En África antes que en Europa

en |




[ACTUALIZACIÓN 9 DE SEPTIEMBRE DE 2020: Este reportaje ha sido galardonado con el II Premio Saliou Traoré de Periodismo de Periodismo en español, concedido por la Agencia Efe y Casa África]


Miles de estudiantes subsaharianos optan por formarse en el continente.

 

Evitar las dificultades para obtener un visado y el elevado coste del nivel de vida europeo, pero, sobre todo, seguir sintiéndose «en casa», sin salir del continente, lleva a miles de estudiantes subsaharianos a elegir cursar sus estudios superiores en universidades del norte de África.

 

Su madre murió en el parto, y su padre cinco años después de lepra. Nació un uno de enero en Bukunga, una aldea de Katanga (RDC), y se convirtió en el primer vecino de su pueblo que fue a la ciudad y que vio a un blanco en persona; también en aprender que en el mundo hay muchos países, además de Estados Unidos, Bélgica y Francia. Y a los 13 años comenzó un viaje en el que ha recorrido nueve países, para alcanzar un único y obsesivo objetivo: estudiar.

Elvis Gori Molubela cambió siete veces de nombre, decidió ser originario de Tanzania, Burkina ­Faso, Senegal, Gabón, Kenia y Guinea Ecuatorial durante los tres años que estuvo viajando desde su aldea hasta Marruecos; y defendió con destreza, tras estudiarlas y asimilarlas, que pertenecía a seis etnias diferentes.

«A los cinco años decidí ir a la escuela, como hacían mis amigos. Por desgracia, mi padre no se preocupó de mi escolaridad, ni de la de mis hermanos. Ninguno de ellos llegó a ver la pizarra. Pero yo estaba decidido a estudiar», relata Elvis en un libro que ha autoeditado en Rabat (Marruecos) con la ayuda de amigos y conocidos, y que comienza con una cita de San Agustín: «El mundo es un libro y el que no viaja, solo lee una página».

 

Elvis Gori Molubela, que entró con 16 años por la frontera oficialmente cerrada entre Argelia y Marruecos, muestra su título de Bachillerato. Tras muchas vicisitudes, lo obtuvo en 2018, lo que le ha permitido comenzar Derecho en la Universidad Mohamed V de Agdal (Rabat). Fotografía: Carla Fibla García-Sala

 

Katanga, en el origen de todo

Además de la compleja situación familiar, la infancia de Elvis está marcada por el lugar en el que nació. Bukunga forma parte de Katanga (sur de RDC), una región rica en minerales (cobre, oro y uranio), cuya independencia declaró el 11 de julio de 1960 Moise Tshombe, 11 días después de que RDC dejara de ser una colonia belga. El primer conflicto en la zona se prolongó hasta noviembre de 1965, cuando el general Joseph Désiré Mobutu –en 1971 cambiaría su nombre por el de Mobutu Sese Seko– tomó el poder. Una revuelta en cuyo desenlace llegó a participar Che Guevara, apoyando al Ejército de Liberación de Congo, y en la que fue asesinado Patrice ­Lumumba, primer ministro del país y líder anticolonialista, a manos del propio Tshombe.

Durante el período colonial, Bélgica no formó a ningún universitario nativo, y tan solo unos pocos congoleños terminaron sus estudios secundarios. Fue en la escuela, con los profesores de Historia, cuando Elvis empezó a tener información sobre lo que había pasado en su país, y se formó una opinión muy crítica respecto a las consecuencias del colonialismo en África, los valores y la democracia occidental, así como la necesidad de defender su identidad.



Pero su periplo, el de un huérfano de cinco años que a los nueve decide convertirse en nómada, se basa también en la mentira por la supervivencia. Asegura no sentirse orgulloso de haber engañado a guardias de frontera, policías, diplomáticos y directores de escuelas sobre su origen, pero lo justifica al explicar –de forma contundente– que su objetivo siempre fue el mismo: acceder a un aula en la que ampliar sus conocimientos, donde poder preguntar, en la que comprobar si sus suposiciones tenían fundamento.

Así fue como logró convencer al director de la primera escuela de Primaria a la que acudió para pagarle la asistencia a las clases con mandiocas que robaba junto a su hermana; o como persuadió al sacerdote a cargo de una escuela católica de Secundaria de que le permitiera asistir a clase, a pesar de que era testigo de Jehová y lo que buscaba era conocimiento, no una nueva doctrina religiosa; el mismo director que al terminar el curso y ver sus notas académicas, le dijo: «Estoy orgulloso de que un joven como tú estudie tanto, mañana tendrás que luchar por tu causa».

 

En medio del conflicto

Elvis nació en 1998, cuando comenzó la segunda guerra de Congo, también conocida como la Guerra del Coltán, en la que perecieron 3,8 millones de personas, la mayoría de hambre y enfermedades, y que terminó con el Acuerdo de Pretoria de 2003. Según el relato de Elvis, este conflicto hizo que su pueblo pasase de 15.000 a 250 habitantes, entre muertos y personas que huyeron definitivamente, por las atrocidades cometidas por las Fuerzas del Ejército Congoleño (FAC, por sus siglas en francés). A los nueve años abandonó Bukunga con el sueño de convertirse en filósofo, periodista o escritor; pero averiguar cuál era su «causa» fue prioritario. Su amigo Guillaume le dio las primeras informaciones sobre la república no reconocida de Katanga, la lucha por la independencia; y así se marcó tres objetivos vitales: conocer la historia de su pueblo, estudiar y saciar su curiosidad por vivir en la ciudad.

La resiliencia con la que Elvis ha salido adelante le fue impuesta desde su nacimiento. Su padre le culpó, hasta donde le alcanza la memoria, de la muerte de su madre, y no le permitía llorar por ello, «por haber sido la causa de su fallecimiento». Y le puso un nombre compuesto que en kiluba significa «cólera o aflicción», «negociador o el que implora a otro», «voluntad de ganar». Toda una declaración de intenciones a la que no ha dejado de ser fiel, a pesar de haber variado la identidad con la que se presentaba para seguir su camino.

«Cuando llegaba a un país nuevo sabía que no tenía a nadie, pero mantenía la fe y me autoconvencía de que lo que estaba diciendo era verdad. Así fue como en Tanzania le expliqué a una familia que quería ir a la escuela y que para eso necesitaba que el padre aceptase ser hermano de mi padre…, que se fue a Congo para buscarse la vida, y que ahora estaban contentos de ver a su niño volver al pueblo. Aceptaron y cuando se lo contamos a las autoridades me dieron los papeles y pude estudiar en la ciudad». Estando ahí, vio un día una foto de Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso que luchó por la independencia del país. Leyó su historia y decidió irse a ­Uagadugú. «Si un niño quiere luchar por la independencia en África tiene que imitar a Sankara. Tengo que ir a Burkina Faso. No sabía dónde estaba en el mapa. Busqué en Internet la información que necesitaba y en julio de 2013 me fui al Centro de Inmigración de Dar es-Salam, les dije que era burkinés pero que vivía con mi padre en Sudáfrica, que este murió, y que ahora tenía que volver con mi madre. Al principio no me creían, pero insistí y dos semanas después el Gobierno me pagó el billete a la capital de Burkina Faso».

Elvis fue resolviendo las dificultades del camino con habilidad, siendo consciente de sus errores y comprobando sus limitaciones físicas y mentales que, habitualmente, para un adolescente son inexistentes. Fue guiando sus pasos a partir de conversaciones robadas de los que comentaban la situación en otros países africanos, atento a los detalles y actuando con seguridad. Así fue como emprendió la ruta de la emigración subsahariana hacia Europa, sin tener ninguna intención de cruzar el Mediterráneo, porque su objetivo era únicamente seguir estudiando donde se lo permitieran. Y al carecer de dinero, Elvis utilizó su palabra, su capacidad para convencer y para no decaer ante las negativas, e insistir hasta alcanzar su meta. «Les decía la verdad, que no tenía nada, y que si querían me podían dejar pasar o darme dinero para viajar. Y luego les aseguraba que no estoy loco, y que por eso me tenían que ayudar».

 

Estudiantes subsaharianos y marroquíes en la Universidad Internacional de Rabat (UIR), durante el Foro Repensar África, organizado a principios de marzo. Fotografía: Carla Fibla García-Sala

 

Por fin Marruecos

Cuando llegó a Marruecos le costó encontrar a trabajadores en las oenegés, en las embajadas, en las instituciones internacionales y en la Administración que entendieran que no había llegado hasta al país alauí para dar el salto a Europa. «Yo quería estudiar, pero la gente pensaba que estaba aquí para cruzar. Mónica Pedraza, de Cáritas, fue la única que me entendió. Y en enero de 2015 encontré una escuela, aunque el problema era que no tenía nada, ni pasaporte ni mochila. Solo tenía mi cabeza para demostrar que había estudiado y que quería continuar».

En Marruecos le ofrecieron apuntarse a cursos de formación profesional para aprender un oficio, pero Elvis quería llegar a la universidad. De hecho, por el camino aprendió oficios como el de zapatero, que en la actualidad le permiten tener un techo bajo el que refugiarse en Rabat.

Incansable, mientras seguía intentando convencer a los funcionarios en las embajadas, a directores y jefes de estudios de los centros de enseñanza, permanecía atento a las personas con las que se encontraba, aprovechando cada ocasión para acercarse a los que le pudieran facilitar el acceso a las aulas. Así fue como logró terminar Secundaria, Bachillerato y, en noviembre de 2018, empezar Derecho en la Universidad Mohamed V de Agdal, en la capital marroquí. Pero «los papeles», la tarjeta de residencia, el pasaporte y el acta de nacimiento han sido siempre un problema en la vida de Elvis, y hoy le obligan a seguir viviendo al día, sin estar seguro de que vaya a lograr acabar la carrera. «La realidad es que estudié y logré sacar mi título para entrar en la universidad, que soy el primero de una clase con 600 alumnos, pero también es cierto que no tengo tarjeta de residencia marroquí porque no tengo pasaporte de Guinea Ecuatorial, ni de RDC, y que cuando termine no me darán el título si no los presento».

Tiene varias opciones, entre ellas que su familia en RDC le envíe un acta de nacimiento en la que conste el nombre con el que obtuvo su título, el que le ha permitido entrar en la universidad.
Elvis habla seis idiomas (inglés, francés, español, ruso, suajili y lingala), la mayoría aprendidos de forma autodidacta. Tiene claro que no va a arriesgar su vida en el Mediterráneo porque «aún tiene que luchar por la independencia de Katanga». Mientras tanto seguirá su premisa: «Cuando hay un problema, seguir adelante, no mirar nunca hacia atrás».

 

Diaby durante el foro de la UIR. Fotografía: Carla Fibla García-Sala

 

Facilidades cerca de Europa

En el mundo, uno de cada diez estudiantes que para continuar con sus estudios se ha desplazado de su lugar de origen es africano, y se prevé un aumento del 20% antes de 2027; en especial provenientes de Nigeria, RDC, Etiopía y Níger, según el informe La movilidad internacional de los estudiantes africanos, de la Agencia Francesa para la Promoción de la Enseñanza Superior, Acogida y Movilidad Internacional.

Hay una gran diferencia entre la movilidad de los estudiantes del norte de África y los del resto del continente –por cada estudiante subsahariano hay cinco magrebíes–, y una división equilibrada entre estudiantes anglófonos y francófonos que estudian en el extranjero. Francia es el primer destino, acogiendo a más del 43% de los estudiantes africanos –la mitad de ellos, del Magreb–, siendo Sudáfrica el país que recibe a más alumnos de otras naciones del continente. En cambio, Marruecos y Túnez se han ­convertido en un interesante destino académico para los que quieren evitar las dificultades para obtener un visado europeo, el elevado coste de la vida o la adaptación a costumbres occidentales. Además, aprovechan el auge de la cooperación Sur-Sur, que se está traduciendo en un importante número de becas.

 

Tres décadas de acogida

Marruecos acoge de forma regular a estudiantes del centro y sur de África desde hace tres décadas. De hecho, en la actualidad 30 ministros y más de 1.000 líderes subsaharianos cursaron sus estudios superiores en el país alauí. «El futuro de nuestro continente pasa por el desarrollo de la juventud africana, la educación y formación, además de por una cuestión de demografía», explicó a principios de marzo Mohamed Methqal, director general de la Agencia Marroquí de Cooperación Internacional (AMCI), durante el Foro Repensar África, organizado por la Universidad Internacional de Rabat (UIR). «El norte de África se ha convertido en el destino predilecto para el desarrollo del talento africano», añadió. En el curso actual, Marruecos acoge a 11.000 estudiantes originarios de otros países de África (el 90 % de los estudiantes extranjeros) en centros universitarios públicos y privados, y también de formación profesional. Y el 75 % de ellos disfrutan de becas de la AMCI, que cubren la matrícula, alojamiento y manutención.

«África es el continente que menos emigra del mundo, y el 80 % lo hace en el interior del continente. Esos países africanos son los que soportan el peso demográfico, no Europa. Vivimos el afropolitismo, porque las grandes ciudades africanas son torres de Babel que incluyen decenas de nacionalidades. África está reinventándose en las universidades, en el arte, en la cultura», afirma el sociólogo marroquí Mehdi Alioua, quien aboga por «eliminar fronteras, facilitar la conexión y responder a las exigencias de la juventud, porque mientras sigamos pensando que la migración es un problema, no habrá un verdadero desarrollo».

Alioua también apunta que «los estudiantes son los migrantes más privilegiados desde el punto de vista administrativo, porque ante los posibles bloqueos siempre hay una solución. Y los problemas xenófobos se diluyen al considerarles las élites o la clase media de sus países».

Coincide Tariq Jedad, presidente de la Asociación Modernista Popular, con sede en Settat, una ciudad que este año cuenta con 1.400 estudiantes subsaharianos: «Organizamos encuentros para debatir temáticas del continente, intercambios intrarregionales. Trabajamos a favor de su integración. La cultura y la identidad marroquí se nutren de muchas fuentes: africana, árabe, andalusí, judía, musulmana… Es normal que haya negros en ­Marruecos».

 

Una experiencia favorable

Las opiniones de los que optan a becas de la AMCI son positivas: «Quería salir de mi zona de confort, descubrir otras culturas. Marruecos es una buena opción porque hay mucho que conocer en nuestro continente. Para mí, África es el futuro por sus recursos. He viajado a países europeos, pero me siento mejor aquí, la cohabitación es pacifica y la gente amable», explica Aboubacar Sidik Diakite, marfileño, tras seis meses estudiando Ciencias Políticas en la UIR. A su lado, su compañero marroquí, Mohamed Nassim, le secunda: «El Magreb es una puerta a Europa, una buena oportunidad de conocer otra cultura quedándose en África. Aquí hay una influencia africana con connotaciones occidentales. Y existe una comunidad subsahariana importante que les permite mantener su tradicional solidaridad, sobre todo en los barrios populares y pobres».

Aboubacar Sidik Diakite (Costa de Marfil) junto a su amigo marroquí Mohamed Nassim. Fotografía: Carla Fibla García-Sala

Leila Diaby, marfileña en primero de Ciencias Políticas, señala el racismo como un factor determinante: «Vine a Marruecos porque es el país menos racista del norte de África y en sus universidades hay profesores de muchos países, mucha diversidad. Me he integrado bien, no veo diferencias». En cambio, Bienvenu Domboue, que lleva seis meses estudiando en una escuela privada de Comercio, destaca la facilidad para inscribirse, pero no está muy satisfecho con la integración: «No hay mucha relación entre los estudiantes. Los marroquíes se relacionan entre ellos y los subsaharianos hacemos lo mismo. Tengo compañeros, pero no amigos entre los marroquíes».

Hace 25 años se creó la Confederación de Estudiantes y Becarios Africanos Extranjeros en Marruecos (CESAM) para «defender los intereses materiales e inmateriales de los estudiantes, porque su integración era deficiente», explica Mohamed Ag Mattou, presidente del organismo en Settat, tras confirmar que hoy el sentimiento de acogida es mayoritario.

«Marruecos tiene muchas ventajas: está cerca, la formación es más barata, no sufren cambios importantes como el clima, y tienen una gran comunidad para los momentos difíciles. El trabajo de países como Marruecos en la cooperación Sur-Sur con África del oeste es notable», concluye Mamadou Badj, decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Cheij Anta Diop de Dakar (Senegal).

 

 

Repensar África

Por Beatriz Mesa*
Los africanos que eligen Marruecos como destino para estudiar lo hacen convencidos de los retos a los que se enfrenta un país asentado en una fuerte identidad –árabe, bereber y musulmana–, pero con una historia común construida desde hace siglos con la vecina África del oeste. Marruecos necesita y debe recuperar su pasado africano y su propia negritud, que también la tiene.

Los dos procesos de regularización masiva impulsados por el Rey, Mohamed VI, rompen con el rol exclusivo del país magrebí de gendarme malo en el Mediterráneo para convertirse también en tierra de acogida de nuevas identidades africanas. Así, le manda un mensaje a Europa: África está en nuestra agenda. Ahora urge que el Estado marroquí promueva políticas públicas y los medios de comunicación se movilicen removiendo la conciencia para que, entre todos, venza la integración y caiga la exclusión. Se trata de una cuestión de tiempo y de voluntad.

Los africanos encuentran en Marruecos el atractivo de una economía más próspera que la de sus países de origen, así como la posibilidad de trabajar en el sector informal, donde se ofrecen trabajos parcamente pagados. Y una oferta educativa en un país libre de visados para numerosas nacionalidades del África occidental y central.

La creciente llegada de estudiantes africanos está transformando de manera natural el modelo de sociedad, más diversa y plural, y también está permitiendo una nueva comprensión de los países africanos: las migraciones vistas como una oportunidad y no como un crimen. El africano visto como un ciudadano y no como un migrante. Tanto es así que Omar, marroquí de 23 años, le ha preguntado a Boubakar, marfileño de 24 años, si hay posibilidades de realizar sus prácticas universitarias en Costa de Marfil porque ambos entienden que el mundo también se puede estudiar desde el flanco sur.

*Profesora africanista en Rabat.

Colabora con Mundo Negro

Estamos comprometidos con la información sobre África

Si te gusta lo que hacemos, suscríbete a nuestra revista o colabora con nuestro proyecto