Chimamanda Ngozi Adichie

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Escritora y activista

Hablar claro y decir lo que piensa es lo que ha convertido a Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977) en un icono. «No respeta a los profesores», era el comentario que solían recibir sus padres desde el colegio en el que la niña Chimamanda cuestionaba lo que no comprendía y se negaba a acatar lo establecido. «Soy como soy gracias al amor de mis padres, mi familia es la razón de que sea lo que soy. Ellos me dieron el espacio para que fuera un poco diferente», confesaba en una entrevista en agosto a New African

La quinta de seis hermanos –a los que sus padres trataron por igual, sin importar su -género– se ha convertido en escritora, novelista, dramaturga y feminista. Vive a caballo entre EE. UU. –donde llegó con 19 años con una beca para estudiar Comunicación y Ciencias Políticas en la Universidad de Drexel (Filadelfia), que luego completó con la formación en escritura creativa en Baltimore y en Estudios Africanos en Yale–, y Nigeria, donde Abba, su aldea, ha seguido siendo su gran referencia hasta 2020 y 2021, en los que fallecieron su padre y su madre. «Las capas de pérdidas hacen que la vida parezca fina como el papel», escribió en el ensayo Sobre el duelo, publicado en abril.

La raza, la identidad, la relación con los hombres, el poder de las mujeres en el siglo XXI y la defensa de los derechos humanos  marcan su obra. Esta contadora de historias, como le gusta autodefinirse, ha sido reconocida desde sus primeras obras con premios como el Commonwealth Writters y el Wright Legacy Prize por su primer libro, La flor púrpura, (2003), el Premio del Círculo de Críticos Nacionales del Libro de Ficción por Americanah (2013) –que se convirtió en un -superventas–, y el Premio Orange de Ficción por Medio sol amarillo.

Casada con un médico y madre de una niña, en su ensayo Querida Ijeawele. Cómo educar en feminismo, Adichie se aleja con contundencia de los estereotipos a través de afirmaciones que parecen sentencias. Algunos ejemplos: «A las hijas hay que transmitirles que no han hecho nada malo por ser mujeres y cambiar el lenguaje hacia lo neutral»; «los hombres y las mujeres son iguales, y en el matrimonio ambas personas son socios absolutos»; «los jóvenes deben convertirse en un bloque de voto que sea casi imposible ignorar»; «hay que vivir lo que crees»; «en las redes sociales es muy fácil que la gente pierda su sentido de la humanidad (…) pero las personas somos seres humanos y hay consecuencias en lo que se cuelga en las redes»; «no me van a decir cómo pensar, he pasado toda mi vida leyendo y reflexionando, y puedo pensar por mí misma».

Decir la verdad o, al menos, su verdad, le ha otorgado una popularidad que, asegura, no fue buscada, así como una exposición pública que le pasó factura cuando secuestraron a su padre para que «la escritora famosa» pagara el rescate. Para apoyar al movimiento Me too en EE. UU., ha compartido la experiencia de acoso que sufrió cuando, con 17 años, intentaba publicar su primer poemario, sin decir quién fue el acosador «para no hacerle famoso, porque en sitios como Nigeria ocurren estas cosas». Y reivindica que cuando los colonizadores británicos llegaron a Nigeria, las mujeres tenían más derechos en sus sociedades tradicionales que las de la Inglaterra victoriana. Una lección más.  

Ilustración Tina Ramos Ekongo

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