Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Dina Moreira no ve el desfile de carnaval. Es un verso suelto. ¿La causa? El propio carnaval. O, para ser más exactos, su previa. Esta mujer es dueña de Dinamor Confecciones, un taller textil situado en un barrio de la ciudad en el que, a falta de varias semanas para el desfile, 20 personas –el doble que el resto del año– trabajan a destajo para poder elaborar los vestidos –las ‘fantasías’, dicen– que llevarán los miembros de dos grupos de carnaval: Monte Sossego y Samba Tropical. En Dinamor unos cortan, otros ajustan piezas, otros cosen. Pero, a lo que íbamos, Dina no ve el desfile. «Los dos días previos no duermo», explica. El cuerpo no le da para más. Le pide descanso.
–¿Qué es lo más complicado de elaborar? –preguntamos.
–No hay nada más fácil o difícil. El tiempo es lo más difícil.
La modista, con 20 años en la profesión, sabe que la sisa del reloj es la que más aprieta.
Eso se nota en la actividad del taller. Aunque merece la pena. El carnaval, que acapara tiempo y recursos, también representa una parte importante de los ingresos del sector en Mindelo. Kátia Ferreira, que también confecciona fantasías para Monte Sossego, lo confirma: «Me ayuda a mantener el negocio». En los meses previos al carnaval, en su taller trabajan siete personas. El resto del año solo dos.
El atelier de Kátia está en un piso que parece un búnker. Hay que avisar por teléfono de que estás fuera. Llamas y esperas. Cuando franqueas la puerta, observas que el sistema de apertura está unido a una cuerda que cae por todo el tiro de la escalera. Subes un piso y otro y ahí está la cuerda, como si fuera un hilo de vida. El otro extremo está en el taller. El sistema es sencillo. Llamas. Desde el taller tiran de la cuerda. Y la puerta se abre. A falta de un portero automático y sin tiempo para subir y bajar escaleras, triunfa el ingenio.
El taller de Kátia es mucho más pequeño que Dinamor. Es un piso. En el salón está el núcleo. En una de las habitaciones las piezas terminadas. En otra retales que, en unas semanas, darán brillo y lustre al carnaval mindelense. A diferencia de Dina, Ferreira sí ve el desfile. En realidad lo ve desde dentro, porque desfila. Duerma o no las 48 horas previas. Lleva 18 años haciéndolo. En 2020 fue portabandera, una de las figuras más destacadas de cada escuela. Los últimos cinco, además, lo compagina con la costura. «Me gusta estar estresada», dice riendo. Tiene que confeccionar 70 vestidos. El de este año diseñado por Valdir Brito. Para Kátia, el tiempo también es un hándicap. Aunque añade otro: los materiales. No es fácil encontrar en Mindelo lo necesario para completar las fantasías. Tiran de recursos dentro y fuera de la isla. Dentro y fuera de Cabo Verde. La diáspora también se encarga de facilitar el suministro de abalorios, telas o accesorios para el carnaval. Todo para llegar en hora a la cita. «Muchas noches me levanto y me vengo al taller. Trabajo mejor en silencio». La antítesis de lo que se vive en los días del carnaval.
Mami Estrela, profesora universitaria y activista social, coautora del Plano estratégico do Carnaval de São Vicente e São Nicolau, presentado en 2014, reconoce que «el pueblo es el dueño de la fiesta. Ellos son los que la hacen».
Esa tramoya invisible se disemina por toda la ciudad. Puede ser el piso semiescondido donde Kátia cose. Pero también un taller o desguace –no se distingue bien a primera vista– donde 12 hombres sueldan estructuras de hierro. Repasan esculturas sobre remolques destartalados. O comen y descansan un rato a la sombra. Todo el mundo sabe lo que allí se cuece, pero, a la vez, nadie sabe lo que allí se hace. Es el estaleiro –‘astillero’, en portugués– donde el grupo Monte Sossego construye sus carros alegóricos. Los otros cinco grupos carnavaleros de la Liga Independente do Grupos Oficiais do Carnaval (LIGOC) custodian con discreción sus estaleiros. «Es el local más misterioso», afirma Antonio Augusto Sequeira Duarte, presidente de Monte Sossego, que ha cumplido 40 años y representa al barrio del mismo nombre. Campeones en las últimas tres ediciones, en 2025 quedaron en segundo lugar.
Una visita a su estaleiro semanas antes del carnaval no permite intuir cuál será el tema del año. En un contenedor reconvertido en despacho y almacén, Sequeira Duarte, Patcha, como le llaman desde niño, lo desvela con el compromiso de publicarlo después de la cita carnavalera. La propuesta de 2025 ha tenido que ver con los orígenes del barrio. Cubierto de terra vermelha, detierra roja, Monte Sossego era conocido como «tierra de indios» porque sus habitantes llevaban los pies cubiertos del polvo de las calles. Esta propuesta encaja con lo que dice Mami Estrela: «Las comunidades y los barrios son muy activos durante los preparativos. Hay mucho trabajo voluntario. Tiene una fuerte identidad cultural con la que las personas se identifican». Uno de esos detalles apuntados por Estrela, el voluntariado, se va matizando con el paso del tiempo. Ahora, la mayoría de los trabajadores que elaboran las carrozas alegóricas son contratados.
Patcha lo explica:
–Tenemos a 12 personas. La próxima semana 25. Hacia el final llegaremos a 34. Falta menos de un mes, pero llegaremos.
–¿Eres optimista?
–Claro, siempre. La dinámica es siempre esta. Siempre estamos atrasados.
Como en la confección de las fantasías –trabajo que también es remunerado–, la falta de materiales obliga a un ejercicio de imaginación y readaptación de piezas de otras ediciones. Quitar de aquí. Poner allá. Es un desbarajuste organizado. Patcha se deja llevar. Confía. Los tiempos de los creadores, como los de la Iglesia, son otros.
–Aceleran. Frenan. Contienen. Aceleran otra vez. Tienen el calendario en la cabeza.
Los carros alegóricos son uno de los elementos más llamativos del desfile. Samba Tropical, el mayor grupo carnavalero de Cabo Verde, también está en ello. En sus estaleiros se construyen dos carros de 6,5 metros. La responsable de coordinar este trabajo, Tania Oliveira, mantiene el misterio: «Solo la dirección de la escuela puede ver el proyecto».
Carlos Alhinho, futbolista y entrenador caboverdiano, da nombre a una academia de fútbol en la avenida 12 Septembro de Mindelo. Con poca discreción, por eso del ruido y de las puertas abiertas, arranca el primer ensayo de Samba Tropical. Es 31 de enero y el 3 de marzo les toca desfilar. Su presidente, David Jorge Silva Leite, va y viene. Habla con músicos, con bailarinas, con percusionistas: «Es el primer día, pero el trabajo arranca seis meses antes. El equipo de artistas diseña los trajes de acuerdo al tema que propone la escuela». En 2025 se ocuparon de la historia y la trayectoria del carnaval de la ciudad.
Los orígenes del Carnaval de Mindelo se remontan al período colonial, en torno a los años 20 del siglo pasado, cuando un grupo de portugueses de Madeira empezaron a celebrar en la isla de São Vicente las fiestas del Entrudo, que preceden a la Cuaresma. «Eran –explica Estrela– unas fiestas muy discretas, con pocas celebraciones en la calle».
En la actualidad, con una estética similar al Carnaval de Río de Janeiro, la profesora subraya que el de Mindelo no es «hijo» del brasileño. Los madeirenses que llevaron el Entrudo a São Vicente hicieron lo mismo con Brasil: «Hemos encontrado documentos que prueban que el Carnaval de Río partió de aquí». Eso sí, el brasileño creció y creció. «El nivel de desarrollo de estas tradiciones siguió caminos opuestos. Río se convirtió en una influencia internacional, también para Mindelo. Empezamos a perder un poco nuestra historia para imitarlos», cuenta Estrela con cierta añoranza. Silva Leite apunta que «no tenemos nada que ver con Río. Queremos que sea algo así, pero sin perder nuestra esencia».
No hay atisbo de morriña por otros tiempos en la Academia Carlos Alhinho. Las temperaturas bailan poco, arriba o abajo, de los 20 grados mientras se mueven con ímpetu las passistas. Bajo la dirección del coreógrafo y con el estruendo de la batucada de fondo, empiezan a perfilar los pasos.
Cada agrupación carnavalera se divide en alas compuestas por un número variable de personas –Samba Tropical tiene 20 alas con un máximo de 80 participantes en cada una–. Cada ala tiene su vestuario, cuyo boceto aparece expuesto, en fila, junto a la pista de la Carlos Alhinho en la que bailarinas y percusionistas ensayan. Dos de las alas están dedicadas a la importancia turística y económica del carnaval. Sus fantasías cuestan 20 000 escudos caboverdianos, algo más de 180 euros, una cantidad considerable para un país con un PIB per cápita de algo más de 4 200 euros. La responsable de cada ala debe recoger el dinero, pagar a las modistas y encargarse de entregar cada fantasía a su portador.
La información del vestuario y de las fechas de ensayo se mueve de teléfono en teléfono, lo que favorece que los caboverdianos, incluida la diáspora, participen. El Plano Estratégico do Carnaval constata que entre 2013 y 2014 se incrementaron un 25 % los vuelos internacionales en el aeropuerto de São Vicente y el número de pasajeros procedentes de fuera del país subió un 18,5 % en este tiempo.
Muy cerca de la Academia Alhinho se abre el espacio de ensayo del grupo Vindos do Oriente. Hoy no toca trabajar. Celebran una fiesta, patrocinada por una compañía de telefonía móvil, que acompañan con la venta de camisetas y bolsas para recaudar fondos con los que acometer los mil y un gastos que genera una empresa como esta. Después de cuatro años sin competir por la pandemia y el fallecimiento en 2022 de su presidenta, Lili Chala, y de su hija, con solo 57 años, pocos meses más tarde, Vindos do Oriente ha vuelto al desfile mindelense en 2025.
Según el Plano Estratégico, el coste de los ornamentos del carnaval en 2014 ascendió a 18,5 millones de escudos, más de 167 000 euros. Ese año salieron a la calle cinco agrupaciones en las que participaron 6 400 figurantes, se construyeron 22 carros alegóricos y 74 personas trabajaron en los estaleiros. A ellos se sumaron, entre otros, ocho diseñadores, 41 costureras, 60 músicos, 12 coreógrafos o seis compositores, porque la música es otra de las patas sobre las que se sustenta el Carnaval de Mindelo. Cada grupo presenta todos los años una composición original.
Todo ello –costura, bailes, músicas y carros alegóricos– se cuece en la trastienda del carnaval con el objetivo de marcar territorio en la historia de la fiesta.
La lucha por el título es encarnizada. El ganador mantiene, como una escarapela tatuada en la piel, el prurito de la victoria durante un año. Patcha reconoce, sin ambages, que «trabajamos para ganar. No tiene ningún sentido participar para no ganar». Por eso les ha dolido perder este año por unas cuantas décimas. Después de Cruzeiros do Norte y de Monte Sossego quedaron Vindos do Oriente, Estrela do Mar y Flores do Mindelo. Seis agrupaciones, pero cinco premios. Falta Samba Tropical. ¿Por qué? Responde Silva Leite:
–Nunca hemos competido. En 1988 unas amigas decidieron crear este grupo para que el lunes hubiera desfile. El carnaval se desarrolla de sábado a martes, y antes el lunes no había nada.
Es otra forma de esforzarse por la comunidad, por la diversión, por el jolgorio. Mami Estrela señala que «el carnaval es una liberación. Se trata de aportar energía a la gente, de olvidar la tristeza, de olvidar que no tenemos comida para dar a nuestros hijos todos los días, de olvidar que no tenemos trabajo. Es una fiesta que te permite vivir con alegría durante unos días, sin pensar en lo que tienes en casa, porque el día a día es muy duro». Como destaca Dirce Vera-Cruz, «el carnaval es corazón, es vida, y solo quien vive aquí lo sabe».
Incluso Dina. Aunque no desfile. Aunque duerma mientras sus fantasías recorran la rua de Libertad d’Africa, la antigua rua de Lisboa.
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