Mujeres y fronteras

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Por Beatriz de Lucas Larrea, técnica de incidencia y participación social de CEAR-Euskadi y coordinadora del proyecto “Vidas que Cruzan Fronteras: Un análisis feminista de la Frontera Sur”.


«Aunque Joy seguía esperando surcar los cielos, en la madrugada en la que se montó en la barcaza, no sintió miedo. En la orilla y de noche se veía poca agua. Al amanecer, su corazón se desbocó. Boum, boum, boum. Se quería morir. Nunca, nunca, había visto tanta agua. Y, además, se movía. Tuvo suerte. Su pánico solo duró una hora, la que tardó en aparecer Salvamento Marítimo. A las tres de la mañana Joy aún se hallaba en la costa marroquí, a las siete ya la habían izado a la embarcación de rescate y se dirigía al puerto de una localidad andaluza. Al día siguiente, hubo un naufragio. El mar se tragó a otras Joy».

Este fragmento del libro de CEAR-Euskadi “La mujer que quiso saltar una valla de seis metros[1]”, cuya autora es Amanda Andrades, narra la llegada a costas andaluzas de Joy, originaria de Nigeria, quien tardó diez años en realizar el viaje que la llevó a Motril, y posteriormente a Euskadi. Este pasaje de su historia se asemeja, lamentablemente, a la de las miles de mujeres procedentes de África negra a quienes la política migratoria obliga a arriesgar sus vidas en el mar para alcanzar territorio europeo.  

La Frontera Sur española ha sido durante muchos años un enclave experimental de las políticas de externalización y militarización de las fronteras desarrolladas por la Unión Europea, convirtiéndola en un espacio de graves violaciones de los derechos humanos de las personas migrantes y refugiadas. Muertes y desapariciones en el mar, personas estancadas en Marruecos esperando al cruce, devoluciones ilegales, y más de siete años de impunidad por las muertes en el Tarajal.  Este es el dibujo de la Frontera Sur. Un dibujo que muestra una enorme opacidad y que habitualmente no ofrece un análisis en profundidad sobre qué ocurre con las mujeres.  En los últimos años, gracias al trabajo realizado por activistas y organizaciones de derechos humanos, cada vez sabemos más sobre la violencia sistemática contra las personas migrantes y refugiadas, y sobre los impactos diferenciales de género de las políticas de control de fronteras.

El año pasado en CEAR-Euskadi publicamos la investigación “Vidas que cruzan fronteras”[2], que pretende arrojar luz sobre las consecuencias de la externalización de las fronteras desde una perspectiva feminista. Para ello realizamos más de cuarenta entrevistas a organizaciones que acompañan a personas migrantes y refugiadas, y un trabajo de campo en Ceuta, Melilla y el norte de Marruecos.  Sabemos que analizar los impactos de la militarización de las fronteras no pasa por homogeneizar las vivencias, expectativas y sueños de las miles de mujeres que cruzan este espacio fronterizo. Detrás de cada una de ellas hay un proyecto migratorio propio.  Sin embargo, creemos que se pueden rescatar elementos que se repiten y que permiten denunciar lo que implica la falta de vías legales y seguras para el viaje de las mujeres.

La política migratoria y la violencia estructural contra las mujeres

La imposición de visados, los acuerdos de readmisión, la subcontratación del control migratorio a países como Marruecos, los centros de detención o el aumento de los dispositivos de control como son las vallas de Ceuta y Melilla son la punta del iceberg de todo un entramado de políticas, y acuerdos entre la Unión Europea y terceros países que tiene como único objetivo el control migratorio.

Cuando hicimos las entrevistas en Marruecos, en febrero de 2019, los colectivos alertaban del recrudecimiento de la represión contra las personas migrantes por parte de los cuerpos policiales marroquíes.   Desde verano del 2018 se habían convertido en algo sistemático las redadas y detenciones a personas migrantes, a las que alejaban de los perímetros fronterizos, desplazándolas al sur del país. En Tánger tuvimos la oportunidad de charlar con ocho mujeres que se encontraban esperando el cruce, todas ellas habían sido desplazadas a Tiznit en al menos una ocasión. Nos contaron sobre el enorme estrés emocional que vivían y el miedo continuo a la represión policial. Ninguna de ellas podía dormir con normalidad por las noches y todas referían vivir alerta ante una posible detención o redada en los barrios.  La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) alertaba que, en muchas ocasiones, estas redadas en los campamentos y los barrios se realizaban bajo la excusa de desmantelar redes de trata con fines de explotación sexual, y que raras veces, las redadas iban acompañadas de algún tipo protección para las mujeres víctimas; sino que habitualmente eran detenidas y desplazadas al sur del país.

En este contexto de militarización, externalización y políticas represivas podríamos afirmar que una de sus consecuencias más graves es que las mujeres no pueden realizar el viaje de manera autónoma. El relato de Joy es claro en ese sentido: «Una semana permanecieron en ese lugar, cuyo nombre ha olvidado, callados, en silencio. Mejor no hablar, no protestar. Por las noches los jefes seleccionaban a algunas mujeres. A Joy no. Y en esos momentos, se alegraba de estar «demasiado fea», sucia y con malos pelos, un cabello muy corto y sin trenzar, sin pendientes, con la piel seca y cuarteada».  En las entrevistas las organizaciones denunciaban que la mayoría de las mujeres sufren al menos un episodio de violencia sexual en el camino. Ante la falta de vías legales para poder llegar a territorio europeo, los cuerpos de las mujeres se convierten en una herramienta de acceso y cruce de los espacios fronterizos.  Derivado de esta violencia sexual las mujeres enfrentan otro tipo de violencias contra la libertad reproductiva como son los embarazos no deseados, o la dificultad para poder realizar una interrupción voluntaria del embarazo de manera segura. En Marruecos, además, la falta de acceso a métodos anticonceptivos y, por tanto, el riesgo de sufrir enfermedades de trasmisión sexual, posicionan a las mujeres en una situación de mayor vulnerabilidad aún.  

Uno de los temas recurrentes durante el proceso de investigación fue el de la trata con fines de explotación sexual. Es importante comprender que la trata, además de un delito, es una grave violación de los derechos humanos. De varios derechos de forma simultánea. No solo de los derechos sexuales, sino del derecho a la vida y la seguridad, a la integridad física, a la libertad de movimiento. Constituye una vulneración de los derechos laborales (derecho a percibir un salario, derecho al descanso) y constituye o puede llegar a constituir tratos crueles, degradantes, inhumanos y tortura. Con respecto a la magnitud del fenómeno, nos encontramos con posturas divergentes por parte de las organizaciones a las que entrevistamos.  Algunas planteaban que se ha pasado del negar la existencia de la trata a afirmar que cualquier mujer subsahariana que cruza la Frontera Sur tiene indicios de ser víctima. En el discurso contra la trata habitualmente se entremezcla ésta con el tráfico, o se incluye en el concepto “trata” todo el trabajo sexual al que recurren muchas mujeres para poder costearse el viaje ante la falta de alternativas económicas. Creemos que este enfoque de “todo es trata” no ayuda a esclarecer la magnitud del fenómeno, siendo conscientes de lo complicado que resulta obtener datos fiables debido a su propia naturaleza clandestina. Además, esta mirada simplifica y homogeniza una multitud compleja de situaciones de violencia que atraviesan las vidas de las mujeres en tránsito. También es preocupante que únicamente se esté poniendo el foco en la explotación sexual, sabiendo que existen redes tanto en Marruecos como en el Estado español para otros fines como la explotación laboral (en sectores como la agricultura o el empleo doméstico). ¿Acaso asistimos a una mayor permisividad social en relación a otras formas de trata en sectores feminizados, como por ejemplo para explotación en el empleo doméstico?  Lo que está claro, es que no es posible hablar de lucha contra la trata sin poner en el centro del debate el contexto de cierre y militarización de fronteras, y también la Ley de Extranjería.

Además de la sexual hay otras múltiples violencias que enfrentan las mujeres en el camino. Marruecos se ha convertido para la mayoría de las mujeres en un lugar de espera. Un espacio, cada vez más difícil, para quienes sufren una enorme represión por parte de los cuerpos policiales marroquíes, aumento del racismo contra las personas negras y una importante   violencia institucional en el acceso a derechos básicos, como la salud.  La falta de alternativas económicas, principalmente para quienes se encuentran en situación irregular es alarmante. La mayoría de las mujeres se dedica a la mendicidad, también a la prostitución y al trabajo doméstico. En lo que se refiere a este último, las organizaciones denuncian las condiciones de explotación del mismo, con salarios muy bajos. En ocasiones las personas empleadoras les retienen incluso los pasaportes. Este contexto es caldo de cultivo para múltiples violencias y agresiones, entre ellas la violencia sexual.

Finalmente, no podemos olvidar que las vallas que delimitan el perímetro fronterizo de Ceuta y Melilla, tienen una consecuencia muy grave para las mujeres, que el mar sea la única opción para ellas.  En su reciente informe sobre la Frontera Sur, la Asociación pro Derechos Humanos de Andalucía[3] (APDHA) señalaba que en 2020, 1.717 personas perdieron la vida intentado llegar a territorio español, la cifra más alta desde que existen registros.

¿Desde dónde narramos estas violencias? 

Durante el proceso de elaboración del informe de investigación nos acechaban varios miedos. Uno de ellos era que sus contenidos sirvieran de excusa para criminalizar a la población migrante o justificar la política de cierre de fronteras. A modo de ejemplo, en los últimos años hemos escuchado a dirigentes políticos de la derecha y la ultraderecha utilizar el discurso de lucha contra las redes de trata para justificar el cierre de fronteras y para posicionar en el imaginario a los hombres migrantes como los otros violentos y peligrosos de los que hay que defenderse. Si hablamos de las violencias que enfrentan las mujeres en el camino es fundamental posicionar como marco del análisis la política migratoria promovida por el Gobierno español y la Unión Europea. Las organizaciones y muchas activistas llevan años denunciando que la externalización y militarización de la Frontera Sur está agravando la violencia contra las mujeres a lo largo de su camino. El hecho de que no existan vías legales y seguras implica que las mujeres hagan tránsitos cada vez menos autónomos, y dependan de otros que les ayuden a cruzar esas fronteras militarizadas. Incluir la figura del protector o protectores para poder realizar el camino en condiciones de mayor seguridad es en sí una estrategia migratoria, pero también sitúa a las mujeres en una posición de enorme vulnerabilidad ante las violencias machistas.

Es urgente apostar por una mirada interseccional, que visibilice cómo los sistemas de opresión patriarcal, racista, colonial y capitalista se entrelazan en el espacio fronterizo, y crean realidades diversas y de suma violencia para quienes lo cruzan. Es, por tanto, fundamental ampliar el prisma, y poder así poner la responsabilidad última de estas violencias en los gobiernos responsables de esta gestión militarizada que no tiene en cuenta los derechos humanos de las personas migrantes.  Situar el debate en este punto nos ayuda a enfocar nuestro trabajo de incidencia, porque de poco sirve hablar de campañas contra la trata si se mantienen las políticas migratorias actuales.

Otro de los miedos que tuvimos durante el proceso de investigación fue reforzar esa mirada victimizadora que habitualmente reproducimos quienes hacemos investigación y formación sobre la realidad de las mujeres migrantes y refugiadas. Somos conscientes de que la violencia vivida en el camino es muy grave, pero ello no implica que debamos mirar a las mujeres negras como personas que no toman decisiones respeto a sus proyectos migratorios, y que enfrentan la violencia de forma pasiva no poniendo en marcha ninguna estrategia de afrontamiento personal o colectiva.  Ante esta mirada que las victimiza y ante la utilización de narrativas que criminalizan a las personas que migran, ante los estereotipos machistas y racistas, creemos que es necesario otro enfoque. Para nosotras ha sido y es imprescindible rescatar y visibilizar que estas son mujeres sobrevivientes. Mujeres que cuentan con recursos propios y ponen en marcha estrategias colectivas. Ellas traen un bagaje cultural y educativo propio, tienen modelos y referencias positivas de sus propios entornos y familias, traen proyectos vitales, esperanza y determinación, han desarrollado la creatividad y las habilidades que requiere un viaje como el que hacen.

«Embarazada de nuevo, Joy tiene claro que prefiere vivir sola, ella y sus hijas. No quiere vivir con ningún hombre, ni con el padre de las criaturas. Su independencia es lo primero. Está aprendiendo a leer y a escribir. Nadie le va a cortar las alas, esas con las que vuela sin aviones». Así termina el relato de Joy. Una sobreviviente, que al igual que otras muchas mujeres, ha hecho frente a todo un despliegue policial y militar dispuesto para impedir que salga de su país de origen y llegue aquí. Lo ha hecho cruzando varias fronteras, sobreviviendo a las múltiples violencias y, sobre todo, a la impunidad. Pero no caigamos tampoco en idealizar la resiliencia de todas esas Joy; las heridas que ellas traen nunca debieron haberse producido.


Ilustración: Amelia Celaya

[1] Información sobre el libro en https://www.cear-euskadi.org/producto/lamujerquequisosaltarunavalladeseismetros/

[2] Puedes leer el informe de investigación en https://www.cear-euskadi.org/producto/vidas-que-cruzan-fronteras-un-analisis-feminista-sobre-la-frontera-sur/

[3] Ver informe en https://www.apdha.org/frontera-sur-21/



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