«Puede sonar atrevido, pero comprad arte»

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Rahiem Shadad, comisario de la exposición «Disturbios en el Nilo»


Marcado por décadas de inestabilidad política y conflictos, los artistas de Sudán cuentan la compleja realidad de su país a través de obras que reflejan su identidad, originalidad y resistencia. Desde marzo hasta el 23 de junio, se muestra en Casa Árabe (Madrid) la exposición «Disturbios en el Nilo». Su comisario, Rahiem Shadad, que ha hablado con MUNDO NEGRO, reflexiona sobre ello y advierte que iniciativas como esta se han convertido en una forma de garantizar la subsistencia de los artistas sudaneses.


¿Cuáles son los aspectos claves de esta exposición?

La idea era crear una exposición itinerante y llevarla por varios países del norte. Históricamente ha habido artistas sudaneses con su espacio en el norte global, porque muchos han estudiado en Londres y sus trabajos se han visto en Francia o España. Rashid Diab [ver MN 661, pp. 36-40], que vivió en nuestro país, es un ejemplo de esto con su increíble trabajo. Pero a nivel institucional, Sudán apenas ha salido fuera. Queríamos que esta exposición, en la que hemos trabajado desde 2022, sirviera para mostrar el arte sudanés y hacerle su sitio… Esta era la idea antes de la guerra, enviar estas obras representadas por la Downtown Gallery, que yo tenía en Sudán. Por desgracia, esta galería, que representaba a los nueve artistas, ha sido destruida por la guerra [ver MN 701, pp. 8-9]. Es curioso porque nosotros embarcamos las obras el jueves 12 de abril [de 2023] y la guerra comenzó el sábado. Fue casualidad que saliéramos en las últimas horas en las que el aeropuerto estuvo funcionando, porque fue el primer objetivo atacado. De pronto, la exposición cobró un significado totalmente diferente. No teníamos planeado abogar por la gente de Sudán y contar su situación, pero de repente nos sentimos responsables. Era nuestra obligación.

El comisario de la exposición, Rahiem Shadad, delante de una pintura de Yasmeen Abdullah, en Casa Árabe. Fotografía: Laura M. Lombardía / Casa Árabe. En la imagen superior, obra de Bakri Moaz, única pintura de la exposición –junto a dos proyecciones– realizada después de la guerra iniciada en Sudán en 2023. Fotografía: Gonzalo Gómez


¿De dónde viene el nombre?

«Disturbios en el Nilo» no es por la guerra, sino por las turbulencias vividas en Sudán en los últimos 30 años y cómo han influido en el arte. La exposición abarca varias generaciones y cada una ha padecido lo suyo. Pero con la guerra hemos añadido dos vídeos y hay una pintura extra, de Bakri Moaz, realizada después, con una mujer caminando junto a un tanque [en la imagen de la izquierda]. Ahora, las pinturas de Waleed Mohammed son las únicas tres que quedan procedentes de su estudio. Lo mismo para las de Rashid Diab. Es una locura la colección que se ha perdido en su casa de Sudán. Fui allí un montón de veces y tenía cientos de pinturas y trabajos. Dios sabe qué ha pasado con ellos.



Varios de los artistas han vivido fuera. ¿Cómo influye la diáspora en sus trabajos?

Creo que si caminas entre los cuadros, puedes ver rápidamente quiénes han vivido fuera y quiénes han permanecido siempre en Sudán. Me refiero específicamente a los tiempos de Al Bashir, los 30 años previos a la revolución. Entonces, vivían fuera Rashid, Eltayeb Dawelbait y Miska Mohmmed. Los artistas sudaneses son, en su mayoría, bastante clásicos. Si usan óleos, la pintura entera es con óleos. No hacen muchos collages ni mezclan materiales. Es algo que tiene que ver con la escuela en Sudán y la educación artística, y en estos tres enseguida ves que juegan con esto y rompen las normas. Dawelbait pinta en madera y luego rasca sobre ella. Es poco común, sobre todo en artistas de su edad. También Rashid Diab, con su uso monocromático para crear gradientes de color y luego pintar sobre ellos. Miska pinta paisajes, es clásica en términos de los temas, pero lo hace con líneas horizontales y una abstracción poco común. Usa ­colores que se salen de los habituales de la naturaleza en Sudán. En la exposición predominan los amarillos y los marrones, que son más o menos los colores de Sudán, pero ella pinta verdes, azules, etc. Aprendió esto en Kenia, con artistas que se educan en la escuela de Makerere, en Uganda.

Uno de los paisajes de Miska Mohmmed. Fotografía: Gonzalo Gómez


¿Cómo se perciben los distintos movimientos políticos en personas de diferentes generaciones?

Los artistas más mayores representan a una generación que vivió la arabización, todos tenían que cumplir con un modelo. Esto pasó durante el tiempo de Al Bashir, que limitó mucho la expresión y la individualidad. Para conseguirlo, se usó mucho la religión. Si miras a los artistas de esta época, tratan temas relacionados con la comunidad como conjunto, rara vez hablan de ellos mismos. Otaybi, por ejemplo, pinta caras africanas como máscaras con caligrafía árabe en el medio. Se trata de una declaración contra el gobierno, una denuncia de lo que este trataba de hacer forzando a los sudaneses como árabes y musulmanes. Sus pinturas dicen que hay una identidad africana mezclada con la árabe. Aceptamos ambas identidades y las abrazamos… En todo caso, hay poco individualismo en esas pinturas anteriores. Pero si miras a Yasmeen Abdullah, ella pinta sobre lo que siente, no sobre lo que está viviendo su comunidad. Reem Al Jeally pinta su dormitorio, reflexiona sobre la idea de las limitaciones de las mujeres, su participación en la sociedad y la invasión de la privacidad de las mujeres en el Sudán moderno. Está en el espacio vacío intermedio entre lo público y lo privado y resulta muy personal, como una canción de amor. Ya sabes, las canciones de amor cuentan experiencias de amor que hemos vivido, pero que afectan a la mayoría. Es para la mayoría y, al tiempo, es individualista. Por último, quiero destacar a Waleed Mohammed, cuyo origen es una tribu africana de Darfur, aunque su familia se mudó al estado árabe de Al Jazirah, dominado por Sudán desde 1930. En sus cuadros hay una búsqueda personal, pero que resulta relevante para muchos individuos que atraviesan las mismas cuestiones identitarias.

«Algo especial», de Waleed Mohammed. Fotografía: Gonzalo Gómez


¿Qué repercusiones esperas de la exposición?

Es difícil contestar con la incertidumbre que hay en Sudán. Ojalá al menos la gente entienda lo que es Sudán y la vea de otra manera, humanizando la historia, humanizar los números, como 20 millones de muertos y tal… ¿Sabes?, el Programa Mundial de Alimentos ha dicho que hay 18,6 millones de personas en Sudán en situación de riesgo de hambre. Apenas comen. Waleed Mohammed es uno de ellos. Eso es humanizar la historia. No hemos conseguido comunicarnos con él. Estoy seguro de que ha perdido la mitad de su peso porque no hay comida. En Jartum no hay nada. Tengo amigos que, cuando he visto sus fotos después de que consiguieran salir, eran auténticos palos. 18,6 millones es nueve veces la población de Gaza. Así que lo que espero es que si hay algo que se pueda hacer, que se haga. Hemos ofrecido información y hay mucha documentación en Internet sobre cómo ayudar, oenegés, etc. Y otra cosa muy importante, que puede sonar algo vulgar o atrevido, pero comprad arte. Comprad arte para que los artistas puedan comer. Es muy importante. Waleed Mohammed, Tariq Nasre y Hassan Kamil son tres artistas que están atrapados en Sudán ahora mismo en una situación muy difícil.



¿Quiere añadir algo más?

Sí, es algo curioso, pero no podemos retornar estas obras de arte. Deberían volver a Sudán, pero no se puede por la guerra. Los artistas están diseminados por seis países distintos en total. Así que es una cuestión a resolver. Esa es otra razón por la que es una buena idea que el arte se quede en Europa y fuera coleccionado por la gente aquí. En fin, son situaciones desafortunadas y hay que adaptarse, pero a veces es duro.



Rashid Diab, artista e investigador
«Se pinta para la humanidad»

Todavía no nos hemos sentado y, a pesar de su afabilidad, Rashid Diab confiesa que está triste. La guerra en su país le ha hecho perder todo: su obra, su galería, su vivienda… Según las noticias que le llegan, todo ha sido destruido. Hace un año, su hijo le dijo que oía unos bombardeos más frecuentes e intensos que los que ya habían sentido alguna que otra vez. Tuvieron que salir con lo puesto. Desde entonces, vive en España, donde ya estuvo en los 80 y 90 tras una beca del Gobierno español que le permitió estudiar en Europa y conocer las técnicas de artistas como Velázquez y Goya, que sitúa entre sus referentes. Diab realizó un doctorado en Bellas Artes sobre la filosofía del arte sudanés, pero regresó a su país en 1999 porque «si salimos todos y no volvemos, no ayudamos a nuestra gente». De vuelta, abrió una galería de arte y fundó un centro cultural. Hasta 2023.

Fotografía: Gonzalo Gómez

«Estar fuera de África te permite observar África a vista de pájaro», dice Diab, enamorado de la idea de las diferencias entre los pueblos que enriquecen el mundo. Salir le hizo valorar más la vida sudanesa y la herencia cultural de su país, lo que influyó en su pintura, por ejemplo en las vestimentas de las mujeres, que echaba de menos. De ahí a su tesis, que destaca la búsqueda de la identidad del arte sudanés. «En Sudán hay mujeres indígenas que pintan. Van a la montaña y sacan yeso blanco que trabajan en casa con pintura, piedras, plantas… Es muy interesante porque si lo comparas con el arte moderno, el arte conceptual, y ves cómo se presentan esas obras… Es de risa. Ellas hacen cosas que no valora nadie, no tiene críticas ni se hacen filosofías con ellas. Y es que la colonización es un desastre –se queja Diab–, y no me refiero solo a los esclavos sino al desarrollo mental. No puedes valorar solo la obra africana cuando la ves en cuadros europeos. Se dice entonces que el arte europeo está influido por el africano, lo que es una manera de decir que está superado. Nunca se deja claro quién es el autor de la obra africana. No se dice que esta tribu tenía un artista que se llamaba tal o cual».

Un grupo de mujeres sudanesas conversan y caminan en esta obra de Rashid Diab. Fotografía: Gonzalo Gómez


Rashid Diab nació artista. Así lo cree. Porque para él, ser artista no es una decisión sino un punto de vista. «Desde niño, tienes una postura hacia el mundo y no sabes por qué. Quieres cambiar, aportar tu mirada. Yo veía las cosas de dos maneras, como son en realidad y como yo las veía. Si no hacía algo entre medias para juntar estas miradas me volvía loco». Por desgracia, lo que Diab ve ahora es la guerra y su destrucción, pero también sigue viendo, a su manera, que la lucha debería ser artística y filosófica, no militar. «Cuando aparece un militar tonto y jovencito que quiere tomar el poder en un país es una oportunidad para otros como Estados Unidos, que se quieren llevar las materias primas y no aprecian la historia del país. Ha pasado en muchos países africanos». Diab dice que no hay ningún país que no pueda conocer sus límites y autocontrolarse para poder negociar. «Pienso que la raíz de las guerras es la falta de entendimiento entre los pueblos y la mejor manera que tienen estos de entenderse es a través de la apreciación del arte. Hay que entender que el artista no pinta un cuadro para su pueblo, sino para toda la humanidad».

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