«El tema no es la culpabilidad colonial sino qué podemos hacer juntos»

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Jean-Cristophe Rufin, escritor




Fue uno de los fundadores de Médicos Sin Fronteras, es presidente de honor de Acción Contra el Hambre, ha sido embajador en Senegal y Gambia, es un destacado novelista, ganador del Goncourt —el más famoso premio literario en Francia—, pero también ha escrito ensayo, ha participado en política, es miembro de la Academia Francesa… Tras publicar La vuelta al mundo del rey Zibeline (editorial Armaenia), habló con MUNDO NEGRO.



Su libro comienza con la promesa de un relato y una alusión a Las mil y una noches. «Mientras su re­lato me apasione, serán bienveni­dos», dice su personaje. ¿Disfrutó escribiendo?

Hay escritores a los que les gusta escribir y otros a los que les gusta haber escrito. A mí me gusta contar historias, como cuando coges a un niño sobre las rodillas y le cuentas un cuento. Es lo que me gusta co­mo lector y me gusta hacerlo con los demás.



Su novela se basa en el personaje histórico de August Benyovszky, un aristócrata polaco que llegó a ser elegido rey de Madagascar por jefes tribales en el siglo XVIII ¿Quién fue y hasta qué punto es real que fuera rey de Madagascar?

Fue rey de Madagascar, pero lo más interesante es que no lo buscaba. Hay ejemplos de europeos que han creado pequeños reinos, pero él uti­lizó su poder para intentar crear una república. De hecho, los malgaches hoy le reconocen. Los nombres de los franceses han desaparecido de las calles, pero no el suyo, y no solo en Antananarivo. Lo consideran un liberador, no un colono. Si paras a alguien por la calle y preguntas por él, unos lo conocen y otros no, pero los investigadores, los intelectuales o los historiadores sí lo conocen. Hay investigaciones activas sobre él. El año pasado hubo un gran reporta­je en Le Monde sobre los descubri­mientos de la isla y él aparece. Vol­vemos a tomarnos en serio el tema, porque los historiadores coloniales franceses dijeron que Benyovszky no era nadie y que decía tonterías, pero en cambio lo que decía era verdad.



¿Cómo llegó usted a la escritura?

Al principio era algo al margen. Es­taba involucrado en la acción y fue una forma de compartir mis impre­siones y prolongar la experiencia. Con el tiempo se convirtió en mi ac­tividad principal y es mi oficio desde hace 20 años.



¿Es más ensayista o novelista?

Al principio era médico y no me atrevía a escribir literatura porque pensaba que no tenía la cultura nece­saria. Empecé escribiendo ensayos, y poco a poco me di cuenta de que no era lo que me interesaba; no eran tanto las ideas como los colores, los personajes, las situaciones, los diálo­gos y los sentimientos. Eso me llevó a la novela. Ya no escribo ensayos.



Creo que llegó al mundo humani­tario por casualidad…

Sí, un poco. Elegí dedicarme a la medicina por mi abuelo. Quería una medicina humana, directa, con los pacientes, pero cuando llegué al hos­pital se transformó en una medicina técnica y científica. Por azar me invi­taron a participar en un proyecto de cooperación en Túnez, pero los mili­tares se equivocaron y me mandaron a una maternidad donde asistí a par­tos. Eso fue el inicio de Médicos Sin Fronteras, y participé desde el prin­cipio en esa aventura increíble que comenzó de la nada hasta convertirse en esta cosa enorme que es hoy.

Según Rufin, las organizaciones de emergencia tienen medios, dinero y conocimiento, pero hay un problema de repliegue por razones de seguridad. Fotografía: Samuel Aranda / MSF



¿Volvería a trabajar en MSF o una organización parecida?

MSF o Acción Contra el Hambre, no son realmente organizaciones de cooperación sino de emergencia. Es­tas dos cuestiones están separadas. En las instituciones de desarrollo, todo está un poco parado. Tengo la impresión de que las agencias de de­sarrollo funcionan como un banco para ganar dinero, pero no están muy activas en el desarrollo humano: están en crisis. En cuanto a las de emergencias, por desgracia, hemos creado herramientas muy poderosas y eficaces, pero el problema es la se­guridad; básicamente, no podemos enviar equipos a muchos lugares como Sahara Occidental o Repúbli­ca Centroafricana porque pueden ser asesinados, etc. El problema princi­pal es el repliegue del espacio hu­manitario, porque hay muchos sitios con necesidad de ayuda. Hay me­dios, hay dinero y hay conocimiento, pero la acción se ha vuelto difícil.



En su novela, Benyovszky es en­viado a colonizar para traer escla­vos, pero logra la confianza de los jefes. ¿Qué nos cuenta eso hoy?

Él, en el fondo, propone desde muy pronto que es posible otra relación con África. Él era un colonizador como los demás, pero, en un mo­mento dado, cambia y va más en la línea de las revoluciones americanas y la Revolución francesa. Esto fue unparéntesis, por supuesto, porque los franceses lo mataron y luego empe­zó la violencia, la guerra y la coloni­zación; pero es una experiencia que hay que recordar: la unificación de la isla y la propuesta de una nueva re­lación con África.



Como embajador en Senegal y Gambia, usted ha sido, involunta­riamente, representante de la co­lonia antigua…

Es difícil. Intenté no ser el coloniza­dor. Pero, evidentemente, en África occidental, Francia tiene una histo­ria pesada. Sin embargo, lo es en losdos sentidos, porque sin duda está la colonización, pero también la lengua común y la comunidad de intercam­bios. Es complicado y ambivalente. Yo intenté ser un embajador diferen­te y establecer relaciones normales. Mi mujer, de origen etíope, estaba allí muy sorprendida por la relación entre Senegal y Francia, ya que su país no fue colonizado. Y bueno, in­tentamos cambiar un poco las cosas, aunque fuera solo un poquito.

Portada de la edición francesa del libro, donde aparece el autor caracterzado como August Benyovszky.


¿Cambió también su manera de pensar?

Fue un período político difícil. Concambios de poder en Francia y Sene­gal. Había un riesgo de que Francia intentase influir en las elecciones a favor de Abdoulaye Wade y su hijo, y creo que contribuí en cierta manera a impedirlo. Mi teoría es que no te­nemos que influir. Hay que dejar que la democracia transcurra. Es lo que hice y creo que fue útil, porque las elecciones se desarrollaron sin pro­blemas importantes. No hay muchos países africanos que hayan tenido una alternancia democrática de este estilo.



¿Qué opina de la polémica relacio­nada con que el arte africano deba volver al continente?

Es un problema diferente. Si miras el estado de los museos africanos hoy, por ejemplo el museo IFAN en Dakar, o el Instituto Francés de África del Norte en Dakar, hubo robos, los que­maron… Así que la cuestión es cómo proteger el patrimonio cultural afri­cano. Está muy bien devolverlo, pero si es para que luego sea robado de un día para otro, no sirve para nada. Tiene sentido si, al mismo tiempo, hay un apoyo a los museos locales para que puedan desarrollarse y pro­teger lo que contienen. El objetivo es positivo, pero hay que establecer condiciones de protección y conser­vación de las obras.



¿Cómo transcurre la relación de Macron con África?

No están pasando demasiadas cosas. Al principio hubo anuncios intere­santes, como la creación de un co­mité presidencial para África con empresarios, un viaje a Bamako con grandes discursos… Pero de momen­to no ha habido un gran cambio ni tenemos la impresión de que vaya a haberlo. La relación no es mala, pe­ro bajo mi punto de vista no es una prioridad para Macron, que se orien­ta siempre en lo económico. Eviden­temente, África, observada desde lo económico, no es la prioridad. Por el momento esperamos.



La revista francesa XXI sacaba un número dedicado a lo que llama­ba «Nuestros crímenes en África», ¿qué opina de este tipo de revisio­nes?

Nunca fui demasiado favorable a con­siderar nuestras relaciones con Áfri­ca desde la culpabilidad, sino desde la responsabilidad. La culpa es de generaciones anteriores a nosotros, y detrás de la idea de la culpabilidad está la de que Europa, o Francia, debe pagar. Ese no es el tema sino que es más bien una cuestión de compar­tir, desarrollar y acompañar para ser verdaderos socios. Sobre la culpabi­lidad colonial, de todas maneras, no hay mucho más que añadir. Creo que mientras estuve en el cargo, nunca tomé decisiones desde esta perspec­tiva, ni fue mi manera de proceder estar pidiendo perdón. Y los senega­leses tampoco me lo pidieron ni me dijeron que tenía que posicionarme desde ese ángulo. La cuestión es qué hacemos ahora juntos. Ayer tenía­mos una responsabilidad que venía de la historia y tenemos un recorrido juntos, ¿qué hacemos con eso? No escuestión de decir que uno es víctima y el otro oprime.



De los países africanos que conoce, ¿cuáles llaman más su atención?

Lo que me sorprende más es la evo­lución en el este. Uganda, Etiopía o Ruanda se desarrollan muy rápido y es interesante reflexionar por qué. Sus Gobiernos, que no deben nadaa nadie, llegaron tras guerras difíci­les y nadie les ha colocado ahí. Son soberanos e independientes y man­tienen una relación con Europa en un plano de igualdad. Por supuesto podemos criticar el tema de los de­rechos humanos…



Hablamos de Kagamé, de Muse­veni…

Sí, en Etiopía hay una transición in­teresante con un poder mucho más abierto. Debemos reflexionar porque con África occidental hemos esta­blecido una especie de dependen­cia, en Camerún durante 50 años, y al final, son poderes muy débiles que no son capaces de defender su propio país. He ido mucho a Etiopía y es fascinante ver hasta qué pun­to tienen superado el tema colonial para ser un país normal. No son en absoluto presos de esa idea de que la economía tiene que hacer pagar por esto o por esto otro, «tu me pagas y yo te doy esto». En África del oeste hay una mayor dependencia.

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