El sueño cumplido

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Hna. Marie Claire Silatchom


Cada historia vocacional es un misterio. Normalmente el Señor se sirve de personas que pone a nuestro lado para ayudarnos a tomar una decisión: padres, algún sacerdote o religiosa, amigos, familiares o personas que encontramos casualmente en nuestra vida. Haríamos bien en escuchar con discernimiento sus voces y lo que su testimonio de vida suscita en nuestro interior. Este mes os presentamos a la Hna. Marie Claire Silatchom, misionera dominica del Rosario. Ella descubrió su vocación a través de la vida cristiana que vivió en familia, pero también gracias a su párroco y a las primeras dominicas que conoció. Queridos jóvenes, no tengamos miedo de discernir sobre lo que Dios quiere para nosotros. Seguro que es lo mejor. Si decidimos seguir a Jesús, Él nos promete estar con nosotros todos los días de nuestra vida, hasta el final de los tiempos.



Mi vocación religiosa y misionera ya ardía dentro de mi corazón desde pequeñita, fruto de la herencia espiritual recibida de mis padres. Con su testimonio de vida me enseñaron el camino de la fe, el camino de Jesús, el Hijo de Dios. Fue una gracia vivir con unos progenitores que se querían, que dialogaban, que se perdonaban y que, a pesar de las dificultades que pasaban a veces, eran fieles a su cita con la eucaristía de forma cotidiana, rezaban el rosario y participaban en los movimientos de la parroquia. También me marcó su manera de relacionarse con la gente del pueblo, en nuestro Camerún natal, porque nuestra casa siempre estaba abierta para acoger a los que llegaban, sin distinción.

Junto a la llamada de Dios, el testimonio de mis padres fue el fundamento de mi vocación. También fue muy importante mi párroco. Me encantaba su dinamismo, la manera de acoger a la gente y de transmitir el mensaje de Jesús. Siendo yo muy pequeña pensaba en ser como él. Lo veía siempre con la sotana y creía que era una mujer, por eso me llevé una gran sorpresa cuando un día, mientras subía al altar, vi que llevaba pantalones. Aquello para mí fue una decepción, porque pensé que ya no podría ser como él y que nunca podría cumplir el sentimiento que me ardía dentro, que no era otra cosa que hablar de Dios.

Unos años después, estaba todavía en Primaria, las Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario llegaron a mi pueblo. Eso me abrió los ojos y me dije: «Esto es para mí». Vi que era justo lo que yo quería, por lo que me decidí a ser religiosa.

Desde el principio tuve clara mi vocación. No sabía lo que era la vida religiosa, pero me gustaba lo que hacían: hablar con la gente del pueblo de Dios y de la vida de Jesús. Me gustó su manera de acoger y acercarse a las personas y de visitar a las familias. Fue tal el flechazo que quise dejar de estudiar de inmediato para empezar en aquel mismo momento, pero las religiosas me frenaron. Me animaron a estudiar, algo que, sinceramente, no entendí. Pensaba que si Jesús no fue a clase ¿por qué tendría que hacerlo yo? Cosas de la niñez. Años después, ingresé en la congregación.

Mis primeros pasos

Tuve que irme lejos de mi país natal, algo que no fue fácil: hablar otra lengua, una nueva cultura y comidas diferentes… Tuve que adaptarme al ritmo de vida comunitaria con gente que no conocía y a la que iba descubriendo poco a poco, con sus debilidades y su manera de ser, a veces con incomprensiones que había que superar. Era una forma de vida distinta a la de mi familia. Sobre todo fue difícil separarme de mis padres, que al principio no aceptaban mi vocación religiosa y a los que no vi en seis años, cuando regresé a mi país de vacaciones. Yo era su primera hija, y antes de tenerme habían sufrido mucho las bromas de la gente porque durante sus primeros seis años de casados no tuvieron hijos. Gracias a Dios nací yo y después  mi único hermano, que hoy es sacerdote.



La Hna. Marie Claire, en el centro de la imagen, durante la visita al hospital en el que trabajaba en Camerún del responsable de salud de la zona. Fotografía: Archivo personal de la autora.


Formación y misión

Las alegrías fueron más grandes que las dificultades. Realicé mi formación y viví mi primera experiencia misionera en República Democrática de Congo (RDC). Aprendí la lengua, fui catequista, lectora en la iglesia y pude ayudar en el hospital, donde descubrí, junto a la vocación a la vida religiosa, mi anhelo personal de aliviar a los enfermos. Era mi manera de predicar como Jesús y de tocar el corazón de la gente.

Tras mi primera profesión religiosa fui enviada con los pigmeos del norte de RDC. Fue una experiencia muy fuerte vivir en medio de un pueblo marginado, explotado y humillado al que queríamos dignificar. Nuestra presencia era también una forma de denunciar su situación. Les enseñábamos quién era Jesús y su identidad de hijos amados de Dios. Los ayudábamos en los estudios, con los cuidados médicos y en la mejora de sus condiciones de vida. Aprendí mucho, porque descubrí en ellos una vida sencilla, humana, cercana, donde sobresalían valores como compartir, amarse o acoger a los demás.

Luego vinieron mi preparación en Perú para ser formadora, mis estudios de Teología Pastoral en España y mi servicio misionero en Angola, Mozambique, Filipinas… Todos estos fueron momentos inolvidables en los que pude ir por el mundo para hablar de Dios como soñaba desde mi niñez.

Después de un tiempo de trabajo en la formación pude realizar mi pasión como enfermera para aliviar a los que más sufren. No solo prestaba atención al cuerpo que sufría sino a la persona en su integridad. Durante muchos años di lo mejor de mí misma en nuestro hospital de Camerún, una obra levantada con mucho sacrificio que hoy salva numerosas vidas.

Santo Domingo

Al rememorar mi experiencia misionera, creo que ha sido un camino de conocimiento; de compartir con mi comunidad y con la gente de cada lugar; de descubrir, poco a poco, la realidad humana, con sus límites y fragilidades, con su grandeza y sus luchas, todo ello como camino de santificación, para la gente y para mí misma. He tratado de trasladar mi amor por Cristo a la gente que me he encontrado en el camino, y lo he hecho de todo corazón. Son experiencias que han confirmado mi vocación misionera como dominica del Rosario, siguiendo la espiritualidad de Santo Domingo, ese hombre de su tiempo, humano e inserto en su pueblo, predicador y amigo de la Virgen, cuyo carisma nos enseña a dignificar a hombres y mujeres, que son el fundamento de la sociedad.

Dificultades

Tampoco han faltado las dificultades en este caminar. Por mi ingenuidad, al inicio pensaba tener en mi entorno un amor similar al de mi familia y veía a todas mis hermanas santas, sin pecado. Pensaba que en mi vida no habría cabida para el dolor, pero no ha sido así. Como cuando, a falta de menos de una semana de mi primera profesión religiosa, mis superioras retrasaron ese momento; o el sufrimiento vivido junto al pueblo congoleño durante la guerra. En todas estas dificultades me di cuenta de que el Señor me estaba educando para que aprendiera que nadie le puede servir sin llevar su cruz, pero que no hay que quedarse en lo negativo, sino saber que las dificultades son lecciones para alcanzar la sabiduría.

En estos momentos soy consciente de que este itinerario verdaderamente ha merecido la pena. Si tuviera que volver a elegir, sería otra vez misionera. No hay nada más bonito que llevar el mensaje de Jesús a cada rincón del mundo, por eso no hay que lamentarse por una vida ofrecida a Dios. Le doy gracias por el regalo inestimable de mi llamada a la vida religiosa, de la que tengo que seguir disfrutando cada día.

Consejera africana

En la actualidad vivo en Madrid. Soy la primera africana en formar parte del Consejo General de mi congregación. Agradezco la confianza que las hermanas han depositado en mí. Es algo que no esperaba y quiero estar a la altura de la tarea que se me ha asignado. Siento temor, pero también alegría porque sé que el Señor me dice: «Te basta mi gracia», y que la solidaridad y la ayuda de mis hermanas suplirán mis fragilidades humanas.

En España quiero implicarme en la pastoral juvenil y vocacional, por lo que aprovecho estas líneas para decir a los chicos y chicas que me lean: «No tengáis miedo». La vida tiene sus dificultades, sus alegrías y sus penas, pero siempre es un gozo entregarse a Dios al servicio de los demás, sobre todo de los que más lo necesitan. Dios nunca falla, y cuando llama, da fuerzas y ánimos para cumplir la misión.   

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