Asawar Mustafá

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Estudiante de Farmacia y mecánica



Las preguntas básicas a las que todo periodista debe responder aparecen recogidas en la clásica regla de las 5 w. Por sus iniciales en inglés, esta pauta apunta a que para informar bien, el periodista debe hacerse eco del quién, el qué, el cuándo, el dónde y el por qué en cada información. En este caso, hablamos de Asawar Mustafá, sudanesa de 22 años (quién); aprendiz de mecánica (qué); en el verano de 2024 (cuándo); en la localidad libia de Misrata (dónde). Y queda la quinta cuestión, el por qué. El contexto. Lo que la hizo merecedora de ocupar los efímeros espacios de la actualidad el pasado verano. 

Asawar Mustafá estudiaba Farmacia en su país cuando estalló el conflicto que desde abril de 2023 enfrenta al Ejército de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido. Esta guerra ignorada se ha convertido ya en una de las principales crisis humanitarias de nuestro planeta, con miles de fallecidos, más de 10 millones de desplazados internos y 2,5 millones de refugiados. En esta última cifra incluimos el nombre de Asawar, a su madre, sus cuatro hermanas y un hermano, Sahabi, de 19 años.

En octubre de 2023, cuando la joven apuraba su último curso en la universidad, decidieron salir. Después de 10 días de itinerario por el desierto llegaron a Kufra, (Libia), donde les precedieron 40 000 refugiados sudaneses. Con pocas palabras, Asawar recuerda que fueron «los peores días que viví». 

Desde Kufra se desplazaron a Bengasi. Después a Trípoli. Terminaron en Misrata. Debían recomenzar en Libia, donde viven cerca de 1,7 millones de extranjeros en situación irregular. Un país donde los hombres copan algunos trabajos, como el de mecánico. Sin embargo, aunque «al principio la experiencia fue un poco difícil», Asawar ­Mustafá se anticipó porque «tenía un objetivo: quería el empleo». Y empezó a trabajar en el taller de Abdelsalam Shabig, que también contrató a Sahabi.

Después de semanas de aprendizaje, comenzó por lavar los coches y realizar los cambios de aceite. Pero las habilidades de la joven sudanesa se han ido ampliando con el paso de los meses y ahora también se ocupa del arreglo de golpes en la carrocería, la sustitución de las pastillas de freno o la puesta a punto del aire acondicionado.

La peculiaridad del taller radica en que es uno de los pocos que ofrecen un servicio específico para clientas. Y, entre ellos, el único que ha contratado a una mujer. Una de las usuarias, Fawzia Manita, reconoció ante los medios de comunicación que «en Libia hay cada vez más mujeres conductoras y necesitan sentirse cómodas en un lugar donde tratan con mujeres».

El desconocimiento de los fundamentos de la mecánica y la misoginia que ha sufrido en todo este tiempo –«Me dicen que mi sitio está en mi casa, en la cocina o que este no es un trabajo para mí», dice Asawar– ha sido un acicate para la joven refugiada: «No quería que esto se convirtiera en un obstáculo. Al contrario, me hacía gracia que alguien dijera eso sin conocer mis circunstancias». O lo que es lo mismo, sin conocer ninguna de las cinco preguntas en cuestión.  



Ilustración: Tina Ramos Ekongo

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