Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Nací en los campamentos saharauis, situados en un desierto gigante donde no hay absolutamente nada. Por las condiciones en las que vive la población desarrollé celiaquía, una enfermedad muy simple que allí puso en peligro mi vida. No tengo muchos recuerdos de mi infancia porque fui una niña que estaba siempre enferma. Lo que sí recuerdo son los mimos y la atención por parte de toda mi familia, sobre todo de mi madre, que me dio el pecho hasta los cuatro o cinco años. La única solución para mí era salir de allí y con una asociación me fui a Roma, donde me acogió una familia italiana. Me quedé hasta los diez años. Recuerdo que tenía muchas pesadillas pensando en mi familia y en mis padres. Me despedí de mi madre cuando iba a dar a luz a mi hermana pequeña. Mi padre siempre me dice que cuando se despidió de mí yo llevaba una chaqueta de talla para dos años. Me fui en unas condiciones de salud muy graves. Recuperarme en Italia fue como un milagro para mis padres.
Viajaba cinco o seis días al año. Pero llegué a los diez años creyendo que era una persona italiana. Allí tenía una familia, era una niña como las demás. Y aunque de vez en cuando me llamaban «niña africana», no era consciente de por qué. Después, mi madre decidió que tenía que volver al Sahara y quedarme un tiempo, porque notó que lo había perdido todo. Ya no hablaba el idioma, ya no les conocía. El día del reencuentro lloré mucho, pero reconocí que era realmente mi madre. Fue impactante volver a ese desierto. Me quedé en los campamentos tres años, los tres años más importantes de mi vida. Me ayudaron a entender quién era yo y a conocer a mi familia. Pero el contraste fue enorme. En Roma vivía con todos los lujos del mundo y en el desierto a veces pasaba hambre.
Las condiciones son infrahumanas. La población está viviendo desde hace más de 40 años en un desierto inhóspito donde escasea el agua. En mi campamento todavía no hay luz. La población vive de la ayuda humanitaria en un territorio prestado en el que no puede construir. Todo es temporal. Se utilizan mucho las jaimas, las casas son de adobe, no hay fábricas, no hay trabajo. El colegio solo es hasta primaria y después hay que ir a internados en Argelia. Hay jóvenes también que vienen a España. Pero cuando vuelves no hay nada. Y cada vez hay menos ayuda. La gente vive de lo poco que se reparte y de la ayuda de los familiares que viven fuera.
Tenía un sentimiento de culpabilidad increíble. No podía entender el mundo en aquel momento. Aunque toda esa parte luego fue muy secundaria, porque me llené mucho de jugar, de estar con mi familia.
Entendí que yo venía de allí, que no es lo mismo que sentirte de allí. Aquellos tres años fueron claves para ubicarme en el mundo. Y tuve muy claro que tenía que estudiar, formarme para poder ayudar a mi familia. Volví otra vez a Italia con 13 años y ya no era la misma niña. Pensaba mucho en el Sahara y en cómo podía trabajar para mandarle dinero a mi familia. Volví al Sahara tres años después y me quedé unos siete meses. Para mí es uno de los sitios más bonitos que hay en el mundo. Al igual que no hay nada, hay mucho. Mucho amor, la familia, muchos valores, solidaridad entre las personas, lucha. Pero al verme allí ya con 16 años sentí que no era mi lugar. Conocí a una señora maravillosa, Marisa, de Extremadura: «Tú te vienes conmigo, vas a estudiar y te vas a formar”. Me vine a España.
En principio iba a ser médica. Es una de las necesidades más básicas en los campamentos. Pero cuando llegué a España tenía que contar muchas veces de dónde venía y por qué. Había muchas cosas que no sabía explicar y me dije «quiero ser periodista». Quería poder contarlo y quería investigar también lo que está pasando en otros sitios. Es una profesión que me ayuda a relativizar, a comprender, a tener una visión mucho más global, a empatizar. Cuando terminé la carrera pensé en hacer radio, porque me recordaba mucho al Sahara, a mis abuelos que son nómadas y siempre llevaban el transistor con ellos. A veces sonaba en francés, otras en español o en árabe. Les gustaba mucho. Es un medio tan pequeño y tan accesible que te lo puedes llevar a cualquier sitio. Es maravilloso. De hecho, a veces mi madre me escucha.
Creo que es un conflicto olvidado, que no miramos, del que no se habla. A mí al principio eso me frustraba mucho y, obviamente, me sigue dando mucha rabia. Pero hay muchas realidades que no se cuentan. ¿Cuándo África es noticia? Hay muchos conflictos que están silenciados, que no tratamos, que no se viven como algo cercano, como algo que nos importa. El del Sahara es uno de ellos.
Es un proyecto maravilloso que nace de la pasión por la radio. Somos un grupo de periodistas que nos dedicamos a la radio aquí en España y viajamos a los campamentos durante diez días. Respondiendo a sus necesidades llevamos material radiofónico para ellos, para que puedan contar sus propias historias. Hacemos talleres de formación en radio. Es un intercambio en el que todos aprendemos. También aquí contamos historias de allí. En la última edición han tenido mucha importancia las mujeres. Fuimos a una escuela de mujeres que tenían su radio y hemos estado trabajando con ellas en torno a la radio, la música y el feminismo. Ha sido muy emocionante. Ya estamos preparando una tercera edición.
Hubo algo especial con las mujeres. Estábamos hablando de la parte que más nos gusta de nuestro cuerpo. Lo que ellas te enseñan te hace reflexionar. Pero hubo un momento en que yo me quité la melfa –allí tengo que llevar el velo–y les dije: «Pues para mí, mi pelo». Y fue quizá uno de los momentos en los que más liberación he sentido. Allí nunca había hecho eso, porque es un tabú, y fue muy especial atreverme a hacerlo con aquellas mujeres que no eran de mi familia, que no eran tan cercanas. Sentí que estábamos caminando juntas.
Al principio intentaban que yo fuese la mujer saharaui que ellos querían. Pero con el tiempo les he mostrado quién soy. He vivido más tiempo entre Italia y España que allí. No se me puede exigir ser una mujer del desierto. Hay cosas que les impactan, y el qué dirán pesa mucho, pero creo que mi madre hace un sobresfuerzo porque me ama. No sé si mis tíos o mis tías me entienden, pero me respetan, y eso es un paso muy importante.
Soy muy de pensar en el presente. Ahora estoy trabajando en lo que quiero, he ido construyendo un círculo social, haciendo de Madrid mi ciudad, mi familia está bien… Valoro mucho esta fase de estabilidad y tranquilidad en la que estoy. Disfruto de esta persona que estoy construyendo. Y a ver qué nos da la vida, a ver qué surge en el camino.
Es maravilloso tener varias madres, padres, hermanos por todas partes. Intento volver a mis casas siempre. Son personas a las que, tanto yo como mi familia, les estamos infinitamente agradecidas. Lo han dado todo por mí y soy el resultado de su solidaridad. Sin más, quisieron acoger a esta niña.
«Mi casa, mis padres, mis abuelos nómadas. Mi abuelo ya no está, pero mi abuela sigue siendo nómada. Viven en el desierto, un desierto más verde con vegetación para los animales. Es un sitio espectacular. Supervivencia y naturaleza. No hay coches. No hay vecinos. No hay nada en medio del desierto».
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