La huida de Frédéric

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El 26 % de los refugiados en el mundo son africanos.
Un joven congoleño se encuentra refugiado en un país de África occidental. Relata su aventura con frases incompletas y el miedo en el cuerpo. Una historia que no es demasiado diferente de la de miles de ciudadanos del gigante africano que han tenido que dejar su país.

La historia de Frédéric comienza con un nombre falso por motivos de seguridad. Es originario de República Democrática de Congo (RDC), un país de África central, aunque está refugiado en un país de África occidental por un motivo que prefiere no desvelar.

«Cada uno tiene sus razones para huir, como yo. La información que di rompió mi familia. Hice salir lo que estaba oculto y causó problemas que me obligaron a irme. Mi mujer también habló. Es la emoción de lo que yo he visto… He visto algo que no debía ver en mi vida… y grité… Esta situación hizo que partiera, era la vida o la muerte».

Con estas palabras y frases incompletas, comienza Frédéric la entrevista. Habla con cuidado, asegurándose de no desvelar ningún dato que lo pueda poner en peligro. Deja espacios entre las frases y espera a las preguntas, evitando no decir más de la cuenta. Ha pasado un tiempo desde que nos presentamos y comenzamos a hablar sobre qué le motivó a dejar su país natal. Frédéric desconfía de todo el mundo y tiene miedo de que vengan a buscarlo.

«He descubierto un secreto oculto, cuando pasa esto no te dejan tranquilo», continúa. «Hoy mi familia está hecha pedazos. Los niños de un lado, mi mujer de otro lado… y yo de otro. Espero que un día pueda reencontrarme con ellos, rezo a Dios para que ocurra. El Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) continúa buscando a mi mujer…». La conversación se para. Frédéric mira al vacío. Agacha la cabeza y se limpia las lágrimas en la camiseta blanca que lleva puesta donde hay unas descoloridas iniciales y el logo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). «Vuelvo enseguida», dice apartándose un poco para despejarse y tomar aire.

República Democrática de Congo (RDC) es un gran país africano que, sin embargo, no ocupa el espacio que debería en la agenda internacional. Es también uno de los países más empobrecidos del mundo. Para los ciudadanos de a pie es conocido por ser el país del coltán, debido a que posee el 80 % de las reservas mundiales de este mineral, que interesa a nivel global por su importancia para el desarrollo tecnológico. Cada uno de nosotros en su tableta o su teléfono móvil lleva un trocito de RDC, un trocito del sufrimiento que ha supuesto para esta nación ser tan rica en esta y otras materias -primas. Pero además, RDC también es conocida por las secuelas de la que se conoció como la Guerra Mundial Africana (1996-2003). La más mediática de estas secuelas: las violaciones sexuales a mujeres y niñas. A RDC se la ha llegado a denominar la capital mundial de las violaciones.

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Los refugiados, para su subsistencia, dependen de la asistencia que les prestan las organizaciones caritativas u organismos internacionales como ACNUR. Fotografía: ACNUR/SIEGFRIED MODOLA

«He vivido en una zona de conflicto durante largo tiempo y hay varias razones que hacen a la gente irse de allí». Frédéric se refiere al este de RDC, especialmente a la zona que comparte frontera con Ruanda, país que se ha convertido en el principal exportador mundial de coltán, a pesar de no tener reservas. «En el este no puedes ponerte en contacto con los periodistas. No puedes decir lo que has visto ni lo que ocurre, sobre todo los casos de violación, eso no hay que desvelarlo».

Frédéric explica que en RDC se violan desde bebés de pocos meses hasta niñas de 12 años. Y hace alusión a los rebeldes que actúan como sectas. «No lo hacen por placer sino porque necesitan las primeras sangres de esas niñas. Las guardan en botellas y hacen ceremonias con eso. La tradición dice que las primeras sangres de una niña dan buena suerte y felicidad», explica.

Sin embargo, «no son solamente los rebeldes quienes violan, también son los soldados del Gobierno, e incluso los soldados de Naciones Unidas», cuenta Frédéric. Todas estas informaciones ya han sido recabadas en varios informes desde hace años, pero parecen no doler, al menos no lo suficiente como para tomar medidas eficaces al respecto. «¿Sabes cuál es el problema? Cuando una niña es violada no tiene derecho a ir a quejarse o hablar, si osa contarlo está en peligro. Una mujer violada es considerada como una mujer maldita, los hombres abandonan a sus mujeres si son violadas y se cree que las mujeres que quedan embarazadas tienen hijos malditos».

«Conocía a una niña», continúa Frédéric, «de 13 o 14 años. Un día que hubo desórdenes en la ciudad, la niña fue a ocultarse junto al contingente de Naciones Unidas. Para ella, esto era estar segura, pero quien la debía proteger la violó. Cuando su madre descubrió que había sido violada, se sintió obligada a dejar la ciudad».

Frédéric describe RDC como un «escándalo geográfico» en el que «todo el tiempo se descubren riquezas». Unas riquezas de las que «los congoleños no se benefician». Un país donde «todas las elecciones son fraudulentas». Donde «es como si el cuerpo humano no tuviera valor. Por lo que pasa en el este de RDC es como si Dios no existiera».

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Refugiado centroafricano en el campamento de Bili. Fotografía: FUNDACIÓN ON/CORENTIN FOHLEN

Dejarlo todo

Cuando Frédéric se dio cuenta de que estaba en peligro, huyó a otra zona de su país, pero tuvo la desgracia de que, aún a kilómetros de distancia, alguien le reconoció. Supo enseguida que permanecer allí tampoco era seguro. En pocos días viajó a la capital, Kinshasa, y gestionó su huida de RDC con alguien habituado a estas cuestiones. «¿A dónde quieres ir?», le preguntó la persona que organizaría su salida. «A cualquier país que no sea fronterizo con RDC», respondió. Frédéric explica que «salir no es fácil. Tenía la idea de irme a República de Congo, pero nuestro Gobierno envía a menudo militares de paisano y buscan a sus objetivos. Si eliges como destino de exilio Ruanda, Burundi, Uganda, Congo o Angola es como si no hubieras hecho nada». Frédéric voló al primer país de África occidental que le ofrecieron sin rechistar. Lo más importante en aquel momento era irse tan pronto como fuera -posible.

A pesar de crisis como las de Malí o el lago Chad, África occidental es el destino de demandantes de asilo procedentes de otros países. Según datos recogidos por ACNUR, 290.000 personas tienen el estatus de refugiado en África occidental y 7.300 son solicitantes de asilo.  Proceden de países vecinos y de la misma región, pero también hay refugiados de Turquía, República Centroafricana o Siria, a pesar de que el empobrecimiento de estos países no los convierta en elmejor lugar posible para refugiarse.

Dos trajes y un álbum

Frédéric llegó a su destino sin nada. Y cuando tuvo la oportunidad de pedir que le enviaran algo eligió dos trajes y un álbum de fotos. Argumenta que los trajes los pidió porque son caros y no tenía absolutamente nada para vestirse dignamente. El álbum de fotos es un resumen de su vida. No son fotos de familia, sino de su trabajo. De tapa rojiza y desgastado por el paso del tiempo, el álbum recoge fotografías de su pasado como maquetista o escultor en bronce. Frédéric también hace serigrafía, caligrafía, cerámica y pintura.

Mientras pasamos las páginas de su álbum –que resumen su -talento– narra su historia antes de convertirse en refugiado. «Cuando estaba en RDC tenía mi coche, tres motos… Económicamente estaba realmente bien. Tenía un taller, donde trabajaba haciendo maquetas de barcos», explica. El trabajo de Frédéric era vocacional y tuvo la suerte de poder dedicarse a ello profesionalmente y que, además, le permitiera una estabilidad económica. Con siete u ocho años, comenzó a fabricar pequeños personajes de arcilla que iba ocultando bajo la cama. Un día, mientras barría la casa, su hermana mayor los descubrió y pensó que eran fetiches, así que pensó que su hermano pequeño quería dedicarse al culto a lo sobrenatural. Aquella noticia no le gustó a su madre en absoluto. Lo llevaron a la iglesia para rezar, y destruyeron sus figuritas de barro sin darse cuenta que eran las primeras manifestaciones de arte de Frédéric.

No obstante, siguió construyéndolas, aunque a partir de entonces las ocultó lejos de casa. «Un vecino, que era un intelectual, se dio cuenta enseguida de que lo que yo hacía era arte, y se lo explicó a mi madre, pero ella no quería comprender. Entonces él pidió permiso a mi madre para supervisar mis estudios, cosa que mi madre aceptó. Mi vecino, que ni siquiera era de la misma etnia que yo, se hizo cargo de mí hasta que terminé mis estudios y logré mi diploma en Bellas Artes. Es algo que obtuve gratuitamente», cuenta Frédéric. Esto le influyó en su modo de tratar a los demás.

Es por esto que su taller siempre estaba lleno de niños, y cada año tenía entre cinco y siete alumnos a los que no pedía nada a cambio de la formación que les ofrecía. «La gente mira más por los intereses que puede sacar de una situación, pero yo no hacía eso por dinero. Por mi parte, les estaba transmitiendo una formación que les iba a servir en la vida y que ellos también iban a compartir con otras personas», dice. En ocasiones, Frédéric también les daba un poco de dinero a sus aprendices para motivarlos a ir al taller, porque «yo sabía que el tiempo que pasaran conmigo, obtendrían una formación», argumenta.

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David Almas, joven congoleño en Nakivale (Uganda). Fotografía: ACNUR/YONNA TUKUNDANE

Refugiado en un país pobre

Frédéric recuerda su pasado con cariño, pero también con dolor. A veces se pregunta cómo ha podido ocurrirle esto a él, cómo ha llegado a esta situación. En ocasiones se descubre rememorando las circunstancias que le obligaron a irse, «como si hubiera ocurrido ayer», dice. «Es como una película que ponen delante de mí». También piensa mucho en su esposa y le vienen a la mente miles de preguntas y dudas. «El CICR comenzó a buscarla en los primeros meses de 2017, pero no sé nada de ella desde hace ya tres años. No sé si está muerta o no. No es que no tenga confianza o fe, pero lo que no tengo es esperanza… Si está viva, ¿por qué no me busca? O bien, ¿en este tiempo ha formado otra familia?», se interroga en voz alta.

«Cuando pienso demasiado en ello me da dolor de cabeza y no duermo bien», explica. «Así que leo o veo la tele para intentar no pensar. Procuro no meter la cabeza en todo esto y pensar que ya ha pasado y no se puede ir para atrás».

Aunque la historia de Frédéric pertenezca a su pasado, también es parte de su presente. Ha pasado de tenerlo todo a no tener nada, dormir en el suelo o no saber qué va a comer cada día. Ahora tiene que empezar de cero. Tras un tiempo como demandante de asilo, Frédéric ya es oficialmente refugiado. Tras estudiar su caso, le ha sido concedido este estatus por el Gobierno. Ser refugiado le permite unas prestaciones en el Estado de acogida como formación profesional, apoyo a la escolarización de los niños o asistencia médica. En un país empobrecido, para acceder a estos servicios, «hay que hacer presión. Si no, te van a enredar en una burocracia infructuosa. Y también depende de la persona que te recomienda, cuando vas a una oficina u otra. Tampoco es fácil conseguir los medicamentos», señala. Frédéric explica que a menudo tiene insomnio y pesadillas. Le preguntamos si tiene o le han ofrecido apoyo psicológico. «Jamás he oído nada sobre apoyo psicológico para personas en mi situación», responde.

Tres meses después de la entrevista, Frédéric logró contactar con su esposa. Ella también estuvo todo ese tiempo buscándolo.

África es una de las regiones más afectadas por la crisis de refugiados, albergando a más del 26 % de la población de refugiados del mundo, según ACNUR. A esto hay que sumar los desplazados internos, los que se mueven a otras regiones de su mismo país huyendo de la persecución, la violencia y el cambio climático. En el caso de RDC han abandonado sus hogares 3,9 millones de personas desde 2015. Según ACNUR, hay más de 620.000 refugiados de RDC en más de 11 países africanos. Más de 620.000 historias de personas que debieron huir y empezar desde cero, como Frédéric. 

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