El día que explotó Mozambique

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La película Mabata Bata, adaptada de una obra del reconocido escritor mozambiqueño Mia Couto, consigue subrayar la necesidad del realismo mágico en los tiempos convulsos por los que pasa Mozambique.

La vaca saltó por los aires. O, mejor dicho: explotó. Y no es una metáfora de la película mozambicana Mabata Bata (2017), del realizador Sol de Carvalho, sino solo una de las realidades que muestra la crudeza de las minas antipersonas enterradas en el subsuelo de un país que ha recobrado protagonismo mediático y no precisamente por su atractivo reclamo turístico. La guerra es parte de una epidermis nacional que tiene memoria reciente. Todavía huele a pólvora.

A partir de aquí las lecturas son diversas, pero coincidentes en algo: «En Mozambique, para alcanzar la paz, el simple perdón no sería realista: no podemos olvidar. La guerra se opone permanentemente al desarrollo del país, reduciendo al máximo cualquier iniciativa». Estas son las palabras acertadas de Carvallo quien hace unos años llevaba a la gran pantalla una obra adaptada de Mia Couto, y que recientemente se ha podido volver a ver gracias a una colaboración entre el Festival Internacional de Cinemes Africans de Barcelona (FICAB) y MUNDONEGRO.

Tanto la literatura como el cine han ofrecido a lo largo de la historia esos mundos posibles para desencallar lo que la política de despacho y mítines televisados son incapaces de vislumbrar. Es por este motivo que trabajos como el del escritor Couto y Carvalho se antojan urgentes en un país como Mozambique que en las últimas dos décadas ha experimentado numerosos cambios estructurales: paz tras un devastador y prolongado conflicto armado, cifras que apuntaban a un sostenido y rápido crecimiento económico (aunque los dividendos no gotearan para la gran mayoría de la población) y una reducción de la pobreza. Sin embargo, los desafíos siguen siendo diversos y desde el 2016, esta nación mimada por los donantes internacionales se enfrenta a varios caballos de Troya.

Aunque han continuado los flujos masivos de inversión privada, el crecimiento económico real ha caído drásticamente. La pobreza y otros indicadores de privación también se han mantenido obstinadamente altos. También han surgido graves conflictos, especialmente en el norte del país. Se estima que 700.000 personas, es decir, el 2 por ciento de la población del país, han sido desplazadas internamente debido a los ataques terroristas en la región de Cabo Delgado.

Las grandes inversiones en el sector del gas natural se han retrasado o reducido, pese a los cacareados titulares de que la otrora joya lusófona africana se convertiría en la primera nación mundial en reservas gasísticas. De hecho, la mayor inversión potencial, realizada por el gigante francés Total, ahora ha sido puesta en cuarentena indefinida (si no permanente) aludiendo a cuestiones de seguridad. Y por supuesto, la COVID-19 que solo se ha agregado a la lista de desafíos complejos y prolongados a los que se enfrenta el país. En resumen, Mozambique ha atravesado una década difícil que a los ojos de la política internacional no parecería tener alternativas a corto plazo.

Cartel de la película ‘Mabata Bata’, de Sol de Carvalho. Arriba, imagen promocional del film.
El cine como herramienta política

Alguien prepara agua para la ducha en el cobertizo. La luz atrapa algunas ramas entrelazadas. Los habitantes de la aldea caminan despacio porque las preocupaciones en el Mozambique rural son diferentes a las que circulan por las adoquinadas y ajardinadas calles de Maputo. En el escenario de Mabata Bata lo único que cobra una velocidad diferente son los soldados que ejercitan sus músculos haciendo rondas de reconocimiento. Tienen hambre y esperan que este pueblo afable los alimente porque el Estado al que defienden no mira por sus escuálidos vientres. Representan la guerra inacabada. El rugir de armas que siempre invita a la venganza y el miedo al otro.

Pero lo bélico no es lo central. El objetivo de Mabata Bata es ofrecer un viaje al mundo rural moderno africano en Mozambique, donde el universo mágico todavía está muy presente en la vida de las personas que tienen pocas opciones para enfrentar la pobreza. Su gran sueño, todavía ahora, es llegar a ese “otro lado”, donde creen que pueden encontrar posibles soluciones para sus vidas. En el caso de este trabajo son las minas de Sudáfrica. Pero, ¿de qué sirve hacer planes si la guerra puede impedir cumplirlos? 

La historia habla de Azarías, un niño pastor que perdió a sus padres en la guerra y que cuida a su abuela. Él quiere ir a la escuela, pero no se le permite hacerlo porque tiene que cuidar el rebaño para la dote tradicional de su tío, que trabaja en las minas de Sudáfrica. Futuro truncado. Sobre todo, tiene que cuidar de Mabata Bata, el buey más grande de la manada… Pero explota. Y tras él, su inocencia saltará también por los aires. Futuro inacabado. 

Es decir, una relectura de Mabata Bata en el 2021 ofrecería pistas para alcanzar algunos puntos de luz en unos tiempos demasiado convulsos en el norte del país. Un trabajo que sabe combinar un estilo de grabación radicalmente sencillo, una fotografía poética y un mensaje de alto voltaje: los rituales y las negociaciones deben coexistir para alcanzar los necesarios puntos de encuentro.

Volver al pasado como antídoto

Fue Samora Machel, el padre de la independencia de Mozambique, quien apostó abiertamente por el cine como herramienta transformadora. Sus Kuxa Kanema, informativos propagandísticos televisados en furgonetas por todo el país pretendían eso: crear una sociedad crítica y saludable desde el acceso a la cultura. Y con Mabata Bata la idea que resuena durante todo el trabajo es la necesidad de volver al pasado privilegiando la memoria y la mitología para narrar el presente.

Estas prácticas culturales precoloniales se han eliminado conscientemente del discurso político de los mozambiqueños porque no encajan en el concepto occidental de desarrollo y progreso. Lo tradicional se ha ido desvaneciendo o ha sufrido un proceso de desplazamiento, distorsión y desarticulación. Pero autores como Couto subvierten este discurso en un intento de crear una interacción de singularidad cultural recuperando y centrándose en la gente marginada de Mozambique: la población rural menos occidentalizada. ¿Y si este pasado fuera el antídoto que se necesita?

Ficha Técnica

Director: Sol de Carvalho
País: Mozambique
Año: 2018
Duración: 74’
Premios:
Mejor montaje y mejor fotografiía en el FESPACO 2019.
Premio FICAB 2019
Premio Radwan Al Kashef en el Luxor Film Festival


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