Aïcha Camara: «Guinea siempre está en mis pensamientos»

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Aïcha Camara, óptica y cineasta

«Nací en Conakry (Guinea). Vine a España cuando tenía nueve años. Ahora tengo 28. He vivido en Torrevieja, he estudiado en Zaragoza y ahora vivo en Madrid. Soy óptica optometrista. También me dedico al mundo del cine como actriz, guionista y directora». 

Empecemos por Guinea.

Tengo muy buenos recuerdos. Los primeros años viví con mi madre en Sansando, un pueblo que pertenece a la provincia de Kankan, donde está la segunda ciudad del país. Mi padre vino a España cuando yo tenía solo tres años. Del pueblo, el mejor recuerdo que tengo es con mi abuela paterna, cuando me bañaba, me daba de comer… Me sentía muy querida por ella. Después nos trasladamos a Conakry, mi madre vino a Europa con mi padre y nos quedamos viviendo allí con mis tíos varios años. Por la mañana íbamos a la escuela y por la tarde trabajábamos en el mercadillo, vendiendo verduras y sal. 

¿Cómo viviste aquella distancia con tus padres?

A mi padre solo lo conocía por fotos. Mi hermana y yo siempre estábamos pensando en mi madre, en cuándo íbamos a volver a verla. Recuerdo muy bien el día que se marchó. Era aún de noche. Ella se estaba preparando para irse y yo estaba en la cama despierta enterándome de todo. Se despidió de nosotras pensando que dormíamos y se fue. Por la mañana, mi hermana pequeña se despertó y preguntó: «¿Dónde está mamá?». Un avión cruzaba el cielo y un primo dijo: «Ahí va vuestra madre». Ella rompió a llorar. Desde entonces, siempre estaba enferma y triste. Añoraba mucho a mi madre. Fue muy duro. 

¿Cuándo os reencontrasteis?

Dos años después. Llegamos a Torrevieja de noche, la abrazamos y fue todo muy bien. Pasamos el día juntas, nos llevó a la playa, al parque, me compró una muñeca… ¡Estábamos felices! Con mi padre el reencuentro fue más frío. ¡Pobre! Solo pensábamos en nuestra madre. 



Aïcha Camara, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


¿Por qué vino él a España?

No tenía intención, fue casualidad. Trabajando con la Cruz Roja vino en una misión y se quedó. Nos mandaba dinero, primero a mi madre, luego a mis tíos, luego a mi familia adoptiva cuando vivimos en Costa de Marfil, donde estuviéramos. 

¿Costa de Marfil?

No había embajada española en Conakry. Para que hicieran los visados y pudiéramos juntarnos con nuestros padres, fuimos a Abiyán. Estuvimos un año con una familia adoptiva. Fue mi primer confinamiento, porque el país estaba en guerra. 

Sansando, Conakry, Abiyán, Torrevieja… La universidad en Zaragoza, ahora Madrid… ¿De dónde te sientes?

No sabría decirte, porque en todos lados me discriminan. Aquí por mi color de piel se nota que no soy española. Cuando voy a Guinea, la gente percibe que no soy de allí por mi acento de extranjera. Siento que no se me acepta en ninguna de las dos partes.

Óptica y cine. ¿De dónde nacen tus dos vocaciones?

En Torrevieja nos juntábamos siempre los niños en un patio. Un día hicimos una obra de teatro en la que me tocó ser la bruja de Blancanieves. Me encantó y me apunté a clases de teatro. También veía mucho cine. Los fines de semana iba con mi padre al videoclub y veíamos en casa películas de Disney y comedias. Empecé a hacer castings y me salieron los primeros trabajos en publicidad, anuncios para Nestlé, Coca-Cola, Vodafone… 

Pero decidiste estudiar Óptica y Optometría. 

Me gustaba la ciencia, aunque en el instituto tuve una profesora de Biología que no creía en mí, que me decía que yo nunca podría aprobar una carrera de ciencias. A otras compañeras de origen extranjero les decía lo mismo, no nos veía capaces. Lo pasé fatal el primer año de Bachillerato, sufrí bullying por parte de esta profesora, tuve anorexia…, pero yo tenía fe en mí misma. Me cambié de instituto y aprobé. Quería estudiar algo que en el futuro me sirviera para trabajar en Guinea y Óptica era una fórmula universal que te va a servir aquí, en China o en Conakry. Mi idea era abrir allí una clínica oftalmológica, porque la salud visual está desatendida.


Aïcha Camara, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Tenías ese objetivo desde el principio?

Guinea siempre está en mis pensamientos. Siento nostalgia cuando recuerdo mi infancia. Son mi gente y tienen necesidades. Mi otra abuela fue operada de cataratas en un ojo por una misión de Médicos Sin Fronteras, pero con la COVID se paralizó la operación del otro. ¿Por qué tenemos que esperar a que venga ayuda de fuera? En España, si un niño sufre de estrabismo o de ambliopía se le hace terapia visual, pero tengo un primo con estrabismo, no le están haciendo nada y es una pena. Un amigo de mi tío tenía fuertes dolores de cabeza porque necesitaba unas gafas que allí no conseguía. Gracias a que me pasó una foto de la receta pude hacérselas y enviárselas. Si no, seguiría con migrañas constantes y visión borrosa. A otra prima se le metió un grano en un ojo mientras molía y le provocó un leucoma. Ahora necesita un trasplante de córnea. En España hablas con tu médico y busca una solución, pero allí no hay esa posibilidad. Es triste y me da fuerza para montar allí la clínica. 

¿Lo ves posible?

Claro. Hice las prácticas en un campamento saharaui. Tenía curiosidad por saber cómo funciona la salud visual allí, porque se puede parecer a la situación en Guinea. Y lo están haciendo muy bien. Hay gente que ha estudiado en España o en Francia y tienen allí su centro óptico que, aunque sea privado, proporciona salud visual a la población. Si ellos lo han podido hacer, que son refugiados, ¡cómo no se va a poder hacer en Guinea!

Volviendo al cine, ¿cómo ha sido tu trayectoria?

Trabajé como actriz en una serie sobre el tema de la prostitución y me di cuenta de que en España los ­personajes para las actrices negras siempre eran repetitivos y que estaría bien hacer una película en la que el personaje principal fuera negro y no perteneciera al mundo mafioso. Pensé en la historia de mi tío Lanfia Keita. Era abogado en mi país, pero el bufete en el que trabajaba quebró y decidió venir a Europa. Cuando lo logró, la vida aquí no era como esperaba. Enfermó, le denegaron la atención sanitaria y acabó falleciendo. Me pareció una historia que merecía la pena ser contada para que la gente supiera por qué las personas vienen a Europa, lo duro que es para la familia, lo complicado que es cruzar un país, las dificultades para coger una patera, el dinero que hay que pagar sin la seguridad de que no te vas a quedar en el mar o no te van a deportar al llegar. La escribí en el guion de un largometraje con el título Un sueño. Durante el confinamiento escribí otro largo, Hermanas, y de él tomé una parte para rodar el cortometraje MYA, con la idea de darme a conocer y mostrar mi forma de contar historias. 

En MYA cuentas de un modo muy directo qué es la mutilación genital femenina. 

En mi país está muy presente. Al 90 % de las mujeres se la practican. Está muy arraigado en mi propia familia, pero tanto mi madre como yo estamos en contra. Pensé que podría funcionar para un corto de denuncia social sobre este problema. 

¿Qué repercusión ha tenido?

Ha sido bien recibido y estoy muy contenta. El primer festival al que nos presentamos, lo ganamos. Gustó y les sorprendió lo cruda y dura que era la historia. No se podían imaginar que a las niñas les siga pasando esto al otro lado del charco. Ha ganado varios festivales y está nominado en otros. Al principio no había mucha gente que confiara en mí al verme mujer, negra y joven, pero ¡tan mal no lo he hecho! Confío en mí misma y no me rindo jamás. Mi objetivo ahora es conseguir la financiación para rodar Un sueño con la historia de mi tío. Tenemos un crowdfunding en la web GoFundMe, con el título «Película sobre inmigración clandestina». Me interesa el cine social, y que esté ligado a mi familia me da más fuerza para querer contarlo. Hemos visto historias parecidas a la de mi tío, pero a veces están muy romantizadas y no lo cuentan todo. La historia hay que contarla tal y como ha pasado para que la gente sepa lo que las personas viven antes de venir, durante el viaje y una vez que están aquí. Además, para conocer qué pasa con la gente que se queda. Un sueño cuenta todo eso y relaciona los dos mundos en los que vivo, Guinea y España. Es mi universo. 

¿Llegarás a hacer la película?

No sé cuándo, pero tengo la corazonada de que la voy a hacer. ¡Aunque tenga 80 años! Me voy a morir con la película hecha. Creo que es necesario contarla. Mi tío se lo merece. Es muy injusto que tengas una enfermedad y la sanidad pública no te pueda atender por la documentación. Eso hay que contarlo. Todo lo que supone migrar, o que haya gente que se endeuda para pagar el viaje en la patera. Los padres de mi tío tuvieron que vender sus ovejas y vacas. Tienes que conseguir el dinero como sea para lograr llegar hasta aquí y cambiar las vidas de toda la familia. Eres su esperanza y estás representando a mucha gente. Es una gran responsabilidad. Y eso se debe contar bien.   



CON ELLA

«Estamos muy contentos con los premios que ha recibido MYA. El primero nos lo dieron en Torrevieja. Recibimos el Premio al Mejor Corto Social en el Festival Internacional de Cine Social y Ecológico del Mediterráneo. En el Festival de Cine Digital Gate de Argelia nos dieron la Medalla de Oro al Mejor Cortometraje». 


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