Un pueblo como regalo

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Por Ana Lafuente González, desde Akure (Nigeria)



Mi compañera Eva y yo estamos participando desde enero en un proyecto de voluntariado salesiano en la ciudad nigeriana de Akure. Colaboramos en varias actividades de la parroquia y en el centro de salud gestionado por los salesianos. Casi al final de nuestra estancia de seis meses, creo que es importante retroceder en esta historia para entender cómo una enfermera malagueña y yo, maestra madrileña, hemos llegado hasta aquí.

He crecido en una familia en la que la Misión ha estado muy presente. De pequeña siempre escuchaba los testimonios de mis dos tíos, Florentino y Álex, ambos misioneros combonianos. Entre los recuerdos de mi infancia, conservo sus llegadas al aeropuerto de Madrid cuando venían de vacaciones cada tres años. Siempre admiré su vocación, y en cuanto tuve la oportunidad fui a Perú y Brasil para conocer en primera persona cuál era su forma de vida. Aquellos viajes alimentaron en mí el deseo de participar en diversos voluntariados: pasé un verano en India y otro en Perú con diferentes organizaciones religiosas.

En enero de 2023 comencé la búsqueda de un proyecto de mayor duración, de unos seis meses, porque es el tiempo máximo que puedo disfrutar de una excedencia en mi centro educativo. Pronto comencé un itinerario formativo de la mano de Misiones Salesianas y conocí a varios voluntarios, entre ellos a Eva. Para sorpresa de ambas, nos comunicaron que nuestro destino compartido sería Nigeria.

Cualquiera que haya participado en una experiencia de este estilo sabe que los inicios nunca son sencillos. El choque cultural, unido a las diferencias en las rutinas cotidianas, como las comidas, las costumbres o las formas de relacionarse, hacen que la adaptación sea lenta y progresiva. Afortunadamente, estábamos juntas y podíamos acompañarnos, ayudarnos a entender las diferencias y a aceptar cada novedad inesperada. Además, desde el primer momento hubo un factor determinante que nos ayudó a gestionar la situación: la acogida de todas las personas que hemos conocido. Los nigerianos son educados, simpáticos y tienen un gran sentido del humor. Cada mañana todo el mundo se acerca a saludarnos con cariño, nos preguntan cómo estamos, qué tal hemos dormido o simplemente nos desean un feliz día.

En estos meses, Eva colabora en el centro de salud por las mañanas. La mayoría de los casos que atiende son pacientes con malaria, aunque la clínica también realiza análisis de sangre, rayos X, ecografías y una vez al mes ofrece el servicio de oftalmología. Por mi parte, colaboro en la preparación de las actividades en el centro juvenil salesiano e imparto clases de castellano a jóvenes y adultos.

Por las tardes, ambas participamos en el oratorio. En el contexto salesiano, el oratorio hace referencia al espacio de juego y tiempo libre que se ofrece a niños y jóvenes. En el caso de Akure, se abre todos los días de cuatro a seis de la tarde, con una afluencia muy superior los fines de semana, cuando superan holgadamente los 150 participantes. En este espacio, los jóvenes pueden jugar al baloncesto, fútbol, voleibol, futbolín, pimpón o billar. Además, desde que estamos aquí, ofrecemos la posibilidad de realizar manualidades o juegos tradicionales. Cada día, al acabar, nos reunimos en un gran círculo, rezamos una breve oración y uno de los animadores comparte un pequeño mensaje de buenas noches que suele hacer referencia a algún mensaje o vivencia de Don Bosco.

En el mismo recinto, hay un centro de formación para prenovicios que quieren ser salesianos. Nos hemos unido a algunas de sus clases y actividades de tiempo libre, y una vez a la semana les preparamos dinámicas para realizar en grupo. Todo esto está siendo también muy enriquecedor.

Cuando llegamos hubo momentos abrumadores. Aquí no es frecuente ver a personas blancas, por lo que el primer día se nos acercaban decenas de niños para preguntarnos cosas, tocarnos la piel o el pelo. Cuando salíamos a la calle, todo el mundo nos miraba y nos llamaba ­oyinbo, que es la palabra que usan para designar a los blancos. Si bien es cierto que nunca se ha hecho con mala intención, para nosotras era algo incómodo sentir que éramos el centro de atención en el mercado. Con el tiempo, los niños se han acostumbrado a vernos y la relación con nosotras se ha normalizado. En la calle…, bueno, creo que en la calle seguiremos igual hasta el último día.

Una de las realidades que a día de hoy aún me cuesta gestionar es observar que los niños acuden con la ropa o el calzado bastante deteriorados. Con frecuencia, además, se visten todos los días con la misma ropa. También es difícil para nosotras asumir que no todo el mundo puede permitirse pagar una consulta o un tratamiento médico. Y desde que llegamos la situación ha empeorado porque el país se enfrenta a una subida de precios generalizada que afecta a todo el mundo.

En este contexto es imposible ayudar a tanta gente, pero humildemente hemos podido contribuir a mejoras que pueden beneficiar a la comunidad parroquial como el arreglo de los columpios, la compra de material para realizar manualidades y la aportación económica para becar los gastos escolares de algunos menores gracias a la generosidad de nuestros amigos y familiares. Pero, sobre todo, ofrecemos nuestro tiempo, conocimientos, fe y habilidades, sabedoras de que vienen acompañadas de grandes limitaciones. Nos sentimos felices porque recibimos cada día un gran regalo solo por el hecho de vivir aquí.



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