Libros y lápices, alternativas a la Mutilación Genital Femenina

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La keniana Nice Nailantei Leng’ete, de 27 años, es un ejemplo para su comunidad masai. Escapó de su propia ceremonia de mutilación genital y ahora es una líder comunitaria con reconocimiento internacional que trabaja por los derechos de las mujeres.

¿Nos puede explicar cómo es el lugar de dónde viene?

Vengo de una tierra que se encuentra en las faldas del Kilimanjaro, una de las regiones más bonitas de Kenia.

Eso dicen todos los kenianos de sus lugares de origen…

(Sonríe) Sí, eso es cierto, pero tienes que apreciar el lugar del que proceden tus ancestros. Nos encontramos en el parque nacional Amboseli y el escenario que rodea nuestras casas está lleno de elefantes, cebras, jirafas… Vengo de la comunidad masai, uno de los pocos pueblos kenianos, y quizás de África, que mantiene intactas sus tradiciones como, por ejemplo, se puede apreciar en nuestras ropas.

En los últimos años se ha convertido en un personaje muy importante para su comunidad por la lucha contra la mutilación genital femenina (MGF) ¿Por qué los masais la practican?

En primer lugar, las motivaciones de cada grupo son diferentes. Por ejemplo, puede significar una transición entre la adolescencia y la etapa adulta. De hecho, aunque tengas 30, o incluso 40 años, si no estás circuncidada no eres considerada una mujer digna. Ahora, si te lo practican, durante este trance no puedes ni llorar ni gritar porque eso es un síntoma de debilidad. No puedes ni moverte ni cerrar los ojos para demostrar que eres fuerte y que ya estás preparada para el matrimonio.

¿A qué edad exactamente?

Cuando tienes 6 o 7 años te llevan para que veas estos rituales y observes todo el proceso. Lo hacen para ir mentalizándote. A veces para prepararnos quemábamos ropa y nos la poníamos ardiendo en la piel para ensayar el no gritar. Lo cierto es que como es una gran celebración de iniciación, se prepara un banquete, pero si gritas o lloras durante el proceso la comida no se podrá consumir y será una vergüenza para tu familia y la comunidad. Quiero explicar con esto que la presión a la que están sometidas las mujeres es mucha.

En algunos escritos se puede leer cómo el primer presidente de Kenia, Jomo Kenyatta, promovía la MGF entre su comunidad kikuyu como marca identitaria. ¿Qué opina de esto?

La MGF siempre ha estado ahí. Pero la verdad es que los kikuyos no son la única etnia que lo practica en Kenia; hay, de alguna forma, al menos 27 grupos que lo hacen.

¿Piensa que este discurso ha podido calar en el fondo de la sociedad keniana debido a su influencia?

Efectivamente, los líderes políticos son influyentes y sus mensajes son muy importantes para construir narrativas. La MGF es un asunto tradicional, pero también social. Si te fijas, los discursos públicos de estas personalidades diciendo que la MGF es una mala práctica no son muchos porque saben que están en juego posibles votos en elecciones y apoyo de grupos sociales de poder. Estos políticos, ya sean hombres o mujeres, creen que los echarán si dicen algo que pueda atentar contra la tradición.

«Algunos políticos están tratando de cambiar la situación, pero es un viaje muy, muy largo»

 

¿Qué impacto piensa que tiene la ley de 2011 que prohíbe expre­samente la MGF en Kenia?

Es algo muy positivo que demuestra que algunos políticos están tratando de cambiar la situación, pero es un viaje muy, muy largo. No te puedes levantar una semana y decirle a una comunidad entera que practica la MGF que no lo puede hacer nunca más porque está prohibido. Eso lleva mucho tiempo porque implica escuchar a la gente.

Con su trabajo está intentado cambiar las tradiciones. ¿Qué es lo que le hace tratar de alterar el orden establecido en su comu­nidad?

Recuerdo que la primera vez que me escapé con mi hermana tenía 0ch0 años. La segunda vez intenté explicarle que era preciosa y que no tenía que hacerlo, pero como nos pegaron por huir tras la primera intentona, me dijo que esta vez no iría a ninguna parte y que como yo era más joven, debía marcharme yo sola. Corrí lejos y no pude salvarla. Cuando estaba en el bosque me dije que tendría que buscar la manera de poder ayudar a mi gente. Después de esto, fui a llorar a mi abuelo para explicarle que si me circuncidaban tendría que abandonar el colegio y que yo quería seguir estudiando. Mi abuelo entendió mi determinación y llamó a mi tío para que me llevara con él fuera del pueblo. Con 15 años, al terminar mis estudios de Secundaria volví a casa y pude observar que todas mis amigas estaban casadas… algunas con niños. Toda la comunidad se reía de mí por estar soltera, mientras que yo pensaba que si en vez de una como yo fuéramos 100 mujeres, o incluso 1.000, podríamos cambiarlo todo. No ha sido un viaje fácil, en parte porque yo he crecido en esta tradición. Me miraban como una mala influencia y me decían que por no estar circuncidada iba en contra de mi familia, de los ancianos y que ningún hombre de la comunidad estaría dispuesto a casarse conmigo. Pero no estaba dispuesta a rendirme.

La keniana Nice Nailantei Leng’ete, de 27 años, es un ejemplo para su comunidad masai. Foto: Sebastián Ruiz-Cabrera / MN

¿Y qué hizo después?

Empecé a ayudar a algunas niñas para que huyeran de la MGF y lucharan contra esta práctica. Las seguía en la escuela para explicarles la cuestión y empecé a convencer a algunas, en concreto a siete. Esto me supuso un problema más en mi aldea. Estuve haciendo esto durante dos años, pero tenía más problemas que buenos resultados, por lo que decidí cambiar el modo de trabajar.

¿Qué le hizo darse cuenta de esto?

Yo era la primera mujer en ir a la escuela en mi comunidad, así que fui seleccionada para un proyecto educativo. El objetivo era formar jóvenes de entre 10 y 24 años con información sobre salud reproductiva, infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados, matrimonio precoz o la MGF. Pero había un problema, porque en mi zona los chicos y las chicas no hablaban de estas cosas. Es un tabú. Le dije a un joven de mi comunidad que hizo el curso conmigo que llamara a los chicos, pero claro, él me respondió que yo no podía hablar con ellos, que estaba loca. Otro problema más.

¿Nos puede explicar cómo es el proceso de diálogo con una comunidad como la suya?

El objetivo fundamental es hablar con los ancianos que son nuestro parlamento tradicional. Si ellos dicen a alguna cosa que sí, se hace. Si ellos no aceptan algo, no se hace. En este sentido es básico convencerles.

Esto sería la teoría, pero ¿cómo se logra en definitiva?

No rindiéndose. Intenté cambiar el discurso hablando sobre los problemas de desarrollo de nuestra comunidad, un lugar donde hasta ese momento solo los chicos podían ir a la escuela y formarse. Hablaba con las chicas de mi zona y con las mujeres durante los días de mercado, en el hospital… Pero lo que yo quería era que los ancianos me escucharan. No teníamos personal formado en -nada mientras otros pueblos vecinos tenían abogados, médicos, profesores… Por eso, mediante la excusa del desarrollo interno, tenía que convencerles para que se dejara de practicar la MGF a las niñas con todo lo que ello implicaba.

¿Y?

Ellos dijeron que no hablarían conmigo.

¿Y qué hizo?

(Mira fijamente y responde) Volví a intentarlo una y otra vez. Hasta que dijeron ‘Bueno, esta chica está a punto de molestarnos más de lo debido. Así que vamos a escucharla’.

¿Cuánto tiempo duró el proceso hasta que comprendieron sus reclamaciones?

Creo que estuve un total de dos años hablando con toda la gente hasta que conseguí que se iniciara un ritual alternativo.

¿En qué consiste ese ritual alternativo?

Tenemos una formación en la que participan políticos, personas cualificadas y líderes comunitarios. Después de tres días tenemos una celebración en la que recreamos el mismo ritual, pero sin agredir a la mujer. Un ritual precioso, sin nada de dolor. Sin cortes. Ahora las niñas que no son circuncidadas están aceptadas por toda la comunidad que acude a bendecirlas con libros y lápices para que lleguen a ser médicos o profesores o el tipo de persona que quieran ser en sus vidas, pero con capacidad de decisión sobre sus proyectos vitales. ¿Y sabes qué? ¡Que los ancianos también están ahora contentos!

Se podría decir que ha iniciado una revolución social en su comunidad…

Sí, soy como una revolucionaria –ríe–. Pero yo no soy lo importante. Trabajo en Amref desde 2012 y visito otras comunidades masais en Kenia y Tanzania. El objetivo principal es hablar con los ancianos, que son los que tienen poder de decisión para aprobar un posible cambio.

¿Piensa que este cambio puede poner en peligro la cultura de su comunidad?

No, no lo creo. La clave es defender nuestra cultura sin poner en peligro a ninguna mujer. Queremos conservar todo como nuestras telas de colores, nuestros collares, decir que somos guerreros, pero tenemos que hacer un balance entre lo que está bien y lo que está mal.

¿Cree que alguien le puede acusar de que su discurso es impostado por tener influencias europeas?

Nosotras hemos crecido en estas comunidades. Nos conocen desde que éramos bebés. Hablamos la lengua local y somos nosotras las que decidimos. Yo misma escapé sin que nadie desde Europa me explicara nada.

¿Cuáles son los principales desafíos a los que se enfrentan en la actualidad?

Son muchos porque es un tema muy sensible. Tenemos niñas que continúan huyendo porque los mismos padres las fuerzan, lo que demuestra que no todo el mundo quiere escuchar. Después, cuando las niñas escapan no tenemos un centro para cuidarlas. En ese sentido, me gustaría crear un centro de rescate y otro de formación. Además, necesitamos dinero de donantes porque los presupuestos no llegan de inmediato y entre un curso escolar y otro hay a veces un vacío que tenemos que solucionar. También tenemos un desafío con los hombres que no aceptan a las mujeres que no han pasado por la MGF.

¿Menciona a los donantes, pero cuál es el papel del Gobierno?

Tenemos una ley, pero ahora se necesita que se implemente bien y con medidas certeras. Lo ideal es trabajar todos en comunidad porque el objetivo es que seamos autosuficientes.

¿Ve en un futuro entrar en política como una opción para continuar cambiando la realidad social?

Aunque todavía lo estoy pensando, quizás para 2022 me gustaría presentarme a algún puesto político para tratar de cambiar las cosas también a nivel legislativo.


La manzana de Eva

El documental La manzana de Eva (2017), del realizador gaditano José Manuel Colón y rodado entre Kenia, Gambia, España y Chile plantea una reflexión a través de la voz de varias mujeres que han pasado por el drama de la mutilación genital y los profesionales que luchan para cambiar esta dura realidad. Después de pasar por varios festivales y ganar algunos premios por este trabajo, desde enero se puede ver en la plataforma NETFLIX. Según explica el propio José Manuel Colón, en España residen 57.000 mujeres que han sufrido la ablación y 17.000 niñas están en peligro de sufrirla. Los viajes a sus países de origen para practicarles la MGF siguen siendo frecuentes.

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