadores al parque nacional. La mina abrió en 2014 con el nombre de Ghaghoo en el sudeste de la reserva y se espera que produzca 4.900 millones de dólares en diamantes. Hasta finales de 2015, ya había extraído casi 330 mil toneladas de roca para encontrar más de 90 mil quilates. No es la única mina que explotará diamantes en el parque nacional: ­Petra Diamonds también considera prioritarios el estudio de las áreas de Gope y Kukama.

 

Varios bosquimanos portan un depósito de agua en el centro de la reserva del Kalahari, el 19 de febrero de 2012 / Fotografía: Getty Images

Varios bosquimanos portan un depósito de agua en el centro de la reserva del Kalahari, el 19 de febrero de 2012 / Fotografía: Getty Images

 

 

La vía judicial, abierta

 

En 2013 los san volvieron a interponer una demanda contra el Gobierno para poder entrar y salir de la reserva de caza del Kalahari Central sin necesidad de permisos. El caso fue archivado por cuestiones técnicas, y el Gobierno puso más trabas poniendo al abogado de los bosquimanos –el ­británico Gordon Bennett, que ganó el caso de 2006– en la lista de los ciudadanos que necesitan visado para entrar al país. Desde entonces cualquier solicitud por parte del abogado ha sido denegada.

El último golpe para los san llegó en enero de 2014, cuando el ministro de Medio Ambiente, Vida Salvaje y Turismo, ­Tshekedi Khama (hermano del presidente e hijo también de Seretse Khama, el padre de la independencia) anunció que el Gobierno botsuano prohibía la caza en todo el país. Las entidades conservacionistas celebraron la iniciativa al considerar que se protegía la fauna salvaje, pero esa prohibición afectaba no solo a los cazadores extranjeros que querían trofeos para colgar en sus despachos y casas, sino también a los grupos de cazadores recolectores bosquimanos que todavía vivían a la manera tradicional.

El líder san Jamunda ­Kakelebone, entregó en abril de 2014 –junto a Gordon Bennett– una carta al príncipe Carlos de Inglaterra para que intercediera por ellos ante el presidente Khama. En 1987 el príncipe Carlos visitó el Kalahari junto al escritor y conservacionista Laurens van der Post, y pudo convivir con los bosquimanos. El mismo Príncipe de Gales escribió, a su regreso, que “lo que descubrí fueron los profundos e intuitivos lazos que unen al bosquimano con su tierra; su conocimiento del funcionamiento del mundo natural y del delicado equilibrio entre la vida, su entorno físico y la espiritualidad interior que habían mantenido durante tanto tiempo en los entornos más duros. El bosquimano es una víctima inocente de lo que, con demasiada ligereza, demasiados de nosotros llamaríamos progreso… Todos perdemos si el bosquimano desaparece”.

Kakelebone se quejó de que el desplazamiento de los bosquimanos en Botsuana debía ser considerado como discriminación racial: “En vez de dejarnos cazar, nos llevan a campamentos, nos tratan como estúpidos, nos dan ropa y nos alimentan con sorgo, judías y azúcar, una dieta sin carne a la que no estamos acostumbrados. Quieren que nos convirtamos en pastores y están cambiando nuestra cultura. Si no nos dejan cazar, moriremos”, dijo Kakelebone a The ­Guardian. Los medios aún esperan la respuesta del Príncipe Carlos.

 

 

Anciana bosquimana / Fotografía: Getty Images

Anciana bosquimana / Fotografía: Getty Images

 

 

Pilares de la economía

 

Después de los diamantes, el turismo es la segunda fuente de ingresos más importante de Botsuana. Con dos grandes atracciones como el Kalahari y el delta del ­Okavango, el país está dirigiendo sus miras hacia el turismo de lujo. ¿Pero a qué precio? La hipocresía del Gobierno de Botsuana se hace patente cuando usa imágenes de los bosquimanos para atraer al turismo en sus folletos y promueve las actividades de contacto turístico con cazadores bosquimanos, pero a la vez impide la caza tradicional a este pueblo e impide su acceso al agua de sus tierras ancestrales.

Fui testigo, una tarde de agosto, de esa misma incongruencia al ver el descuido en el que se encuentra la tumba de “El Negro” en ­Tsholofelo Park, en un barrio periférico de Gaborone. En 1991, Alphonse Arcelin, un ciudadano haitiano, visitó el Museu Darder de Bañolas, en la provincia de ­Girona, e inició una campaña internacional para reclamar que retiraran el llamado “Negro de Bañolas”, un bosquimano disecado en 1830 y exhibido entre las curiosidades del mundo natural del museo y que formaba parte de la colección desde 1916, cuando Francesc ­Darder lo cedió al museo. El Gobierno de Botsuana presionó para poder enterrar en su país al bosquimano, queriendo demostrar –según fuentes oficiales– lo “sensible y delicada que es la nación respecto a los derechos humanos, y cómo de compasiva y cuidadosa es respecto a la herencia del país”. Desde octubre del año 2000 “El Negro” está enterrado bajo unas cuantas piedras en un rincón del parque, junto a un depósito de agua. Cuando la vi en 2014, un par de rótulos despintados la identificaban, pero nadie cuidaba la tumba, que empezaba a llenarse de basura. Uno de los postes que sujetaba un rótulo se usaba como poste de una portería en los partidos de fútbol que improvisaban los jóvenes del barrio.

En el mundo quedan unos 100.000 bosquimanos repartidos entre Botsuana, Sudáfrica, ­Namibia, Angola, Zimbabue y Zambia. Es uno de los pueblos más antiguos del mundo, pero también uno de los más marginados. Y si los gobiernos que deberían protegerlos no los cuidan, no solo desa­parecerá su cultura sino toda su población. Viendo la tumba de “El Negro”, mientras el sol empezaba a ponerse entre las casas bajas junto al parque, no tenía demasiadas esperanzas en el futuro de los bosquimanos de Botsuana. Recordé un pasaje de El Mundo Perdido del Kalahari, el libro en el que Laurens van der Post narró la búsqueda de los bosquimanos del desierto. Los encontró un día al atardecer, cuando “esa mítica luz del día que muere me pareció el símbolo perfecto del callado destino de la etnia bosquimana”.

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