Chiquilladas

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El presidente del Consejo de Ministros togolés, Faure Gnassingbé, cumplió 59 años el 6 de junio, pero el horno togolés no estaba para bollos, léase celebraciones. Desde la víspera, la juventud togolesa salió a la calle aglutinada tras la sigla M66 –cuyas cifras aluden al día y al mes que vino al mundo el mandatario– para clamar contra la detención de políticos opositores, el elevado precio de la luz o la última reforma constitucional que puede eternizar a Gnassingbé en el poder. Las revueltas se extendieron hasta el 28 de junio. La represión policial causó, según Amnistía Internacional (AI), siete muertos. 

Las de Togo no han tenido tanta repercusión como las más recientes de Madagascar o Marruecos, de las que no hablo aquí para no destripar el trabajo de mi compañero Gonzalo Vitón, que pueden leer a vuelta de página. 

Estas tres son las más recientes, pero estos últimos años son ejemplo de que algo pasa en el continente, aunque los dirigentes sean tan obtusos para solo negarlo –y reprimirlo–. En 2024 los kenianos se echaron a la calle para denunciar nuevos impuestos sobre el pan, los pañales, las compresas o los servicios digitales. La Comisión Keniana de Derechos Humanos cifró en 39 los fallecidos. Hubo más de 600 detenidos. 

En julio del año pasado los ugandeses denunciaron en la vía pública la corrupción y pidieron el fin del eterno mandato de Museveni. ¿Qué consiguieron? Una dura represión policial y la prohibición de manifestarse. También en 2024, los nigerianos enarbolaron, con toda probabilidad, el lema más contundente: «Tenemos hambre». AI documentó la muerte de 21 personas. Un escenario similar se repitió en Ghana entre el 31 de julio y el 6 de agosto de 2024. La gente se irguió frente a la corrupción y el coste de la vida.

Uno de los elementos menos sorprendentes de estas convocatorias tiene que ver con el perfil juvenil de los manifestantes. Aunque la pujanza de la edad y la habilidad en el uso de las tecnologías facilitan y multiplican su movilización, erramos el tiro si concluimos que esto es cosa de chiquillos. El desengaño por la mala praxis de los gobernantes, la falta de perspectivas ante lo que ha de venir, el barniz de la corrupción que uniformiza la vida pública y, como dijeron los nigerianos, el hambre, no son cosa solo de niños, aunque sean ellos los que con mayor ímpetu salgan a las calles.



En la imagen superior, un niño salta por encima de una barricada en llamas levantada por estudiantes durante los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad en una manifestación que pedía la dimisión del presidente Andry Rajoelina, en Antananarivo, el 6 de octubre de 2025. Fotografía: Luis Tato / Getty

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