Los que se van

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La diáspora, una de las señas de identidad de Cabo Verde


La emigración es uno de los temas recurrentes en cualquier conversación en Cabo Verde. Con muy pocas familias sin nadie en el extranjero, los habitantes del archipiélago se dividen entre los que quieren salir y los que optan por quedarse. Con una diáspora repartida por todo el mundo, algunas estadísticas señalan que hay más caboverdianos fuera del archipiélago que dentro.



Si la diáspora caboverdiana repartida por el mundo decidiera volver a la vez al archipiélago generaría dos grandes problemas al Gobierno de turno: de empleo y de suministro de alimentos y agua. «La emigración –nos dicen sotto ­voce– ha sido la gran solución para la sequía que padece de forma cíclica el país».

En la isla de São Vicente, ese futuro distópico que supondría una llegada masiva y definitiva de migrantes solo se plantea, de manera parcial, en Nochevieja y Año Nuevo, con motivo del Festival de Baía das Gatas y en el Carnaval de Mindelo. Después de los fastos regresan.


Elvin, jugador de voleibol, en la playa de Tarrafal, en la isla de Santiago. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo.


Una diáspora extendida

Repartida por más de 40 países, la diáspora caboverdiana es una de las más extendidas del mundo. Su impacto se entiende a través de algunas cifras. Por ejemplo, las que ofrece el Instituto Nacional de Estadística (INE) caboverdiano, que en 2012 ya reconocía que medio millón de nacionales vivían en las 10 islas del archipiélago, mientras que otros 700 000 lo hacían fuera. En esta línea insiste el V Recensamento Geral da População e Habitação del país, donde se reconoce que «a pesar de la falta de datos estadísticos sobre el volumen total de emigrantes caboverdianos en el exterior, se acostumbra a decir que hay más caboverdianos viviendo fuera del país que dentro».

En lo que respecta a sus destinos, este documento, presentado en abril de 2022, destaca que Estados Unidos es el principal, seguido de países europeos como Portugal, Francia, Italia, España, Luxemburgo o Países Bajos. ¿Y África? ¿Los caboverdianos no emigran dentro del continente? Sí, aunque menos que a Occidente y con más frecuencia a países lusófonos como Angola, Mozambique o Santo Tomé y Príncipe.





El retorno económico

Según el Banco Mundial, el PIB del país alcanzó en 2023 los 2 530 millones de dólares. El 12,5 % de esa cantidad correspondió al dinero enviado por la diáspora. El Banco de Cabo Verde constata que entre 2012 y 2015 ese porcentaje era del 10,6 % y que en el trienio 2016-2019 ascendió al 11,3 %. El impacto del dinero remitido desde el exterior se notó de manera especial durante buena parte de la pandemia. Entre junio de 2019 y junio de 2020, los envíos se incrementaron un 20%, «a pesar de las dificultades económicas que los emigrantes del país tuvieron que afrontar en los países donde trabajaban debido a la pandemia», se indica en el V Recensamento Geral da População e Habitação. En este sentido, Gertrudes Silva de Oliveira, Arlinda Dias Rodrigues y María Elizabeth Rocha afirman en La economía de Cabo Verde y los desafíos del desarrollo sostenible que Cabo Verde «siempre ha tenido a la emigración como forma de suplir las necesidades de su pueblo».


Un grupo de pasajeros en una sala de espera del aeropuerto de Praia, la capital del país. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


Un estudio de 2007 relacionado con las remesas que enviaban a Cabo Verde los emigrantes en Portugal constata que más del 80 % del dinero recibido en el país se destina a gastos cotidianos, mientras que la parte dedicada a la inversión es mínima. La compra de terrenos para la construcción de una vivienda en el futuro, la adquisición y reforma de una casa o hacerse con un vehículo son también destinos frecuentes del dinero enviado por los familiares en la diáspora.

Estos flujos monetarios también han cambiado o matizado la fisonomía de las calles de pueblos y ciudades caboverdianos, donde en los últimos años se han multiplicado las oficinas de compañías como Money Gram o Western Union que permiten el envío y recepción del dinero que hacen llegar los compatriotas desde la otra punta del planeta. En una ­entrevista a MN con motivo de la publicación de su libro ¿Por qué no se quedan en África?, ­Jaume Portell Caño destapaba la contradicción de las remesas, que, además de incrementar los recursos de los países empobrecidos, generan una cantidad ingente de dinero para los intermediarios. «¿Quién se queda dinero por el camino? Western Union, por poner un ejemplo, gana dinero, y es curioso pensar cómo sus accionistas, Black Rock, Vanguard, Goldman Sachs o JP Morgan, obtienen rédito de basureros, limpiadoras, mozos de almacén o gente que trabaja en la agricultura», apuntaba (ver MN 699, pp. 26-31).






Los orígenes del fenómeno

Algunos acontecimientos explican la diáspora de un país que no se entiende sin el elemento migratorio. Enclavado en pleno Atlántico, el archipiélago se convirtió en el siglo XVII en estación obligatoria para balleneros estadounidenses que, tras atracar en sus puertos, para cada travesía se llevaban a marineros de las islas con destino al continente americano. En la actualidad se estima, según el portal caboverde.info, que la comunidad isleña en Massachusetts llega a las 250 000 personas. Los primeros marineros fueron contratados en Brava. Después se unirían los de São Nicolau y Fogo.

El final de la II Guerra Mundial y la necesidad de trabajadores para la reconstrucción de un continente devastado por la contienda abrió las puertas a emigrantes de todas las partes del mundo. Los caboverdianos, dados a la aventura y a explorar nuevos escenarios [Correia y Silva habla de «hambre de alteridad»], también se dieron cita en territorio europeo. Factores fuera del control humano, como las sequías recurrentes y las hambrunas cíclicas, se convirtieron en la puerta de salida para miles de habitantes de las islas. Silva, Oliveira y Rocha, que hablan también de la reagrupación familiar, los estudios, la salud o el mero deseo de aventurarse por el mundo como motivaciones para engrosar la lista de la diáspora caboverdiana, aluden a otra tipología, la «emigración de fuga» [del hambre y de la miseria]. Motivaciones diversas para un fenómeno que ha provocado la salida, en los dos últimos años, de cerca de 40 000 personas.

Escultura en Porto Novo que recuerda a las familias que despiden a los emigrantes. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



¿Qué opinan los caboverdianos?

Los datos, que corren más de boca en boca que de informe en informe, no han sido desmentidos por ninguna de las personas con las que ha hablado MN en el país, muchas de las cuales ya ocupan su espacio en otras páginas de este número.

Elvin, de 28 años, es jugador de voleibol, actividad que compagina con la de conductor turístico en la isla de Santiago. «Quiero emigrar. Lo más fácil será salir hacia Portugal y luego saltar a otro país. ¿Suiza? Allí podré ganar más. Aquí no hay oportunidades».

Zito es músico. Su mujer, profesora oriunda de Portugal, emprendió el camino inverso y ahora da clases en un colegio de Praia. Para el compositor está claro que «la mayoría de la sociedad quiere emigrar, pero tienen que volver».
Ana Moeda es profesora. Como Álex, nunca pensó en marcharse. Eso sí, tiene cuatro sobrinos fuera: uno en Francia y tres en Portugal. «A veces entiendo que quieran irse».

Carlos. Compañero de Ana. Es profesor de Educación Física en Praia. «Si alguien nos dice que quiere salir, le entendemos y le apoyamos. Es normal».

Tó Tavares, músico. Con su guitarra entre los brazos hace una recomendación: «Que no salgan. Aquí hay futuro».

Elisángela Dias, trabajadora social. Vive en Assomada, en el interior de una de las islas más rurales del archipiélago. Reconoce que hay gente que, a pesar de contar con cierta estabilidad económica, sueña con viajar. Apunta a que es un fenómeno protagonizado casi en exclusividad por hombres. Que estos podían pasar 25 o 30 años sin ver a sus familias. Y concluye que en el municipio de Santa Catarina, al que pertenece Assomada, «tenemos un problema con la migración».

El periodista André Amaral, miembro de la redacción del Expresso das Ilhas, insiste en una idea manifestada por Dias: «El proceso de regreso al país no termina nunca», y añade que «los migrantes piensan que fuera todo va a ser más fácil», cuando en muchas ocasiones no lo es. Ni de lejos.

El escritor Germano Almeida ahonda en esta idea: «Europa explotó desvergonzadamente a esos pueblos a los que ahora no acepta en su territorio. Los europeos y los americanos vivieron bien a costa de unos pueblos a los que ahora rechazan».

El cocinero y profesor de gastronomía Francisco Semedo expresa un sentir: «Aunque no estoy en contra de ella, la emigración me entristece».

Álex, 48 años, es propietario de una embarcación, Nha-­Sonho-I, que está varada en la playa de Gamboa, la más antigua de la capital. Recorre la costa africana nombre a nombre a través de los puertos en los que ha atracado y desde los que ha zarpado. Habla también de Alemania, Inglaterra, Japón, Venezuela… Es de São Vicente, pero vive en Praia. «Nunca he tenido la intención de emigrar».

José Maria Pereira Neves es presidente de la República. Su hermana Deolinda vive en Bembibre (León), donde está establecida una de las comunidades más numerosas de la diáspora en España. Tuvo la oportunidad de verla en 2024 en tierras leonesas. «Fue un momento de felicidad para mí ver que no toda emigración, a pesar del dolor en el momento de la partida, es mala. No hay ningún caboverdiano que no tenga un primo, un tío, un vecino, un amigo repartido por el mundo».



Álex, capitán de navío, ha decidido quedarse en el país. En la imagen, posa con su barca, Nha-Sonho-I, en la playa de Gamboa. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



La migración oculta

Todos ponen matices a un sentir que, sin embargo, opaca otra realidad: la migración interna, que, poco a poco, vacía las zonas rurales de Cabo Verde. La falta de oportunidades no siempre se traduce en un proyecto fuera del país. De las zonas rurales sale un hilo invisible de ciudadanos que pretenden emprender una nueva vida en la ciudad. El salario mínimo interprofesional, situado en torno a los 170 euros, no da para mucho. Por eso son frecuentes los nichos de migrantes internos en Praia o en Mindelo, principalmente. Un paseo por Paul, en la isla de Santo Antão, permite contemplar infinidad de viviendas con carteles que anuncian su venta. La salitre del mar y el paso del tiempo acentúan la imagen de abandono. Muchos de sus propietarios habrán salido del país. Muchos otros estarán en la isla vecina, en la capital, en otro lugar. Pero la migración interna no tiene interés para nadie. Al menos para nadie que tenga capacidad de decisión en el país. No hay estudios sistemáticos u ocasionales que destripen la realidad de este fenómeno. Mientras, el país se desangra por los que se van… y por los que esperan a una posibilidad para hacerlo.








Caboverdianas en la diáspora



Por Javier Sánchez Salcedo desde Madrid



Es la tarde del sábado 14 de junio en el Parque de las Comunidades de Parla, en el sur de Madrid, y suena la batucada mientras un grupo numeroso de personas de todas las edades, ataviadas con coloridos trajes confeccionados a mano, desfilan bailando al ritmo del Carnaval de São Vicente. Detrás de esta fiesta, que cumple su tercera edición, está Katem Parada, un colectivo de mujeres caboverdianas en Madrid que se niega a dejar atrás su cultura. En criollo, el nombre del grupo significa «No vamos a parar». La iniciativa nace tras la pandemia, cuando Annie Helena Da Cruz Fortes, esteticista y presidenta del grupo, llamó a otras mujeres para organizarse y mostrar la fuerza y el poder de la mujer caboverdiana. «Muchas de nosotras vinimos siendo adolescentes y ahora tenemos hijos a los que queremos inculcar nuestra cultura, el criollo, los bailes, la comida. Que no se olviden del lugar de donde vienen sus ­padres».
Desde entonces, en colaboración con el Ayuntamiento de Parla, donde se encuentra la comunidad más grande de caboverdianos en España, no han parado. Organizan la Fiesta de la Mujer Caboverdiana, el Carnaval de Verano –inspirado en el de São Vicente–, muestras de arte, de gastronomía o actividades en torno a los derechos de la mujer. «Queremos que Cabo Verde sea conocido aquí y mostrar que la mujer caboverdiana es una mujer resiliente, llena de fuerza y de poder», añade Annie. Hasta ahora las actividades que han organizado han sido un éxito rotundo, congregando en algunas a cerca de mil personas. Para disfrutar del Carnaval de Verano llegan caboverdianos desde otras regiones, como León o Barcelona.

Fotografía: Katem Parada



En la actualidad Katem Parada está formado por siete mujeres. Angélica Flor Sales, empleada del hogar nacida en Santo Antão, lleva 22 años en España. Djenu Almeida, nacida en São Vicente y trabajadora de la Embajada de Cabo Verde en Madrid, 26. Jusileida Sousa y Ángela de Jesús Lima, ambas peluqueras, también dejaron São Vicente hace más de dos décadas. Betty Silva, vicepresidenta del colectivo, trabaja como camarera en un restaurante. Y Elisa Da Luz da Graça dos Santos, cocinera profesional, es quien más tiempo lleva: 41 años en España. «Somos un grupo de mujeres casadas, trabajadoras, con muchas cosas que hacer, pero que sacamos tiempo para mostrar nuestra cultura», dice Annie.

«En España viven unas 2 700 personas de origen caboverdiano y la comunidad más grande, sin duda, es la de Madrid. Le siguen León y Galicia», dice Betty Silva, que llegó con 12 años, aprendió el castellano con rapidez y tuvo una adaptación muy buena: «Mi experiencia ha sido genial y me encanta este país. Me siento como en casa». Annie llegó en 1998. Su madre ya estaba viviendo y trabajando en España cuando trajo a sus cinco hijos. Para Annie la adaptación no fue tan fácil «Te sentías fuera de lugar». Sin embargo, piensa que ahora los niños que llegan de fuera lo tienen mejor, «porque hay mucha gente que ha venido de otros lugares, de otras culturas, mucha más que cuando lo hice yo». Poco a poco se fue adaptando y ahora está feliz. Todas las integrantes de Katem Parada se sienten bien acogidas, sus actividades crecen año tras año y tienen claro que nada las va a parar.



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