«Solo por una»

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Las Adoratrices acompañan a mujeres víctimas de violencia de género y prostitución en tres islas de Cabo Verde.


La isla de Sal es un paraíso. En Mindelo la música te apabulla. El cosmopolitismo de Praia te integra. Pero hay más. Está el drama callado de muchas mujeres, no solo caboverdianas, que sufren diferentes tipos de violencia. Para hacer frente a este reto, las Religiosas Adoratrices llegaron al archipiélago en 2009. Más de tres lustros después, cuatro misioneras protagonizan una batalla contra ese crimen a través del programa Kreditá na Bô. 



Sueñan las pulgas con comprarse un perro / y sueñan los nadies con salir de ­pobres…

Cuesta no hacer coro con Eduardo Galeano cuando escuchas a ­Jeanine. Caboverdiana de Santa Catarina. 34 años. 

[…] pero la buena suerte no llueve ayer, /ni hoy, ni mañana, ni nunca, / ni en llovizna cae del cielo la buena suerte.

Rechazada por su padre cuando todavía estaba en el vientre de su madre. Abandonada por su madre cuando tenía 11 años. Con meses y meses viviendo y durmiendo en la calle.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Pareja de infinidad de hombres de múltiples nacionalidades. Madre de seis hijos. Tienen 16, 10, 6, 4, 3 y 1 año. Cuatro de ellos están en adopción.

Los nadies: los ningunos, los ninguneros, / corriendo la liebre, muriendo la vida, / jodidos los nadies, jodidos.

Prostituida. Consumidora de alcohol y drogas. Sola.

Que no son aunque sean.

La letanía de Galeano. Los nadies. Que en Cabo Verde mutan en Las nadies. Ellas son las  que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

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Arsénia Neves y Vera Monteiro, del equipo de Kreditá na Bô en Mindelo. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Jeanine no es su nombre, el que aparece en su documento de identidad, ese que salvaguardamos para preservar su identidad. Jeanine es una más de las [¿cuántas?, no se sabe] caboverdianas [no se las cuenta porque no se cuenta con ellas] que sufren violencia de género, violencia sexual, son prostituidas, se tienen que prostituir para sobrevivir [a las mujeres prostituidas se las llama «cafeteras». En la jerga, cuando se solicita un servicio sexual se sigue el juego: «Dame un café»], han sido forzadas a no estudiar, a no avanzar, a no crecer. 

Lutos y heridas que dependen de las peculiaridades de cada contexto, de cada situación, de cada isla. 

Elegimos tres: Sal, Santiago y São Vicente. 

Las circunstancias de la primera tienen mucho que ver con la conversión de esta isla en uno de los nuevos destinos turísticos preferidos por los viajeros occidentales. Garantiza sol, playas, drogas, alcohol y mujeres. En la segunda brilla [paradojas de la vida] una sociedad machista y cerrada. En la última lo que refulge [otra contradicción] es la pobreza. Este cóctel fermenta, sobre todo, en las mujeres. Lo explica la religiosa adoratriz Simona Perini: «En Santiago hay prostitución, pero lo que más llama la atención aquí es la violencia de género. No hay mujer que, de alguna forma, de manera verbal o física, no haya sufrido violencia de género. En Mindelo muchas mujeres se prostituyen por hambre, mientras que en Sal tenemos una prostitución de lujo y un tráfico encubierto de mujeres que proceden de África continental. Este tipo de prostitución también lo vemos en Mindelo entre universitarias que se prostituyen para tener más recursos o para poder estudiar».

Garantiza mujeres. Brilla el machismo. Refulge la pobreza. Mal inicio para una historia.

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La religiosa adoratriz Milagros García –de gris– durante la misa matinal en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Assomada. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Otra vida a escena. La de Milagros García. Andaluza por nacimiento y por acento. Imagine la escena. Playa. Litoral sur de la península ibérica. Calor. Y un grupo de jóvenes que tienen sed. Sigue Milagros: «Me pongo a ver mi historia y me acuerdo de que con 14 años, en la playa, me metí en un prostíbulo, sin saber que lo era, a pedir agua. Iba con un montón de amigas. Y con perspectiva digo que Dios me estaba preparando ya en aquel momento».

Los misioneros son así. Te cuelan un historión igual que te dan un abrazo que te cura el cuerpo y el alma enteros.

Aquel lupanar de playa es uno de los hilos de la vida de Milagros. Además de andaluza [y muchas cosas más] es religiosa adoratriz. Una más de esa gran familia que puso en marcha ­santa ­María Micaela en Madrid en 1856. «Nuestra misión –­dice– es adorar y liberar. Nuestro centro es la eucaristía y desde ahí vamos a la mujer más deteriorada de la sociedad. En este caso, la mujer de ­prostitución». 

Las Religiosas ­Adoratrices –en Cabo Verde las llaman Adoradoras– llegaron al país en 2009. Desde el principio mirando a las mujeres de frente. Siete años más tarde pusieron en funcionamiento en Mindelo el proyecto Kreditá na Bô –‘cree en ti’, en criollo– . En 2020 las invitaron a una conferencia en Sal y el agua siguió su cauce. No se pudieron quedar solo en eso y comenzaron a realizar trabajo de campo a través de la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores. El 4 de marzo de 2023 Kreditá na Bô se instauró en Sal. Ese mismo año, el cardenal de Praia les pidió venir a la isla de Santiago. Se instalaron en Assomada el 17 de octubre de 2024.

Son cuatro en la comunidad. Milagros y Simona, a las que ya conocemos. Inma Jiménez, también andaluza, pero de Granada. Y Alice Matheu, la última en llegar. Como si fuera un regalo de Navidad, aterrizó en Santiago el 26 de diciembre de 2024. Procedente de la India. A la vez que se hace con las palabras de dos idiomas ajenos, el portugués y el criollo –en realidad de tres, porque en la mesa de la comunidad se habla castellano–, Alice se ha ­autoencomendado el cuidado de las plantas, que emergen con parsimonia a la sombra de sus mimos y silencios. 

Tres islas. Pero en la comunidad son solo cuatro religiosas. Entra el vértigo. Más aún cuando Milagros explica los objetivos del proyecto: «El acompañamiento, la inserción y reinserción de la mujer víctima de tráfico, prostitución, violencia de género y adolescentes en riesgo». Pero no nos alarmemos. Porque, aunque siempre faltan manos, están Elisângela y Suzete. Está Francisco. Está Arsénia. Está Maura. Están Elvis y Vera. Está Maria. Está Fabio. Están Ravlino, Jéssica, Magda y Jeanine. Están muchos. Están muchas. Las adoratrices dirigen el proyecto. El resto son los otros insustituibles –trabajadores sociales, educadores, psicólogos, abogados…–. Arsénia Neves, responsable de Kreditá na Bô en Mindelo lo resume: «Somos un equipo y una familia».

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Alice Matheu con varias de las mujeres que participan en la formación que ofrecen las misioneras. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Volvemos a Jeanine. Es una de las 106 mujeres que llegaron a la casa de Assomada en los primeros tres meses de funcionamiento del proyecto. 

–¿Os llama la atención el número de mujeres que en tan poco tiempo han llegado hasta vosotras?

–Sí, a mí sí. Sobre todo en esta isla –explica Milagros García.

Aquí trabaja como asistente social Elisângela Dias Gonçalves, formada en Servicios Sociales y Políticas Públicas. «Tenemos a muchas mujeres soñadoras, aunque para muchas de ellas no hubo opciones. La vida es la que te pone delante las circunstancias», reflexiona con calma. 

Esas circunstancias, en el caso de Assomada, están matizadas por la propia estructura social, económica y cultural de la isla de Santiago. Cerca del 90 % de su población vive en el campo. Y del campo. Aunque la agricultura en la isla sea básicamente de subsistencia.

A los retos propios de la vida lejos de la ciudad –­Assomada se encuentra a una hora por carretera de Praia, la capital del país– se suma la falta de acceso estable a Internet y a las nuevas tecnologías, la herencia que dejan generaciones y generaciones de mujeres sin formación académica porque su único futuro estaba en los cuidados del hogar, el número de familias monoparentales –con el padre en paradero desconocido o trabajando fuera del país–, la ausencia de inversión en educación o salud… Y luego están otros pecados capitales que se cometen contra ellas: el machismo, la sumisión de la mujer, las violencias basadas en el género (en Kreditá na Bô emplean la sigla VBG). «Estos problemas surgen con más frecuencia cuando la mujer no tiene independencia económica y está sometida al marido. Santiago es especialmente machista», concluye Dias. 

Kreditá na Bô –que recibe financiación, entre otros organismos, de la AECID y del Gobierno de La Rioja, y cuenta con la colaboración de los ministerios de Justicia, Educación y Salud de Cabo Verde–, ofrece cursos en agricultura, informática, costura y cocina que permitirán a las beneficiarias tener la formación y la independencia económica necesarias para salir de su laberinto. Inma, que dirige el taller de costura, abre un inciso: «Tienen que conseguir resultados rápidos porque necesitan cubrir sus necesidades básicas. Las que se dedican a la prostitución tienen ingresos todos los días, pero el proceso de aprendizaje es lento». Junto a la formación, las mujeres pueden recibir la atención psicológica o jurídica que el proyecto pone a su disposición. Todo ello llega después de lo que las adoratrices llaman «la pedagogía de Micaela», como recuerdo de lo que hacía la fundadora. Lo explica Simona ­Perini: «Es nuestra forma de acogerlas. Eso es lo primero. Cuando llega una mujer a casa lo dejamos todo, salimos y le prestamos atención, le damos un abrazo. Hay muchas formas de prestar atención a alguien, pero sobre todo está la pedagogía del amor». En esta dinámica insisten también desde el proyecto en Mindelo. Arsénia ­Neves explica que «acoger es tratar a una persona que llama a nuestra puerta como si fuera de aquí, aunque no la conozcamos. Hay que abrir la puerta y también nuestro corazón para acoger. Muchas veces llegan aquí y hablan de cualquier cosa, pero en realidad quieren hablar de otra». 

Quieren hablar de sus dolores. De sus dramas. Pero también de sus sueños. De sus hijos. Del futuro. [Un misionero murciano, Antonio Molina, me dijo un día que la esperanza era el motor que mueve el mundo]. Arsénia continúa: «Les decimos: ‘No es necesario hablar. Puedes venir aquí solo para ­estar si es lo que quieres’». Y Vera Monteiro, miembro del equipo de trabajo en Mindelo, remata: «Se necesita mucho valor para abrirte y contar».

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Simona Perini habla con Fabio, el responsable del proyecto agrícola de Assomada. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Maria y Francisco, a los que citábamos cinco o seis párrafos más arriba, son Maria do ­Livramento y Francisco Semedo. Cocineros y profesores ambos. Son los responsables de los cursos de culinaria y repostería que organizan desde Kreditá na Bô en Mindelo y Assomada, respectivamente. Dos grupos de 15 mujeres en la primera isla. Un grupo de otras 15 en la segunda. Los dos se consideran «de casa». Habla Francisco: «Cuando llegaron aquí [las adoratrices] me llamaron y no pude decirles que no. Soy católico y nunca me he negado a ninguna propuesta que me ha hecho cualquier ­congregación». 

Hoy Semedo, uno de los más reputados formadores de gastronomía del país, supervisa el trabajo de las mujeres en un segundo plano. Una de las alumnas coloca el plato principal y él, con discreción y pedagogía, lo gira 15 grados para que el producto quede frente a frente con el comensal. Son pequeños detalles que dan lustre a una formación que permitirá a muchas de ellas incorporarse al mercado laboral. En un país en el que el turismo está creciendo de forma exponencial, el trabajo en el sector hostelero brinda oportunidades imposibles en otros gremios. «Estoy muy contento de poder ayudar a estas mujeres que no tienen muchas posibilidades para tener una vida mejor», apostilla el profesor.

Una de las alumnas es Jeanine, que hoy ejerce de anfitriona y explica cada plato. Lleva un cuaderno de tapa dura en la que aparecen dibujadas tres africanas y se lee un mensaje: ­«Mudjer empoderada. No hace falta traducción. Es el cuaderno que emplea en el curso de cocina. Dentro están las explicaciones del menú de hoy: aperitivo, una ensalada tropical como entrante, la receta del pulpo estofado sobre batata. ¿De postre? Dulce de roca con queso, un plato típico elaborado a base de calabaza. 

–¿Quién ha hecho el dulce de roca?

–¡¡¡Todas!!! –responden a coro.

No todas salen juntas del atolladero. Pero sí caminan unidas para lograrlo.

En Mindelo la cocina es más pequeña. Pero el ambiente se nutre de la misma convicción para sacar algo positivo de unas vidas torcidas por el brazo de otro. El curso de gastronomía, como en Assomada, es uno de los más demandados.

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Varias de las alumnas del curso de culinaria y repostería que se imparte en Assomada. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



El edificio en el que tiene su sede Kreditá na Bô en Mindelo cuenta con una pequeña sala donde se sientan Elvis Rocha, Vera Monteiro, Maura David y Arsénia Neves, los cuatro trabajadores –falta Waldina– que llevan adelante el proyecto. Ofrecen claves desde el paredón de las preguntas. Maura: «Hablamos de mujeres víctimas de prostitución. Decimos víctimas porque ellas no están ahí por deseo propio. Acaban ahí para sostener a su familia». Elvis: «Nunca estamos preparados para un trabajo como este». Arsénia: «Algunas mujeres que ejercen la prostitución no tienen conciencia de que lo están haciendo. ‘Tengo a alguien que me ayuda cuando…’». Vera: «Muchas veces llegan aquí con la cabeza baja. A lo largo del tiempo cambian, elevan su autoestima. Están diferentes a como llegaron. Y eso es un logro. Tenemos que estar atentos para percibir eso, porque muchas veces nos centramos en lo cuantitativo». 

Como decía María Micaela, «solo por una merece la pena». Buena frase. Va más allá de un eslogan.

Por si acaso, para que no se nos quede en el tintero, en Mindelo tienen a 528 mujeres en diferentes fases del proceso de recuperación.

En 2016, las adoratrices recorrían esta ciudad en busca de víctimas. Hoy ya no. Pero eso no significa que paren. Hay trabajo apostólico de día. Hay oración –incansable– de noche, con la adoración eucarística como centro. «Nosotras vivimos la eucaristía desde el rostro de la mujer. Estamos adorando mientras muchas personas están sufriendo, sobre todo mujeres y chicas», explica Milagros. 

[…]

Queda lejos Galeano. Quedan lejos sus nadies. Ya solo queda la letanía de Jeanine.

–No he fracasado. No he fracasado, al contrario.

–¿Cómo son tus hijos?

–Se parecen a mí.  

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