Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
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Las minas de coltán suministran minerales que hacen que los condensadores de tantalio se utilicen en la mayoría de dispositivos electrónicos del mundo. El artista multidisciplinar Saul Williams y la artista ruandesa Anisa Uzeyman utilizan este paraguas como trampolín para embarcarse en un ambicioso musical de ciencia ficción donde el bricolaje fílmico campa a sus anchas.
Neptune Frost es un trabajo expansivo. ¿Por qué? Pues porque se atreve con casi todo: arroja luz sobre la continua explotación de las materias primas y los cuerpos negros por parte de la economía capitalista, brinda una mirada no binaria a la sociedad actual en un continente plagado de leyes contra la homosexualidad promovidas por misioneros evangélicos estadounidenses o, por ejemplo, examina a los ciberactivistas que tratan de arrinconar, con la ayuda de Internet, a regímenes autoritarios en África. En lugar de confiar en la jerga tecnológica para explicar los males de la sociedad, la película busca un diálogo poético –y rapeado– con múltiples idiomas y un paisaje sonoro impregnado de sonidos tradicionales africanos.
Con movimientos de cámara continuos y utilizando colores vibrantes, junto con unos impresionantes diseños de escenario y vestuario de Cedric Mizero, la cinta captura la energía y el ingenio de la comunidad artística africana. Sin duda, una amalgama de la versión utópica de los afrofuturistas que viene a decir que lo que está por venir no pinta bien.
No es habitual que el género de terror se asocie a los cines africanos, pero Good Madam (Buena señora) se presenta como un buen ejemplo: una metáfora psicológica que utiliza el recurso del miedo para radiografiar a la sociedad sudafricana. Estrenada el pasado septiembre en el Festival de Toronto, la película analiza una relación simbiótica profunda y oscura entre el empleador blanco y el empleado negro, la última de una larga línea de servidumbre generacional y su efecto nocivo en todo lo que lo rodea. La directora, Jenna Cato Bass, ha conseguido crear una escalofriante versión de la historia de la casa encantada para reflexionar sobre el racismo que aún persiste en Sudáfrica. Una mirada íntima a las relaciones desiguales a través de la lente del terror que centra nuestra atención en cómo algunas tradiciones –léase imposiciones– se niegan a morir.
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