Ebbaba Hameida: «En el Sahara no hay nada y hay mucho»

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«Soy periodista. Nací en los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, en Argelia. Creo que tengo 27 o 28 años. Vivo en Madrid y trabajo en la radio pública. Ha­go una tesis sobre mujer e islam. Participo en el proyecto “Un micro pa­ra el Sahara”. Me suelo meter en todos los fre­gaos».




¿Cómo fue tu infancia?

Nací en los campamentos saharauis, situados en un desierto gigante don­de no hay absolutamente nada. Por las condiciones en las que vive la po­blación desarrollé celiaquía, una en­fermedad muy simple que allí puso en peligro mi vida. No tengo muchos recuerdos de mi infancia porque fui una niña que estaba siempre enferma. Lo que sí recuerdo son los mimos y la atención por parte de toda mi familia, sobre todo de mi madre, que me dio el pecho hasta los cuatro o cinco años. La única solución para mí era salir de allí y con una asociación me fui a Ro­ma, donde me acogió una familia ita­liana. Me quedé hasta los diez años. Recuerdo que tenía muchas pesadillas pensando en mi familia y en mis pa­dres. Me despedí de mi madre cuando iba a dar a luz a mi hermana pequeña. Mi padre siempre me dice que cuan­do se despidió de mí yo llevaba una chaqueta de talla para dos años. Me fui en unas condiciones de salud muy graves. Recuperarme en Italia fue co­mo un milagro para mis padres.

¿Mantenías el contacto con tu familia?

Viajaba cinco o seis días al año. Pero llegué a los diez años creyendo que era una persona italiana. Allí tenía una familia, era una niña como las demás. Y aunque de vez en cuando me llamaban «niña africana», no era consciente de por qué. Después, mi madre decidió que tenía que volver al Sahara y quedarme un tiempo, por­que notó que lo había perdido todo. Ya no hablaba el idioma, ya no les conocía. El día del reencuentro lloré mucho, pero reconocí que era real­mente mi madre. Fue impactante vol­ver a ese desierto. Me quedé en los campamentos tres años, los tres años más importantes de mi vida. Me ayu­daron a entender quién era yo y a co­nocer a mi familia. Pero el contraste fue enorme. En Roma vivía con todos los lujos del mundo y en el desierto a veces pasaba hambre.

¿Cómo es la situación en los campamentos?

Las condiciones son infrahumanas. La población está viviendo desde hace más de 40 años en un desierto in­hóspito donde escasea el agua. En mi campamento todavía no hay luz. La población vive de la ayuda humanita­ria en un territorio prestado en el que no puede construir. Todo es temporal. Se utilizan mucho las jaimas, las casas son de adobe, no hay fábricas, no hay trabajo. El colegio solo es hasta prima­ria y después hay que ir a internados en Argelia. Hay jóvenes también que vienen a España. Pero cuando vuelves no hay nada. Y cada vez hay menos ayuda. La gente vive de lo poco que se reparte y de la ayuda de los familiares que viven fuera.

Menudo choque para una niña de diez años.

Tenía un sentimiento de culpabili­dad increíble. No podía entender el mundo en aquel momento. Aunque toda esa parte luego fue muy secun­daria, porque me llené mucho de ju­gar, de estar con mi familia.

Ebbaba Hameida el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Llegaste a sentir que era el lugar donde tenías que estar?

Entendí que yo venía de allí, que no es lo mismo que sentirte de allí. Aquellos tres años fueron claves para ubicarme en el mundo. Y tuve muy claro que tenía que estudiar, formar­me para poder ayudar a mi familia. Volví otra vez a Italia con 13 años y ya no era la misma niña. Pensaba mucho en el Sahara y en cómo podía traba­jar para mandarle dinero a mi fami­lia. Volví al Sahara tres años después y me quedé unos siete meses. Para mí es uno de los sitios más bonitos que hay en el mundo. Al igual que no hay nada, hay mucho. Mucho amor, la familia, muchos valores, solidari­dad entre las personas, lucha. Pero al verme allí ya con 16 años sentí que no era mi lugar. Conocí a una señora maravillosa, Marisa, de Extremadura: «Tú te vienes conmigo, vas a estudiar y te vas a formar”. Me vine a España.


¿Por qué periodismo?

En principio iba a ser médica. Es una de las necesidades más básicas en los campamentos. Pero cuando llegué a España tenía que contar muchas ve­ces de dónde venía y por qué. Había muchas cosas que no sabía explicar y me dije «quiero ser periodista». Quería poder contarlo y quería in­vestigar también lo que está pasando en otros sitios. Es una profesión que me ayuda a relativizar, a comprender, a tener una visión mucho más glo­bal, a empatizar. Cuando terminé la carrera pensé en hacer radio, porque me recordaba mucho al Sahara, a mis abuelos que son nómadas y siempre llevaban el transistor con ellos. A ve­ces sonaba en francés, otras en espa­ñol o en árabe. Les gustaba mucho. Es un medio tan pequeño y tan accesible que te lo puedes llevar a cualquier si­tio. Es maravilloso. De hecho, a veces mi madre me escucha.

¿Se informa bien de lo que ocurre en el Sahara?

Creo que es un conflicto olvidado, que no miramos, del que no se ha­bla. A mí al principio eso me frus­traba mucho y, obviamente, me sigue dando mucha rabia. Pero hay muchas realidades que no se cuentan. ¿Cuán­do África es noticia? Hay muchos conflictos que están silenciados, que no tratamos, que no se viven como algo cercano, como algo que nos im­porta. El del Sahara es uno de ellos.

Háblame del proyecto «Un micro para el Sahara».

Es un proyecto maravilloso que nace de la pasión por la radio. Somos un grupo de periodistas que nos dedica­mos a la radio aquí en España y viaja­mos a los campamentos durante diez días. Respondiendo a sus necesidades llevamos material radiofónico pa­ra ellos, para que puedan contar sus propias historias. Hacemos talleres de formación en radio. Es un inter­cambio en el que todos aprendemos. También aquí contamos historias de allí. En la última edición han tenido mucha importancia las mujeres. Fui­mos a una escuela de mujeres que te­nían su radio y hemos estado traba­jando con ellas en torno a la radio, la música y el feminismo. Ha sido muy emocionante. Ya estamos preparando una tercera edición.

De las anteriores, ¿algún momento más especial?

Hubo algo especial con las mujeres. Estábamos hablando de la parte que más nos gusta de nuestro cuerpo. Lo que ellas te enseñan te hace reflexio­nar. Pero hubo un momento en que yo me quité la melfa –allí tengo que llevar el velo–y les dije: «Pues para mí, mi pelo». Y fue quizá uno de los momentos en los que más liberación he sentido. Allí nunca había hecho eso, porque es un tabú, y fue muy es­pecial atreverme a hacerlo con aque­llas mujeres que no eran de mi fami­lia, que no eran tan cercanas. Sentí que estábamos caminando juntas.



¿Qué piensa tu familia de la persona que ahora eres?

Al principio intentaban que yo fuese la mujer saharaui que ellos querían. Pero con el tiempo les he mostrado quién soy. He vivido más tiempo en­tre Italia y España que allí. No se me puede exigir ser una mujer del desier­to. Hay cosas que les impactan, y el qué dirán pesa mucho, pero creo que mi madre hace un sobresfuerzo por­que me ama. No sé si mis tíos o mis tías me entienden, pero me respetan, y eso es un paso muy importante.

¿Cuáles son tus aspiraciones para el futuro?

Soy muy de pensar en el presente. Ahora estoy trabajando en lo que quiero, he ido construyendo un cír­culo social, haciendo de Madrid mi ciudad, mi familia está bien… Valo­ro mucho esta fase de estabilidad y tranquilidad en la que estoy. Disfru­to de esta persona que estoy cons­truyendo. Y a ver qué nos da la vida, a ver qué surge en el camino.

Mirando hacia atrás, ¿qué piensas de las familias por las que has pasado?

Es maravilloso tener varias madres, padres, hermanos por todas partes. Intento volver a mis casas siempre. Son personas a las que, tanto yo como mi familia, les estamos infinitamente agradecidas. Lo han dado todo por mí y soy el resultado de su solidaridad. Sin más, quisieron acoger a esta niña.



CON ELLA.

«Mi casa, mis padres, mis abuelos nómadas. Mi abuelo ya no está, pero mi abuela sigue siendo nómada. Viven en el desierto, un desierto más verde con vegetación para los animales. Es un sitio espectacular. Supervivencia y naturaleza. No hay coches. No hay vecinos. No hay nada en medio del desierto».

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