
Publicado por Chema Caballero en |
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En las últimas semanas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha presumido de poner fin a «seis o siete guerras». Por ello se proclama merecedor del Premio Nobel de la Paz. Preguntada sobre estos conflictos, la Casa Blanca facilitó una lista de los mismos: Israel-Irán, Armenia-Azerbaijan, Tailandia-Camboya, India-Pakistan, Egipto-Etiopía, Serbia-Kosovo y Ruanda-República Democrática del Congo.
Respecto a esta última, en junio, Ruanda y la República Democrática del Congo (RDC) anunciaron un acuerdo de paz después de mantener conversaciones durante varios días en Washington. En ellas actuaron como mediadores Trump y Catar. El acuerdo tenía como objetivo poner fin a tres décadas de luchas en el este de la RDC por el control de sus reservas de minerales. Sin embargo, la violencia no se ha detenido. Cada parte acusa a la otra de la violación de los términos del pacto. Distintas organizaciones de derechos humanos han seguido denunciando matanzas y violaciones de los derechos fundamentales perpetradas, principalmente, por el grupo armado M23, supuestamente apoyado por Ruanda.
El M23 no acepta este tratado de paz. En agosto suspendió las conversaciones de paz que mantenía con el Gobierno congoleño desde abril, en paralelo a las de Washington. Encuentros que tenían lugar en Doha, capital de Catar. Acusa a Kinshasa de no haber implementado los tratados firmados con anterioridad y de seguir atacando sus posiciones. Además, le recuerda que no ha cumplido con las condiciones del acuerdo de Washington, entre ellas la liberación de prisioneros. También la acusa de no abordar las verdaderas raíces del conflicto. Según ellos, estas tienen que ver con la persecución a los tutsis congoleños y otras minorías que se sienten discriminadas al no recibir concesiones políticas significativas.
Trump nunca ha ocultado sus verdaderas intenciones al intentar promover este acuerdo de paz: asegurarse el suministro de materias primas provenientes de la RDC para impulsar las revoluciones tecnológicas de la información (IT), y, ahora también, de la inteligencia artificial (AI).
Los expertos han comenzado a hablar de un nuevo modelo de construcción de paz, que combina una actuación populista con acuerdos comerciales. Algo que no ven mal si pone fin a la violencia, pero que puede suscitar muchas dudas morales. Un patrón que parece que la administración Trump también quiere implementar en Sudán, apoyado por algunas naciones árabes como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto.
En RDC, China controla muchos de los minerales que Trump desea. El reciente interés de este en la región es claro. Hasta ahora, las compañías estadounidenses habían sido reticentes a invertir en la zona por motivos de seguridad y cuestiones morales, como no verse involucradas en el comercio de «minerales de sangre», aquellos que financian guerras como la del este de la RDC.
Pero desde el pasado mes de junio, cuando se firmó el acuerdo de Washington, las cosas parecen haber cambiado. Las corporaciones estadounidenses empiezan a interesarse por las riquezas del Congo. En agosto, KoBold Metals, la compañía minera respaldada por Jeff Bezos y Bill Gates, conseguía siete permisos para buscar litio y otros minerales, como coltán y tierras raras, en el país. Igualmente, el Gobierno de Kinshasa ha abierto más de 67 millones de hectáreas de bosque virgen y primario a la explotación petrolera, entre ellas gran parte del parque nacional Virunga. El Ejecutivo congolés no ha ocultado su intención de que sean mayoritariamente compañías estadounidenses las que se beneficien de esta medida. Lo que parece una clara concesión a las demandas del presidente estadounidense.
Catar, el otro pilar de las conversaciones de Washington y Doha, también saca tajada del acuerdo. La firma de inversión catarí Al Mansour Holding, con el respaldo de la familia real, ha anunciado su intención de invertir 21.000 millones de dólares en Congo. Dinero que iría destinado, principalmente, a sectores como la minería y la agricultura.
Si este nuevo modelo de construcción de paz, que busca el cese de la violencia (y no realmente la paz) a cambio de recursos naturales, prospera, es posible que los habitantes de RDC puedan ver algunos cambios en su vida. El no tener que vivir entre balas, desplazamientos, violencia sexual, esclavitud o secuestro de menores supondría una importante mejora para ellos. Sin embargo, es posible que sigan inmersos en la pobreza, porque los recursos naturales, una vez más, estarán en manos extranjeras que dejarán poca riqueza en el país. Habrá eso, cese de la guerra, pero no una paz verdadera donde impere la justicia.
En la imagen superior, una mujer desplazada en el patio de la escuela primaria Rugabo II, a 70 km de la ciudad de Goma, en el este de la República Democrática del Congo. Fotografía: Guerchom Ndebo / Getty
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