Regadío

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Ndeur Diop no aparece en Google Maps. Las escasas rodadas de los coches que han precedido en el camino son la única pista para llegar hasta allí. Arena, mucha arena, baobabs dispersos, algún transeúnte al que pedir indicaciones, un par de carros tirados por burros, un silencio denso y un sol que cae con toda su furia a las diez de la mañana, aderezan el paisaje del norte de Senegal.

Ndeur Diop se presenta adormecido bajo las sombras de los inmensos mangos de los que cuelgan frutos apetitosos casi a punto de madurar. 700 personas la habitan, según el censo oficial. Pero la mayoría de ellas no vive allí. Han migrado a Europa en busca de una vida mejor. Solo las mujeres, los niños y los ancianos se han quedado. Ellos intentan sacar algo de mijo con el que comer, todos los días, a la árida tierra. Sin embargo, son las remesas, que los que se han ido envían, lo que realmente les mantiene con vida e incita a los más jóvenes a seguir la misma ruta que sus mayores.

Modou Ndiaye y Youssou Diop han roto esa tendencia. Son una excepción entre los hombres de la aldea. Ellos se han quedado o, más exactamente, han regresado. Son de los pocos habitantes de Ndeur Diop que tuvieron la oportunidad de estudiar. Llegaron hasta la universidad. En Dakar, los dos se graduaron en Lenguas Modernas. Ndiaye se especializó en francés y español, Diop en árabe. Tras los estudios, las posibilidades de encontrar un empleo como maestros en una ciudad eran tentadoras. Sin embargo, lo hablaron entre ellos y decidieron que lo mejor que podían hacer era poner su conocimiento al servicio de sus vecinos. Por eso volvieron a casa.

Ahora son maestros en la pequeña escuela que han conseguido levantar en la aldea con la ayuda de una ONG. Pero su labor no se queda ahí. Han constituido una asociación para el desarrollo de su pueblo. «Para que los jóvenes tengan motivos para quedarse y no arriesgar la vida en el camino hacia Europa», comenta Ndiaye. «Aquí tenemos mucha tierra y no es difícil encontrar agua. Con un poco de regadío podríamos convertir este secarral en algo muy productivo», le apoya Diop mientras señala con la mano el gran arenal, salpicado de baobabs, que se extiende hasta el horizonte.

Sueñan los jóvenes con un vergel donde florezcan verduras y frutales, además de los cereales. Sueñan los jóvenes con que sus paisanos encuentren trabajo cerca de sus casas y se queden, como ellos, en el pueblo. Por ahora, son las mujeres las que sueñan junto a ellos y se imaginan ese futuro verde. Los niños bastante tienen con soñar con un balón de verdad que sustituya al que se han fabricado con trapos viejos y cuerdas.

«Solo nos falta un poco de ayuda para poner en marcha el regadío. Basta con cavar un pozo y colocar una bomba solar. Es poco dinero, pero aún no lo hemos encontrado», lamenta Ndiaye.


En la imagen superior,  Modou Ndiaye y Youssou Diop. Fotografía: Chema Caballero

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