
Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Los tiempos de Dios son, desde luego, otros. El caso de la hermana Inma Jiménez, religiosa adoratriz en la comunidad de Assomada (Cabo Verde) es un buen ejemplo de ello. Muy vinculada toda su vida a la Parroquia Santa Isabel, de su Huétor Tájar natal, una crisis económica le abrió la posibilidad de comprometerse más en la catequesis o en Cáritas. Una mujer a la que acompañar en el hospital, una sencilla frase pronunciada por un sacerdote y un retiro en la sierra hicieron el resto. El pasado 6 de septiembre, con casi 60 años, realizó su profesión perpetua en su pueblo, con los suyos, con aquellos que, aunque le trasladaron sus dudas por el paso que iba a dar a su edad, reconocían que el camino de Inma se dirigía, sí o sí, hacia la Misión. Las dificultades de la vida en comunidad o de la incomprensión del idioma son pequeños retos a los que Inma hace frente con seguridad porque sabe que Él «está y te acompaña».
Soy Inma, granadina de Huétor Tájar. Tengo 59 años. Entré en la congregación [Religiosas Adoratrices] bastante mayor, cuando ya tenía 50 años. Soy una mujer con genio, con carácter, abierta, trabajadora y responsable.
Nuestra santa [María Micaela] tenía mucho carácter. En nuestra misión, que está muy vinculada al trabajo con mujeres en un contexto de prostitución y exclusión social, hay que tener fuerza para asumir y afrontar los problemas que se presentan. Hay que tener también un poco de determinación.
Tener un carácter fuerte no va en contra de ser una persona acogedora o de intentar dar ternura. No soy una persona melosa, soy muy directa y práctica, pero eso no impide ofrecerles seguridad, que se sientan en un ambiente de tranquilidad.
La Inma niña creció en un pueblo. Soy la mayor de cuatro hermanas. Yo recuerdo una Inma que se prestaba y a la que hicieron responsable muy pronto.
Sí. Tenía un carácter decidido y no me daba miedo nada. Las niñas teníamos más responsabilidad, teníamos que cuidar de los hermanos, ayudar en la casa, a las mamás. Mi padre criaba animales y, si no había chicos, tenía que ayudar. ¿Cómo lo digo? Para mí no era una gran dificultad.
Era una casa normal. Mi madre era costurera y mi padre criaba cerdos para luego venderlos para la matanza. También tenía un poco de tierra y trabajaba en el campo.
De jovencita pensé en ser religiosa. Después, la vida te va recolocando y están también las necesidades de la familia. Yo pensaba en lo de ser religiosa, pero también en casarme, aunque creo que no había ahí un trasfondo, porque siempre que escuchaba hablar de misiones sentía que aquello era lo que me tiraba. Tuve varios amigos, pero ninguno de los que llegaban me convenía. Me gusta la familia, me gustan los niños y, de hecho, a los 40 le di vueltas a adoptar uno, pero la idea no me cuadraba tampoco. En aquel momento pensaba que aquello era más para satisfacer mi deseo de ser madre que por el bien de otro.

Siempre fui una persona comprometida en la parroquia de mi pueblo. Por ejemplo, de adolescente participaba activamente en un grupo de jóvenes. Mucho más adelante, con 40 años o así, comencé a comprometerme más en la catequesis. Debido a una crisis económica cerramos el negocio de bordado que tenía y empecé a trabajar a media jornada en un laboratorio. Como tenía tiempo empecé a echar una mano en una casa de acogida, de la que me hicieron responsable. También empecé a colaborar en Cáritas. Aquello avivó todo lo que no se había apagado. Un día, Nacho, el párroco, me dijo que vivía una vida que no era la mía. Aquello me llamó la atención y fue como una explosión por dentro.
En Cáritas trabajábamos en coordinación con los servicios sociales. Un día me llamaron porque había una chica que estaba ebria y querían que nos la lleváramos a la casa de acogida. Cuando llegué, el médico del ambulatorio dijo que había que ir con ella al hospital y yo me ofrecí. Me pasé todo el día con ella y me contó su vida. No era española, trabajaba en la prostitución y había bebido mucho porque el día de antes se cumplió un año del fallecimiento de un hijo suyo con ocho años. Pero lo que más me llamó la atención fue que me preguntó: «¿Y tú por qué haces todo esto? Te has quedado conmigo sin conocerme». Lo único que me surgió fue decirle que lo hice por ella y por Dios. Digo esto porque es una frase que la santa dice: «Solo por una daría yo la vida». Cuando salimos del hospital, a medianoche, llamé al párroco para que nos llevara. Me dijo que había unas monjas, las Adoratrices, que trabajaban con estas mujeres. Y me dio curiosidad.
Yo tenía 46 años, y me dije: «¿Dónde voy yo a preguntar nada de esto con esta edad?». Pero empecé a buscar en Internet para ver quiénes eran, dónde estaban… Me encontré con cosas que daban respuesta a lo que siempre había sentido por dentro. En aquel momento lo tenía todo, era independiente, vivía en mi casa, tenía mi coche…, pero le dije al cura que me habían entrado ganas de conocer a las Adoratrices. Cuando hablé con una de ellas tuve la certeza de que aquel era mi sitio.
No me preguntes por qué, porque fue una conversación normal. Aquel día tuve la certeza de que era mi lugar y hasta el día de hoy la tengo. Esto es como el amor a primera vista. Según las iba conociendo, iban dando respuesta a todo lo que había fluido dentro de mí, daban respuesta hasta a las preguntas que nunca te atreves a hacer. Después me propusieron empezar la formación y tener una experiencia misionera en Togo.
Años antes ni me lo planteaba. ¿Sabes lo que sí me pasó por la cabeza? La parroquia organizó un retiro. Yo sabía que Dios quería algo, pero unos años antes ya me lo había planteado y le había dicho: «No me pidas más porque no te lo voy a dar. Hasta aquí hemos llegado». Sin embargo, en aquel retiro, escuchando el texto del Génesis, cuando Dios pregunta a Adán que por qué se esconde después de comer el fruto, le dije: «Lo que quieras». Francamente, no sabía ni lo que quería, ni dónde me comprometía, ni lo vi claro el primer día. Pero poco a poco vas descubriendo, e hice la experiencia con las Adoratrices.

Mucha gente. Recuerdo un amigo que me dijo: «Pero, Inma, después de todo lo que has pasado, ¿ahora te vas a ir?». También me acuerdo del día que le dije a mi hermano que me iba a África, él me preguntaba qué iba a hacer cuando me encontrara con gente a la que no le podía solucionar la vida. Meses después, cuando iba a profesar, mi hermano decía: «Mi hermana está legalizando su situación», como la que vive con el novio toda la vida. A mucha gente le sorprendía, lógicamente, pero tampoco era excesivamente extraño, puesto que mi trayectoria de vida había sido de un compromiso muy fuerte en la parroquia.
Muchos lo veían como un disparate, porque con mi edad, con la vida hecha, entre comillas, pero yo lo veía normal. Sin embargo, una se siente con una fuerza que luego ves realmente que no es tuya, aunque tú no te des cuenta. No ves obstáculos en ningún momento y dices: «Yo voy». ¿Con qué? Con lo que haya.
Mi pena personal es haber dado el paso tan… tan tarde. Nunca se me ha ocurrido pensar por qué no llegó antes. La primera vez que vine a un encuentro con mis hermanas, una de ellas me dijo: «Tú has hecho fuera el proceso que yo he hecho dentro». Para mí, Nacho fue un instrumento. Un instrumento que llegó en ese momento y se atrevió a decir lo que muchos otros que me conocían nunca dijeron.
Quizás para mi idea, ¿no? Todo el mundo me dice que cada uno tiene su tiempo y su momento. Una de las cosas que más me gustaban de Micaela es que no empezó de jovencita. No es fácil, porque cambias tu vida de forma radical después de 50 años. Para mí, la vida religiosa supone continuar la vida como Inma, pero con los matices de un compromiso mucho mayor, con una vivencia más radical del Evangelio, con un matiz, que es el matiz adoratriz.
Para mí ha sido y está siendo una experiencia muy grande de vida. No ha sido fácil, tiene muchísimas dificultades, pero pienso que son las dificultades que tiene la vida en sí. Para mí se trata de vivir y de dar respuesta a una llamada que Dios me ha hecho. No puedo decir que me llamó hoy o me llamó ayer, sino que es un proceso en el cual me siento muy feliz, aunque no esté todo el día riendo. Es otra cosa, no es que no haya disgustos, no es que no haya dificultades, pero sabes que Dios está y te acompaña.
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